Los plásticos han llegado a la cadena alimentaria: Estamos comiendo, en pequeños trocitos, el plástico que desechamos y eso no puede ser bueno. Un artículo del doctor Juan José Granizo

Hemos producido millones de toneladas de plásticos durante decenios.
Los hemos usado y los hemos desechado en mares, ríos o en cualquier punto de la superficie terrestre descontroladamente, de manera que hay auténticas islas de material plástico flotante en los mares.
Como era de esperar, los plásticos han llegado a la cadena alimentaria de los humanos. Para que me entiendan: nos estamos comiendo, en pequeños trocitos, el plástico que hemos fabricado y desechado años atrás.
Y digo que era de esperar por que el plástico es un material difícilmente degradable. En la naturaleza el plástico tiene una larguísima vida y su destrucción es lentísima. Muy poco a poco, la acción de los agentes meteorológicos y algunas bacterias los consigue destruir.
Es la erosión la que los fragmenta en pequeños fragmentos imperceptibles a la vista. A esos pedacitos de plástico es lo que se llama microplásticos.
Con esta información ya conocida, no es de extrañar que numerosos estudios hayan demostrado que en el intestino de los animales marinos, desde los más grandes como los cetáceos hasta los peces, pasando por los moluscos, se encuentran plásticos cuyo tamaño depende de los hábitos alimenticios de cada especie. En los estómagos e intestinos de los peces se pueden encontrar desde garrafas hasta estos microplásticos.
Y los peces, moluscos y crustáceos son parte de la dieta normal de los humanos, sobre todo de los españoles, que junto con japoneses y noruegos, somos los mayores consumidores de pescado del mundo.
Los microplásticos son comunes en el intestino de los peces, pero esta es una parte que habitualmente no se emplea en el consumo humano.
No ocurre lo mismo con los moluscos y crustáceos: gambas, almejas, mejillones se consumen enteras y con ellas nos estamos metiendo entre pecho y espalda nuestra ración de microplásticos.
Además, un reciente estudio encontraba apreciables cantidades de microplástico en la mayor parte de las marcas de sal de mesa marina analizadas.
Por tanto, en los últimos años ha surgido un creciente interés por saber si los microplásticos llegan verdaderamente a nuestros platos.
La respuesta es si.
Un estudio publicado hace pocos meses analizaba las heces de voluntarios repartidos por todo el planeta, encontrando microplásticos en la mayoría de las personas estudiadas. En cantidades variables y posiblemente relacionadas con el consumo de moluscos y crustáceos.
Y bien, comemos plásticos, pero ¿Qué impacto tiene esto en la salud…?
Ciertamente, ese problema es desconocido todavía.
Los grandes trozos de plástico que se ingieren parecen expulsarse enteros, sin que sean afectados por los procesos digestivos, al menos aparentemente.
La cuestión no es tan fácil de responder, porque hay docenas y docenas de plásticos diferentes, con composiciones químicas de lo más variado y no podemos garantizar que la digestión sea igual de inocua para todos.
Por otra parte, los pequeñísimos tamaños de algunos microplásticos posibilitarían, al menos en teoría, que se puedan absorber de alguna manera por las células del intestino.
Al no haber estudios de toxicidad tampoco está definida una dosis segura de consumo.
Otro de los aspectos importantes es el impacto que puede tener el calor del cocinado en los mismos.
Posiblemente el impacto para la salud sea pequeño, al menos en estado actual de las cosas. Sin querer alarmar, todo esto está todavía por comprobar.
Docenas de años vertiendo plásticos al medio ambiente de manera descontrolada han logrado que finalmente nos acabemos por comer nuestra propia basura.
Al menos, deberíamos reflexionar y hacer algo para evitar que nuestros nietos vivan el “planeta plástico”.
Para empezar, podemos usar los contenedores amarillos para el reciclaje de envases. Es una idea fácil ¿no les parece?
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública