El cáncer de piel, esa enfermedad del hombre blanco, es más grave de lo que parece pero su prevención es sencilla: No tomar el sol de forma directa. Un artículo del doctor Juan José Granizo
La piel es el órgano más extenso del organismo y como cualquier órgano, padece ese mal de nuestros días que es el cáncer.
La piel es, además, el órgano más expuesto a las agresiones del medio ambiente.
Por eso, aunque diferenciamos tres tipos de cáncer de piel como los más frecuentes, hay una única causa común y esa no es otra que la exposición a la luz solar.
De todos los tumores cutáneos, el más mortal por su facilidad para producir metástasis, es el melanoma.
El melanoma se produce en las células que le dan el color moreno a la piel, los melanocitos, encargados de producir una sustancia parda-negra llamada melanina y cuyo fin es, precisamente, proteger a la piel del exceso de luz solar.
El factor de riesgo más importante para sufrir un melanoma es la exposición puntual, excesiva e intermitente al sol, lo que explica que los melanomas se localicen preferentemente en zonas no expuestas al sol de forma habitual, como es el caso de la espalda y las piernas.
De hecho, haber padecido quemaduras solares con ampollas durante la infancia y adolescencia es un factor de riesgo tan intenso y grave, que en Australia se puede retirar patria potestad a los padres de raza blanca cuyos hijos sufran quemaduras solares.
Claro que en Australia el melanoma en blancos tiene la magnitud de una epidemia desde los años 90.
Además de las radiaciones solares, el riesgo de padecer un melanoma aumenta con la edad, con los antecedentes familiares de este tumor y en aquellas personas con gran número de lunares (más de 50).
Un factor de riesgo raro es padecer xeroderma pigmentoso, que es una enfermedad hereditaria que afecta la capacidad de las células de la piel de reparar el daño causado a su ADN.
Los otros dos tumores que puede sufrir la piel son muy frecuentes y en los últimos años se está produciendo un aumento de los mismos. Afortunadamente, tienen tratamiento sencillo y curativo.
Su incidencia es mayor a partir de los 50 años y son mucho más frecuentes en personas expuestas al sol de forma crónica, como es el caso de los trabajadores al aire libre -labradores y marinos – y las zonas más afectadas son aquellas que más sufren la acción del sol: cara, cuello y manos.
Dependiendo del tipo de células afectadas se dividen en tumores basocelulares, llamados así porque su origen está en las profundas células basales cuya misión es la renovación de la piel y tumores espinocelulares, originados en una capa más superficial de la piel formada por células espinosas, según su apariencia al microscopio.
Afortunadamente el crecimiento de estos cánceres es muy lento, tienen poca tendencia a invadir ganglios y a producir metástasis a distancia.
En este caso, una cirugía local logra su completa curación, aunque en casos avanzados o muy extensos sea necesario hacer injertos o trasladar piel de otros sitios.
El problema que tienen estos tumores es que suele haber extensas zonas de piel afectadas por la radiación solar, con lo que a lo largo de la vida aparecen múltiples lesiones cancerosas, lo que requiere una cuidadosa vigilancia por parte de los dermatólogos.
Mientras que los melanomas se manifiestan como una mancha oscura y su crecimiento es más rápido y por tanto evidente, los otros tumores se pueden detectar como manchas (generalmente rojizas) que pueden descamarse y sangrar formando costras que caen una y otra vez, nódulos (elevaciones o prominencias redondeadas en la piel) y úlceras que no cicatrizan.
A partir de cierta edad, y más si ha tomado el sol intensamente o es muy blanco, es muy probable que su piel tenga manchas o irregularidades.
Hay que ponerse en alerta y consultar al médico cuando aparezcan lesiones nuevas (manchas, costras, nódulos, úlceras) o cuando se producen cambios en las ya existentes (crecimiento, variaciones de color o forma, sangrado, picor).
Los melanomas suelen presentar unas lesiones muy características, conocidas por la regla del A, B, C, D, E.
Estas letras indican: A: Asimetría de las lesiones, B: Bordes irregulares, C: Colores variados dentro de la lesión. D: Diámetro mayor de 6 mm y E: Evolución (es decir, cambio de aspecto).
Como en tantas cosas, la clave está en la prevención.
Los blancos necesitamos tomar el sol para producir vitamina D, en unas semanas hablaré de ello, pero para eso no es necesario ponerse moreno. El exceso de luz solar deteriora la piel, la envejece precozmente y como último efecto, ocasiona cáncer.
A partir de abril en nuestra latitud, hablamos de toda España, debe prevenirse toda exposición sin protección a la luz solar en las horas centrales del día (desde las 10 a las 6 de la tarde).
En esas horas, en las que el sol cae cenitalmente sobre nuestras cabezas, es imprescindible emplear protección, ya sea física (ropa de un cierto grosor, sombrero) o mediante cremas protectoras solares (como mínimo de factor 50).
La medida más segura, si puede hacerlo, es no tomar el sol de manera directa, salvo en las primeras o últimas horas del día y nunca más allá de una hora.
Recuerde que la parte peligrosa de la luz son los rayos ultravioleta y que estos tienen la propiedad de ser reflejados en el agua o la arena (con lo que en la playa la protección de una sombrilla no es suficiente) y además no son detenidos por las nubes, con lo que puede sufrir una quemadura incluso en un día nublado.
Nuestros abuelos, gente sabía, salían al campo bien cubiertos de ropa. Igual hacen los blancos que viven en zonas de intensa radiación solar, como los árabes. Es saludable imitarlos.
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública