No viviremos eternamente, pero podemos vivir unos años más si cuidamos el estilo de vida. A corto plazo, lo mejor es envejecer saludablemente. Un artículo del doctor Juan José Granizo

“En veinte años vamos a ser inmortales” titulaba El Confidencial un artículo en febrero de 2016. En los últimos años muchos medios de comunicación han aireado titulares como ese.
Pero no todos los medios han dado crédito a esa noticia. El País replicaba en diciembre de 2017: “El charlatán que dice que vamos a ser inmortales en treinta años”. ABC lo hacía a su manera: “No somos inmortales, ni lo seremos nunca”.
Los científicos que auguran una vida absurdamente longeva no suelen estudiar Medicina. Y si la han estudiado, no son médicos, que son dos cosas muy diferentes. Algunos, ni siquiera son biólogos y solo saben de ingeniería o computación.
No creo que ninguno de los que vemos a diario pacientes nos podamos tragar la milonga de que la vida humana se puede prolongar mucho más de lo que estamos viendo actualmente.
La esperanza de vida en España y EEUU estaba en poco menos de 70 años en 1960. En nuestro país ha crecido unos dos años por década, de manera que en 2015 alcanzó los 83,4 años y aunque Japón nos aventaja con 83,9 años, la nuestra es una de las naciones con mayor esperanza de vida.
Si lo medimos por sexos, la esperanza de vida de las mujeres llega a los 85 años, superando en casi cinco años a la de los hombres.
Expliquemos un poco las cosas: la esperanza de vida es la edad media a la que fallecen los habitantes de una población a lo largo de un año completo.
¿Qué factores afectan a la esperanza de vida?. Es una respuesta complicada, pero podemos decir que son cuatro los determinantes más importantes:
Primero: la calidad de los cuidados sanitarios a las madres, antes, durante y después del parto ya que esa ha sido una causa de muerte habitual en mujeres jóvenes. De igual manera, los cuidados a los niños en los primeros años de vida han sido decisivos para reducir la mortalidad infantil.
He escrito calidad y no gasto sanitario, por que las medidas más eficaces son sencillas y baratas. Actualmente España tiene una mortalidad infantil y materna entre las bajas del mundo. El resto del sistema sanitario tiene un cierto impacto, pero no tan determinante como pudiera parecer.
El segundo lugar hay que poner la calidad de la salud pública. Proporcionar agua potable a toda la población, vigilar la calidad sanitaria de los alimentos, asegurar un entorno laboral seguro y una eficaz vacunación en la infancia han sido los pilares de la mejora de la esperanza de vida en todo el mundo desarrollado. Desde el siglo XIX se han tomado importantes medidas en este campo. Algunas, como el control de los mosquitos están en el olvido, pero fueron decisivas. Actualmente el reto más importante es reducir la contaminación atmosférica y la de las aguas.
En tercer lugar: los hábitos de vida. Sin duda, uno de los temas más importantes y el que nosotros podemos cambiar a título individual. Como sociedad, nos morimos porque fumamos y estamos gordos. Tabaco y sobrepeso no solo acortan la vida, además causan mala calidad de vida.
Podemos unir a estos dos factores, las prácticas sexuales de riesgo, que en la época de expansión del VIH se llevaron muchas vidas jóvenes y el abuso de las drogas, entre las que podemos incluir el alcohol.
El último determinante de la esperanza de vida es la genética.
Los avances en genética nos están dando constantes sorpresas. Cuando acabé mi licenciatura en 1991 los telómeros eran algo sin fin aparente. Hoy sabemos que son estructuras de los cromosomas indicadoras del grado de envejecimiento de nuestros genes. Hay muchos investigadores trabajando en sistemas que permitan su reparación esperando que esto se traduzca en una eterna y artificial juventud.
A diario nos sorprenden avances, teóricos o reales, sobre mecanismos para reparar genes defectuosos, pero… ¿Podrán estos avances en genética alargar tanto la esperanza de vida?.
A corto plazo, no. Envejecer es un proceso natural y complejo en el que están implicados muchos factores genéticos y ambientales.
Por otra parte, nuestras células parecen tener lo que se puede llamar, “obsolescencia programada” por emplear un término industrial. Como ocurre con las lavadoras o los coches, llegados a un cierto número de años de funcionamiento el organismo parece programado para fallar, sistema por sistema, órgano por órgano.
Para los médicos que estamos trabajando en un hospital o en Primaria, la cuestión no es vivir mucho más, si no hacerlo con calidad de vida. Dar vida a los años, no más años a la vida.
No sabemos lo que está escrito en nuestro genoma… y casi es mejor no saberlo. No sabemos cuando nuestro organismo empezará a fallar, pero lo que si podemos hacer es tratar un poco mejor a nuestro cuerpo, porque lo que sí está demostrado, es que un estilo de vida saludable alarga la esperanza de vida.
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública