Catalina de Erauso, la Monja Alférez, un personaje legendario con un prodigiosa vida que ha dado lugar a múltiples estudios históricos, relatos, novelas y películas en los últimos 400 años
La historia de una mujer con una vida increíble, pero completamente real. Catalina de Erauso vivió sus aventuras en los primeros años del siglo XVII. De niña fue destinada a ser monja e internada en un convento, sin llegar a profesara los votos, huyó y vagabundeó por la Península unos años. Posteriormente pasó a las colonias españolas de Sudamérica donde se alistó como soldado ocultando su género, combatió en las terribles guerras araucanas. Por su valor fue ascendida a alférez.
Su carácter pendenciero le llevó a topar con la justicia, fue detenida y, para evitar su ejecución por la justicia, confesó su condición de mujer y su estado de monja. Enviada a la Península, el rey Felipe IV mantuvo su graduación de alférez, le permitió el uso del falso nombre que había usado como soldado, vestir de hombre y le concedió una pensión por los extraordinarios servicios prestados en el Reino de Chile.
En Roma visitó al papa Urbano VIII quien le concedió autorización para seguir vistiendo de hombre. Volvió a América y se instaló en el Virreinato de Nueva España donde vivió dedicada al negocio del transporte hasta su muerte.
Fue un personaje legendario y la historia de su prodigiosa vida ha dado lugar a múltiples estudios históricos, relatos, novelas y películas a lo largo de los últimos 400 años.
Catalina de Erauso y Pérez Galarraga, nació en San Sebastián en una familia militar, fueron sus padres el capitán Miguel de Erauso y María Pérez de Galarraga y Arce, ambos naturales y vecinos de la villa. Catalina era la menor de los 8 hijos habidos en el matrimonio, tres varones y cinco hembras de las cuales: tres fueron monjas profesas dominicas en el convento de la orden en San Sebastián, otra se casó y, finalmente, Catalina.
Era una familia acomodada, el abuelo de Catalina poseía cuantiosas propiedades en la provincia, además de armador de dos flotas: una, dedicada a la pesca en Terranova y, otra, de transporte en el golfo de Golfo de Vizcaya y en las costas atlánticas peninsulares.
Catalina, en su autobiografía, da como fecha de su nacimiento el año 1585, aunque otras fuentes lo fijan en 1592.
Con la edad de cuatro años fue internada en el convento dominico el Antiguo de San Sebastián, junto con sus hermanas Isabel y María, para su formación como futura monja. La priora del convento era su tía Úrsula de Unzá y Sarasti, prima de su madre. Catalina vivió en él hasta la edad de 15 años, pero no llegó a profesar los votos, por lo que no llegó a ser monja, aunque ella alegó tal condición bastantes años más tarde cuando se vio en un aprieto con la justicia y en peligro de ser ajusticiada por esta.
La víspera de San José del año 1600, después de una reyerta con otra monja, decidió escaparse del convento. Robó unos paños y se confeccionó un vestido de hombre, se cortó el pelo y se encaminó hacia Vitoria, andando y alimentándose de lo que encontraba en el camino.
Durante tres años deambuló por España, pasando por Valladolid, Bilbao, Estella, San Sebastián y Pasajes donde embarcó para Sevilla. Durante todo este periplo estuvo en la cárcel, sirvió a distintos amos (algunos familiares o amigos de la familia), pero siempre vestida de hombre y usando el nombre ficticio de Francisco de Loyola por lo que ni siquiera sus padres llegaron a reconocerla.
En Sanlúcar de Barrameda embarcó con nombre falso como grumete en el galeón del capitán Esteban Eguiño, tío suyo, primo de su madre. Zarparon rumbo a Punta de Araya (Venezuela) el Lunes Santo del año 1603. A partir de ese momento, siempre estuvo disfrazada de varón y usando diversos nombres falsos (Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso) hasta que sus problemas con la justicia le obligaron a revelar su nombre verdadero y su condición de mujer y de monja.
Sus aventuras americanas comenzaron matando a su tío Esteban, robándole el dinero que tenía y desertando de la nave en la que había viajado a América. Pasó a servir un tiempo con el capitán Juan de Ibarra con quien viajó hasta Panamá. Posteriormente trabajó para el mercader Juan de Urquiza. Viajando desde Panamá hacia el puerto de Paita (Perú), su barco sufrió un naufragio del que se salvaron Catalina, su amo Juan de Urquiza y algunos más, la mayoría de los tripulantes perecieron.
Trabajó tan a la satisfacción de Urquiza que este la agasajó, la hizo responsable de una tienda en el pueblo de Zaña y le proporcionó dinero y esclavos para su disfrute. Pero el carácter de Catalina no le permitió disfrutarlo por mucho tiempo, tuvo un pleito en un corral de comedias que acabó en un duelo con un joven y con el amigo de este. El joven acabó con la cara cortada, el amigo herido por la espada de Catalina, y ésta en la cárcel. La intervención de Urquiza la sacó de la cárcel con la condición de que se casara con Beatriz de Cárdenas, dama de Urquiza y cuya sobrina estaba casada con el joven al que Catalina había cortado la cara. Catalina se negó rotundamente a casarse, en vista de lo cual, Urquiza le propuso pasar a la ciudad de Trujillo para hacer el mismo trabajo y con las comodidades que había tenido anteriormente, propuesta que fue aceptada.
Establecida en Trujillo, tampoco encontró la paz, hasta allí llegaron los duelistas a los que había herido en Zaña. Comenzaron a pelear con tan mala suerte que Catalina hirió de muerte al mismo individuo que había dejado herido en el duelo anterior, fue detenida en plena pelea por el corregidor. Este era vasco y, por eso de ser paisanos, la dejó escapar y acogerse a la iglesia mayor. Una vez más la vino a salvar su amo Urquiza, enviándola a Lima con algún dinero y una carta de recomendación para otro paisano, Diego de Solarte.
Fiado de la recomendación que portaba, Solarte la contrató y la puso al frente de una tienda. Al cabo de nueve meses de trabajar en la tienda, Solarte la despidió al ser descubierta andándole entre las piernas a una doncella hermana de la mujer del amo.
Por entonces se estaban levantando compañías para Chile, Catalina, sin trabajo, se alistó en la compañía del capitán Gonzalo Rodríguez. Poco después, su compañía partió para la ciudad de Concepción con otros mil seiscientos hombres a las órdenes del maestre de campo Diego Bravo de Sarabia.
Al desembarcar en la ciudad se encontró con su hermano, el capitán Miguel de Erauso, al que no conocía por haberse embarcado para América cuando Catalina tenía solo dos años. Aunque ocultó su nombre, si indicó su procedencia por lo que su hermano, aunque no la reconoció, le preguntó por sus padres y hermanos y la acogió bajo su protección.
Sirvió como soldado a las órdenes de su hermano durante tres años hasta que se volvió ver metida en nuevos líos. Acabó peleándose con su hermano por una mujer y fue desterrada al peligroso presidio de Paicabí, primera línea en la lucha contra los mapuches.
Durante tres años estuvo peleando en la Guerra de Arauco sin revelar su condición femenina y ganando fama de hábil y valiente con las armas.
En la batalla de los llanos de Valdivia fue ascendida al grado de alférez por su valor, así cuenta Catalina su gesta: “Tomaron y asaltaron los indios la dicha Valdivia. Salimos a ellos, y batallamos tres o cuatro veces, maltratándolos siempre y destrozándolos; pero llegándoles la vez última socorro, nos fue mal y nos mataron mucha gente, y capitanes, y a mi alférez, y se llevaron la bandera. Viéndola llevar, partimos tras ella yo y dos soldados de a caballo, por medio de gran multitud, atropellando y matando y recibiendo daño. En breve cayó muerto uno de los tres. Proseguimos los dos y llegamos hasta la bandera; pero cayó de un bote de lanza mi compañero. Yo, con un mal golpe en una pierna, maté al cacique que la llevaba, se la quité y apreté con mi caballo, atropellando, matando e hiriendo a infinidad; pero malherido y pasado de tres flechas y de una lanza en el hombro izquierdo, que sentía mucho; en fin, llegué a mucha gente y caí luego del caballo. Acudiéronme algunos, y entre ellos mi hermano, a quien no había visto y me fue de consuelo. Curáronme y quedamos allí alojados nueve meses. Al cabo de ellos, mi hermano me sacó del gobernador la bandera que yo gané, y quedé alférez de la compañía de Alonso Moreno, la cual poco después se dio al capitán Gonzalo Rodríguez, el primer capitán que yo conocí y holgué mucho.
Continuó de alférez durante cinco años. En la batalla de Purén murió su capitán y se hizo cargo de la compañía durante seis meses. No fue confirmada en el cargo debido a su crueldad con los prisioneros.
Volvió a Concepción donde, en una pelea consecuencia de una partida de cartas, mató a su contrincante y a un oidor y tuvo que refugiarse en sagrado.
Para ayudar a un amigo en un duelo, salió de sagrado para pelear, eran cuatro los duelistas y tres de ellos murieron. Se celebró de noche y el contrincante de Catalina era su hermano Miguel al quien no reconoció hasta después de dejarlo herido de muerte.
Para salvarse, volvió a acoger a sagrado. Pasados ocho meses escapó con ayuda de amigos y con otros dos soldados de mal andar emprendieron la huida hacia Tucumán (a más de 1.800 km de Concepción). Los dos compañeros murieron de frio y agotamiento durante el cruce de los Andes, ella, medio muerta, fue encontrada por dos españoles que la llevaron una estancia cercana donde estaba el ama quien la acogió y cuidó como si fuera un hijo.
El ama le propuso que se casara con una hija que tenía, aceptó la propuesta, pero dilató todo lo que pudo la ceremonia. Para la celebración acudieron a Tucumán donde el canónigo de la catedral le propuso, al mismo tiempo, otra boda con una sobrina suya. En esta tesitura, cogió un caballo y escapó de ambos compromisos.
Decidida a ir hasta Potosí (a más de 900 km), tardó tres meses en llegar. Parte del camino lo hizo acompañado de otro soldado. Un día le salieron al camino tres salteadores, pelearon con ellos, mataron a dos y el otro huyó.
Al llegar a Potosí entró al servicio, como mayordomo, de un transportista con el que estuvo algún tiempo. Intervino en una revuelta en la cuidad, su comportamiento en la pelea contra los revoltosos le valió el puesto de sargento mayor de una tropa formada para luchar contra unos indios rebeldes de Chuncos. Estuvo sirviendo durante dos años.
Desertó de las filas y se dirigió a la ciudad de la Plata (Chuquisaca) donde empezó a servir a varios amos. Fue acusada de un delito que no había cometido, detenida y torturada y finalmente puesta en libertad al aparecer el verdadero culpable.
Se dirigió a Charcas donde volvió servir como transportista a las órdenes de Juan López de Arguijo hasta que, una vez más como consecuencia de una partida de cartas, volvió a herir a otro jugador y tuvo que volver a acogerse a sagrado.
Con la ayuda de su amo volvió a escaparse y se dirigió a Piscobamba. A los pocos días, en otra partida de cartas, volvió a matar a otro hombre sin ser vista por nadie. Por unos falsos testigos fue detenida y condenada a muerte. Estando en el patíbulo y con la soga al cuello, llegó un correo con un pliego por el que se suspendía la ejecución. Los falsos testigos, amigos del muerto, habían sido detenidos por otros delitos, condenados y ejecutados. Antes de morir confesaron la verdad, por lo que fue liberada.
El destino la perseguía, en Cochabamba, según sus memorias, una mujer a quien quería matar su marido le rogó que la llevase consigo. Partieron camino de la Plata, pero fueron descubiertos por un criado del marido que informó a éste hacia donde se dirigían. El marido los alcanzó antes de llegar a su destino, les disparó con una escopeta, pero fallo. Catalina entrego la mujer a su madre y se encontró con el marido, pelearon y ambos salieron heridos, por lo que tuvo que acogerse, una vez más, a sagrado durante cinco meses hasta que su amo pudo volver a sacarla.
Las contradicciones en una sociedad aventurera, como era la primitiva sociedad colonial española en América, permitían situaciones tan incoherentes como pasar de delincuente a justicia sin más dilación, así, Catalina pasó de estar refugiada en la iglesia para evitar ser detenida y juzgada, a servir a la justicia investigando y castigando los delitos denunciados en Piscobamba y en los llanos de Mizque.
Poco después pasó a La Paz donde, a los pocos días, por un quíteme allá unas pajas, volvió a matar a otra persona. Detenida y juzgada, fue condenada a muerte. Para evitar la ejecución, pidió confesión y comulgó. A continuación, tomó la hostia sagrada en la mano y consiguió que lo dejaran, la enésima vez, acogerse a sagrado y permanecer en la iglesia hasta que pudo escapar hacia Cuzco.
De esta guisa continuaron las aventuras de nuestra heroína. A veces su fama le precedía y, así, en Cuzco estuvo cinco meses en la cárcel acusada de un homicidio que no había cometido; en Lima se alisto en una escuadra para combatir a unos navíos holandeses que estaban acosando el virreinato. Embarcó en la nave almiranta que fue echada a pique por el enemigo, de toda la tripulación solo se salvaron tres personas, una de ellas Catalina, que fueron apresados por los holandeses. Después de 27 días en su poder, fueron de desembarcados en una costa solitaria donde, después de mucho padecer, fueron encontrados y ayudados a volver a Lima.
En Lima fue acusada de ladrona de caballos y gracias a una treta logró salir bien del asunto.
En Cuzco, como siempre, en medio de una partida de cartas, vuelve a encontrase en una nueva pelea. Esta vez, a pesar de que logró matar al jefe de sus contrincantes, fue herida de tal gravedad que el cirujano no se atrevió a curarla sin estar previamente confesada por temor a que expirase mientas la operaba. Tardó cuatro meses en recuperarse. Decidida a salir de Cuzco para evitar a los amigos del difunto, sus amigos y paisanos le ayudaron a escapar, pero antes de salir de la jurisdicción de la ciudad tuvo otro encuentro con la justicia y los amigos del muerto con el resultado de cinco fallecidos más.
La justicia empezó a hacer gestiones para detenerla, emitió unos documentos con su señas y nombre, pero nuestra heroína siguió peleando con todos aquellos que lo intentaron.
Así llegó hasta Huamanga. A los pocos día entró en una casa de juegos donde el corregidor la reconoció, consiguió detenerla después de varias peleas con muertos y gracias a la ayuda del obispo Agustín de Carvajal.
Para evitar males mayores, Catalina confesó al obispo: que es una mujer, su verdadero nombre y que fue monja en un convento en San Sebastián.
Tras ser examinada por unas matronas que certificaron que era una mujer y, además, virgen, el obispo pasó a protegerla y la recluyó en un monasterio.
Fue enviada a España, llegando a Cádiz a primeros de noviembre de 1624. En agosto del año siguiente se presentó al rey Felipe IV quien la remitió al Consejo de Indias. El Rey le que le concedió: mantener la graduación de alférez, el uso de ropa de hombre y un renta de 800 escudos de por vida por los servicios prestados a la Corona en Reino de Chile
Viajó hasta Roma donde la recibió el papa Urbano VIII quien le concedió licencia para seguir vistiendo de hombre.
En España, se le reconocieron sus méritos militares y, en 1630, volvió a América. Se estableció en Veracruz y, usando el nombre de Antonio Erauso, se dedicó al negocio del transporte entre esta ciudad y México. Murió en uno de sus viajes en 1650.
Durante su paso por Sevilla, previo a su embarque camino de México, fue retratada por el pintor gaditano Francisco Pacheco.
Joaquín de la Santa Cinta, Autor de «50 héroes españoles olvidados»
Para saber más:
- Diccionario Biográfico. Real Academia de la Historia.
- Historia de la Monja Alférez, Dª Catalina de Erauso. Escrita por ella misma.
- Internet