La radioterapia deja de ser la hermana pobre del tratamiento contra el cáncer y pasa a convertirse, muchas veces, en la única elección posible. Un artículo del doctor Juan José Granizo
La radioterapia es uno de los tres pilares del tratamiento contra el cáncer, junto con la cirugía y la quimioterapia.
A pesar de ello, siempre ha sido la hermana pobre de la oncología. Nunca ha gozado del prestigio de la cirugía, ni tiene la publicidad de los espectaculares avances que ha hecho la quimioterapia en los últimos veinte años.
Pero la radioterapia ha dado importantes pasos, mejorando su eficacia y seguridad. En ocasiones es el tratamiento de elección de algunos tumores y no pocas veces es la mejor, si no la única, opción de tratamiento.
Por tanto, si hay que sacar alguna idea clara es que la radioterapia funciona y en los últimos años ha experimentado una notable mejoría.
La radioterapia destruye las células tumorales impactando en su material genético con alguna forma de radiación, siendo su efecto percibido días o semanas después de haber sido administrada. Como ocurre con la quimioterapia, otras células sanas pueden ser dañadas, pero la radioterapia moderna ha sido capaz de reducir este problema.
A grandes rasgos, hay dos tipos de radioterapia: la de haz externo y la radioterapia interna. Que se use una u otra depende, fundamentalmente, del tipo de cáncer (el órgano afectado, el tipo de células implicadas) y las condiciones del paciente.
La radioterapia de haz externo procede de una máquina que enfoca un flujo de radiación al tumor desde una cierta distancia, de ahí lo de externo.
Es similar a lo que hace un aparato de Rayos X haciendo una radiografía, pero con una potencia de radiaciones mucho mayor.
De hecho, la mayor parte de los aparatos de radioterapia emplean Rayos X, aunque también se pueden emplear electrones (cuya penetración es mínima y solo se emplean para tumores de piel) y protones, que son el componente de los núcleos atómicos con carga positiva.
Como ocurre en otros tratamientos contra el cáncer, la radioterapia convencional puede dañar órganos cercanos a la zona irradiada.
Estos daños pueden ser muy molestos y en ocasiones graves, como la boca seca al lesionar las glándulas salivares en la radiación de tumores de cuello, o la afectación del esófago en los cánceres de pulmón.
Para eso se han diseñado sofisticados sistemas que emplean técnicas de imagen como el escáner o la resonancia magnética y lanzan radiación hacia el tumor desde múltiples ángulos, reduciendo el daño en los órganos sanos pero manteniendo el efecto en el cáncer. Esto es lo que se llama Radioterapia de Conformación Tridimensional, aunque actualmente ya hay más tecnologías disponibles que se apoyan en esta idea de reducir el daño en la zona sana que rodea al tumor.
En los tumores cerebrales, cuando están en una localización inoperable, se emplea la Radiocirugía Estereotáctica que es similar a la radioterapia dirigida.
El avance más importante en ese campo es la tecnología por haz de protones, todavía en fase de implantación y cuya ventaja es que casi no produce daños fuera de la masa tumoral.
Frente a estos dispositivos que lanzan radiación desde fuera del cuerpo, hay otra forma de radioterapia que es la interna.
En ella la fuente de radiación se introduce dentro del cuerpo. Esa fuente puede ser sólida como unas pequeñas “semillas” o cápsulas que contienen una fuente radioactiva y entonces hablamos de braquiterapia (brachys en griego significa “cerca”) siendo emplea para tratar algunos tumores de cabeza, cuello, mama, cuello uterino, próstata y ojo.
Estas “semillas” pueden quedarse dentro del cuerpo por un tiempo limitado o ser retiradas, según la intensidad de radiación que requiera el tratamiento.
Hay otra forma de radioterapia interna y es la que emplea una fuente radioactiva líquida que se inyecta en la sangre y aunque se reparte por el organismo, se acaba por concentrar en la zona tumoral.
Un ejemplo de ella es el uso de iodo radioactivo (El isótopo Iodo 131) para tratar el cáncer de tiroides. El iodo es captado en su totalidad por el tiroides en pocos minutos, concentrando el efecto de la radiación en ese órgano.
Aunque se emplean isótopos de corta vida, es decir, su radiación se pierde de forma natural en pocos días, durante ese tiempo el paciente que recibe iodo radiactivo es también radioactivo, así como su orina y sudor. De manera que es necesario tener algunas medidas de seguridad a la hora de administrar este tipo de tratamientos.
La imagen de radioterapia siempre ha estado empañada. No ayudaba nada que los departamentos de oncología radioterápica se escondieran en los sótanos de los hospitales tras gruesos muros y puertas, como si de un búnker se tratara con el fin de proteger a las personas y al medio ambiente de la radiación.
Esto hace que la construcción de un servicio de Oncología Radioterápica sea tecnológicamente complejo, necesitara de un aparataje muy sofisticado, un personal con una extraordinaria cualificación y su puesta en marcha y funcionamiento está salpicada de complicados e interminables trámites burocráticos para certificar su seguridad.
El resultado final es un coste muy alto y por ello hay pocos hospitales con servicios de oncología radioterápica.
Sin embargo, la radioterapia ha aprendido a superar sus limitaciones, ha mejorado su seguridad y se ha asegurado mantener su papel como un tratamiento efectivo y seguro contra el cáncer.
Si quiere profundizar un poco más en este mundo, les dejo tres enlaces interesantes, porque solo les he contado un poco de lo mucho que hay que saber:
https://www.cancer.gov/espanol/cancer/tratamiento/tipos/radioterapia
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública