Inés de Atienza, la mujer más hermosa de Perú, causante de la perdición de su amante y la suya propia, durante la expedición de Pedro de Ursúa busca de El Dorado
La mujer más hermosa de Perú, una mestiza de turbadora presencia, causante de la perdición de su amante, y la suya propia, durante la expedición de Pedro de Ursúa busca de El Dorado en la selva amazónica, en una de las últimas incursiones y, sin duda, la más trágica de todas.
Inés nació Jauja en 1532, hija de un veterano conquistador, compañero de Francisco Pizarro, quien por sus méritos obtuvo una encomienda en la zona de Jauja que le hizo rico. De su relación con una nativa de la zona tuvo una hija natural, Inés, quien heredó una parte de su fortuna.
Muy joven, con apenas dieciocho años, se casó con el rico encomendero de la región de Piura, Pedro de Arcos. Quedó pronto viuda al morir Pedro asesinado en un lance en defensa del honor de su esposa, su matador fue un sobrino del virrey de Perú Antonio de Mendoza, la causa posible sería que el hijo del Virrey, Francisco de Mendoza, en quien éste había delegado el gobierno debido a su edad y enfermedad, estaba trastornado por la belleza de Inés.
Así, Inés, a principios de la década de 1550, era una joven viuda y rica. Una mujer, “la más hermosa de Perú”, que atraía las miradas de todos por su extraordinaria belleza.
La belleza de la joven viuda impactó en un famoso capitán recién llegado a Lima con el nuevo virrey Marqués de Cañete, el capitán Pedro de Ursúa. Se enamoraron perdidamente y con comenzó a convivir, iniciando una apasionada historia de amor que, para su desgracia, terminó trágicamente.
Pedro de Ursúa, navarro del valle del Baztán, había desarrollado su carrera militar en la Audiencia de Santa Fe, en el norte del virreinato de Perú (en la actual Colombia), donde había fundado varias ciudades y llevado a cabo compañas victoriosas contra los nativos y los cimarrones.
Cuando en 1556 el Marqués de Cañete llego a Perú, el territorio estaba viviendo tiempos convulsos. Las rebeliones contra la autoridad, y las consiguientes guerras civiles, habían empezado con la ruptura de las relaciones entre los socios de la conquista. En 1537, Pizarro y Almagro iniciaron la primera guerra civil, guerra que continuó con distintas rebeliones hasta la última de Hernández Girón en 1554.
Las medidas drásticas tomadas por el Virrey para terminar con tal estado de cosas produjeron unas consecuencias negativas para la convivencia en el territorio. La terminación de los conflictos dio lugar a la existencia de una plaga de soldados sin trabajo, sin tierras de que ocuparse, vagando por el virreinato sin nada que hacer, sin dinero, siempre dispuestos cualquier empresa que le ofreciera fortuna, y propensos a rebelarse.
Era de necesidad imperiosa prepara nuevas acciones de conquista, o de descubrimiento, que alejase del territorio lo más rápidamente posible a gente tan peligrosa, pendenciera e incapaz de llevar una vida tranquila sin broncas y pendencias. Con esta idea, el Virrey organizó expediciones pacificadoras a Chile y exploradoras en busca de nuevos territorios desconocidos que conquistar. Entre las últimas, se encontraba una destinada al búsqueda del mito de El Dorado que encargo al capitán Pedro de Ursúa.
La expedición tenía como objetivo buscar los mitos de El Dorado y la tierra de Omagua siguiendo la ruta, en sentido contrario, a la que habían empleado unos indios de Brasil que habían subido por el río Amazonas hasta el Perú. La leyenda suponía a tales territorios extraordinariamente ricos en oro y piedras preciosas.
Abiertos los banderines de enganche, se alistaron unos cuatrocientos hombres entre los que eran mayoría muchos facinerosos que se había hallado en todas las revueltas y rebeliones desde la terminación de la conquista. Ursúa no lo ignoraba la composición de la tropa, pero pensaba que podía controlarlos y dominar las revueltas si estas se presentaban. Su amigo, Pedro de Linasco, le escribió informándole de la calidad de gente que llevaba y rogándole que no llevase consigo a su amada Inés pues:” a más de ser cosa tan fea y de tan mal ejemplo para todos sus soldados, se le seguirían más daños de los que él pensaba”, ofreciéndose a cuidarla si renunciaba a llevarla a la expedición.
Ursúa no hizo caso de las advertencias de su amigo, el amor pudo más y ambos, Pedro e Inés, decidieron ir juntos a la aventura a pesar de que ello fue “no poca ocasión y piedra de escándalo” en la sociedad virreinal. Inés vendió todo lo que tenía y se dirigió al encuentro de Pedro en el real de la Expedición.
Los problemas con los elementos revoltosos de la hueste empezaron antes de embarcar. Antes de la llegada de Ursúa al real establecido en Santa Cruz de Sapasova, cerca del río Huallaga, se produjo un intento de deserción que fue oportunamente contenido por el capitán Pedro Ramiro, quien por el buen servicio realizado fue nombrado Gobernador Teniente General. El nombramiento dio lugar a envidias entre la tropa y Ramiro fue asesinado, sus asesinos fueron detenidos y ajusticiados.
A la vista de lo sucedido, el Virrey escribió a Ursúa para que echase a ciertos soldados en extremo revoltosos que no convenía llevar en la compañía. Estos eran: La Bandera, Zalduendo y especialmente Lope de Aguirre. Este último era un veterano mal encarado, violento, de ánimo siempre inquieto y amigo de sediciones y alborotos.
Continuar con tales individuos en la empresa fue uno de los graves errores que Ursúa cometió. Otros fueron llevar consigo a Inés e incorporar a la compañía a Alonso de Montoya, un sujeto muy peligroso.
Sufrieron un nuevo descalabro al embarcar, la rotura de la mayoría de los barcos que habían construido en el momento de botarlos al agua. Estaban mal fabricados y medio putrefactos, carcomidos por la gran humedad en una zona tan lluviosa. Hubo que construir unas balsas en sustitución de los barcos perdidos.
Por fin, el 26 de septiembre de 1560, la expedición partió por el río Huallaga rumbo al río Marañón. La componían unas 800 personas entre las que se incluían los trescientos españoles revoltosos, veinte o treinta negros, unos 300 indios, tres clérigos, Inés, siete mujeres casadas y otras cinco solteras entre la que se encontraba Elvira, la hija adolescente de Lope de Aguirre. La expedición empezaba mal, con la gente descontenta por haber tenido que abandonar parte de sus propiedades y abastecimientos, viajando amontonados por falta de suficientes y adecuados medios de transporte.
Ya en el río Amazonas, y tras los primeros descalabros, empezaron los motines. Las condiciones de la travesía eran horribles: en medio de una selva asfixiante, con lluvia pertinaz, escasos de provisiones, amontonados en las embarcaciones, comidos por los mosquitos. Con un jefe enfermo, mal humorado, déspota y sometido a la influencia de Inés; los miembros de la expedición empezaron a murmurar y a solicitar el retorno a Perú.
La dejación de las funciones de mando por Ursúa, los celos y la composición de la hueste llevaban al caos a la expedición. Los soldados decían que Inés había hechizado al gobernador y que este solo se preocupaba por disfrutar del amor de su amante.
El disgusto de los expedicionarios contra su jefe aumentaba día a días. La rigidez disciplinaria de Pedro y sus órdenes contrarias a el saqueo y asesinatos de los indios con los que se topaban, no contribuía a pacificar a los revoltosos.
Inicialmente, la conjura se orientaba a dejar a Ursúa y a sus fieles solos en la aventura y retornar los conjurados a Perú, pero a finales de diciembre, por instigación de Lope de Aguirre, se propuso dar muerte al gobernador y nombrar en su puesto al aristócrata Hernando de Guzmán. A todos le pareció bien esta propuesta.
Acordado el asesinato de Ursúa, los amotinados aprovecharon la festividad del día 1 de enero de 1560. En la noche de dicho día, los conjurados asesinaron al gobernador a estocadas. A Inés solo le quedó el consuelo de dar cristiana sepultura a su amado.
Los desleales nombraron a Hernando de Guzmán jefe de la expedición y, desde ese mismo momento, estalló una lucha sangrienta entre varios capitanes por el amor de Inés. Esta trató de salvar su vida refugiándose en la protección de los hombres fuertes de la hueste, primero del capitán La Bandera y, después de que este fuera asesinado, del capitán Salduendo.
El campo estaba revolucionado por la posesión de la bella Inés y Lope de Aguirre pensó que la mejor manera de apaciguar a sus secuaces era hacer matar a Inés, en consecuencia, en abril de 1561, cuatro meses más tarde que su amado Pedro, Inés fue asesinada.
Así, una mujer que lo tenía todo: salud, dinero, belleza y consideración en la sociedad virreinal de Perú, lo abandonó todo por seguir a su amor en una trágica expedición que le costó la vida.
La belleza de Inés y la tragedia de sus amores la convirtieron en un mito.
La expedición continuó Amazonas abajo a las órdenes de Lope de Aguirre, pero esa es otra historia.
Joaquín de la Santa Cinta, historiador. Autor de «50 héroes españoles olvidados»
(Fotografía de portada de la película “El Dorado”)
Para saber más:
- Diccionario Biográfico. Real Academia de la Historia.
- Las mujeres de los conquistadores. Nancy María Sullivan.
- La Expedición de Ursúa al Dorado y la Rebelión de Lope de Aguirre. Emiliano Jos.
- Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales. Franciscano Pedro Simón.
- Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amagua y Dorado. Francisco Vázquez.
- Historias de Nuevo Mundo. Lope de Aguirre, la cólera de Dios. Pedro J. López. Publicado en Conquista, Crónicas.
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