Caídos por España en los archipiélagos perdidos de Las islas Carolinas, algunos de ellos propuestos para la Cruz Laureada de San Fernando por su heroísmo

Las islas Carolinas fueron descubiertas en 1526 por el español Toribio Alonso de Salazar, dos años más tarde se tomó posesión nominal de las islas cuya posesión se limitaba a vivita las por algún buque español de vez en cuando. Dependían de la Capitanía General de Filipinas que, a su vez, hasta de independencia de México en 1824, dependían del Virreinato de Nueva España y cuya comunicación con la metrópolis dependía del galeón de Manila.
Están formados por varias agrupaciones de pequeñas islas y atolones que se dividen en dos grandes grupos: las occidentales con las islas de Yap, Sorl y Ulea, y las orientales entre las que se encuentran Ponapé, Ualán, Truk y Mortlok. A finales del siglo XVII fueron bautizadas como Islas Carolinas en honor al rey Carlos II reinante en ese momento en España.
Su colonización comienza por esos años con el envío de un destacamento de treinta soldados y unos misioneros que trataban de evangelizar las islas, pero poco más se hizo por ellas, la realidad era que apenas fueron visitadas por las autoridades españolas hasta finales del siglo XIX. Permanecían como un área inexplorada, sin la presencia alguna de representantes de España ni de su administración. El abandono de este archipiélago fue parejo con las apetencias de otras naciones colonizadoras, que buscaban por el Extremo Oriente lugares para establecer estaciones navales y abrir nuevos mercados.
El hueco fue siendo ocupado por empresas alemanas, americanas e inglesas que se dedicaban a la explotación de la copra. La copra es la pulpa seca del coco que se desarrolló como producto comercial hacia 1860.
A finales de la década de 1880, los acuerdos de la Conferencia de Berlín exigían la ocupación efectiva del territorio para refrendar la posesión del mismo. El Gobierno español empezó a temer que, si no establecía una colonia en las islas, cualquier barco extranjero podría tomar posesión de las islas y reclamar su soberanía contra los intereses históricos de España.
Por otra parte, el estado interno de las islas también presionaba en el mismo sentido. Urgía la presencia de una autoridad que administrara el archipiélago, pusiera fin a las rivalidades entre comerciantes de distintos países, mediara en los conflictos con los naturales, acabara con las luchas entre tribus y estableciera unas normas de conducta, comercio y explotación para estos archipiélagos. Una comisión de residentes en la isla de Yap envió al Gobernador General de Filipinas una nota diciendo que si España no establecía allí representantes de su administración pedirían protección y ayuda a otra potencia. De este modo, en 1885 coincidieron razones de orden internacional y de política interna de las islas, que obligaron a España a establecer una colonia efectiva en las Carolinas para poder mantener su soberanía sobre las islas.
El Gobierno ordenó al Capitán General de Filipinas la ocupación efectiva de las Islas Carolinas y desde las islas se envió al crucero Velasco que llegó a la isla de Yap 99 años después de la última visita de la Armada española. Sin esperar el informe del comandante del Velasco, el Gobierno decretó en marzo la creación de un gobierno político militar en las Carolinas que incluyera las islas occidentales y orientales, en estas última se incluía las islas de Palaos.
En abril de 1885, las potencias europeas se reparten las áreas de influencia del Océano Pacifico, las Carolinas quedaron dentro del área de influencia de Alemania, que, a continuación, comunicó al Gobierno español su intención de ocupar las islas al considerarlas territorio sin dueño (res nullius). El gobierno español se opuso a sus pretensiones, y al convoy español que navegaba hacia las islas llagó a la isla de Yap dos días antes que el cañonero alemán que intentaba tomar posesión de las islas. Ante la igualdad de las respectivas fuerzas, ambos comandantes decidieron escalar el enfrentamiento a sus respectivos gobiernos. Entre tanto, otros buques alamanes ocuparon islas del archipiélago de las Marshall también parte de la micronesia española. Ambos gobiernos recurrieron a la mediación del Papa, cuyo laudo concedía las islas Carolinas a España, a cambio las Marshall pasaban a la soberanía de Alemania e Inglaterra.
Resuelto se procedió a la instalación de dos divisiones navales en las islas de Yap y de Ponapé. En las orientales se nombró Gobernador el capitán de fragata Isidro Posadillo y Posadillo, madrileño de familia cántabra. En las occidentales se nombró el teniente de navío Manuel Elisa Vergara. Se consideró la ocupación de Yap prioritaria a la de Ponapé.
Eran unas divisiones muy pequeñas, faltaban hombres y barcos, y las Carolinas se extendía por unos 2.000 Km² con más de seiscientas islas y unos cuarenta mil habitantes. Frente a ello la colonia sólo podría contar con un centenar de hombres y dos barcos, divididos en dos núcleos diferentes, uno para Carolinas Orientales y otro para las Occidentales, que difícilmente podían abarcar tanto territorio. Posadillo eligió el lugar adecuada para desembarcar en la isla de Ponapé, desembarcó el 19 de abril de 1887, fundó la capital con el nombre de Santiago de la Ascensión. Se establecieron el gobernador con su equipo administrativos formado por su secretario, un médico de la armada, el catalán Enrique Cardona Miret, y la guarnición compuesta por tres oficiales y 75 soldados, la mitad de ellos soldados del batallón disciplinario de Filipinas, además de tres frailes capuchinos y la familia de uno de los oficiales. En la isla la única fuerza armada existente era una milicia nativa organizada y mandada por el pastor metodista americano Mr. Doanne.
A finales de mayo llegó al puerto de Ponapé la vieja corbeta de la Armada, María de Molina, al mando del teniente de navío Juan Fernández Pintado con una reducida tripulación de 31 hombre, casi desartillada. La corbeta había sido retirada de la Armada como buque activo y se recalificó como simple pontón.
La empresa no era rentable económicamente por la poca variedad de los productos de exportación, el alejamiento de los mercados y lo costoso de su mantener un destacamento militar con un número adecuado de miembros, la presencia en las islas se mantenía por prestigio.
La construcción de edificio de la Gobernación, los barracones para la tropa y la Iglesia dieron lugar a los primeros problemas con la población nativa. Para los trabajos se empleó el mismo sistema que se venía usando en las colonias españolas, el trabajo obligatorio de los indígenas. Doanne, de inmediato empezó a soliviantar a la población contra el Gobernador, el trabajo obligatorio y los capuchinos. Llevaba en la isla con su mujer más de 37 año y, además de pastor, era el comandante de la milicia local que el mismo financiaba. El choque con el Gobernador era inevitable, era una persona que llevaba mucho tiempo sin ninguna autoridad por encima y soportaba mal a Posadillo.
El Gobernador descubrió que había falsificado documentos para hacerse con las tierras de los nativos, lo que unido a sus a sus constantes intrigas, hizo que Posadillo lo detuviera, junto con su familia, y el 16 de junio lo envió a Manila para que fuera juzgado por la Audiencia.
El día 1 de julio, los trabajadores nativos no se presentaron al trabajo, se escondieron en la jungla. El Gobernador mandó un oficial y 20 soldados con la intención de hacerlos volver al tajo, pero fueron emboscados y muertos todas excepto un soldado que regreso muy mal herido.
La guarnición no tenía levantada ninguna fortificación, por lo que se realizaron a toda prisa una trinchera defensiva de circunstancia. Al día siguiente atacaron los nativos, siendo rechazados a costa de tres heridos, pero la posición era indefendible, por lo que Posadillo decidió retirarse al pontón atracado en el puerto.
La retirada se hizo la noche del 3 al 4 de julio en medio de una gran confusión. Fue un desastre y solo lograron llegar al pontón un cabo europeo y cuatro soldados filipinos. El resto, incluido Posadillo, su ayudante, los otros dos oficiales, el médico, los capuchinos y las familias murieron a manos de los nativos. El total de bajas de la guarnición desde el comienzo de los ataques fue de 76 muertos militares de una guarnición de 81 hombres.
El comandante del pontón, Fernández Pintado, tuvo que rechazar ataques por tierra y por mar con ayuda de la escasa artillería de que disponía. Resistió un asedio de dos meses en una situación desesperada, situación ignorada en Manila. La colonia estaba incomunicada hasta que el 1 de septiembre se presentó el transporte San Quintín que traía de vuelta a Donnane que, por presiones de EE. UU. había sido absuelto y ordenado su vuelta a la isla.
El San Quintín dejó provisiones, munición y treinta hombres de su dotación al María de Molina, volviéndose inmediatamente a Manila para informar de la situación. Con los refuerzos la defensa que mandaba Fernández Pintado mejoró, aunque la situación se fue calmando con la llegada de Doanne que apaciguó a los rebeldes.
El medido Enrique Cardona Miret fue condecorado con la Cruz laureada de San Fernando por sus acciones en la noche de la retirada. En la noche del 4 de julio bajo a tierra voluntariamente a curar a los heridos, quedo sitiado con los restos de a guarnición cuando se retiraba hacia el pontón. Durante un ataque cayó herido un nativo que fue socorrido por Cardona, bajo un nutrido fuego enemigo, consiguió salvarle. En los siguientes ataques, el heroico medico sucumbió con el resto de sus compañeros.
El 23 de septiembre, cuando se conoció la noticia en Manila, se organizó una expedición de socorro, que acompañaba el nuevo gobernador, el capitán de fragata Luis Cadarso, compuesta por el cañonero Lezo y tres bracos de transporte que transportaban una fuerza terrestre formada dos compañías de artilleros europeos, dos compañías de infantería filipina, una batería de artillería y una sección de zapadores. Mandaba la fuerza el comandante de artillería Diaz Varela.
Al llegar a la isla, después de desembarcar y establecer un perímetro defensivo fuertemente artillado, el fuerte Alfonso XIII, detener a cinco de los cabecillas para deportarlos y juzgarlos en Manila y conseguir la paz, los expedicionarios volvieron a las Filipinas dejando una guarnición formada por las dos compañías de infantería, totalizando unos 150 hombres.
Aunque Cadarso se aplicó en ganarse a la población indígena, no por eso acabaron las insurrecciones. A morfología del terreno dificultaba las operaciones de control y a los rebeldes, en ocasiones, se unían nativos de las islas adyacentes haciéndolas más difíciles. Dos años después se produjo una rebelión de uno de los clanes indígenas que costó 5 muertos controlar y que obligó a dividir en dos mitades la escasa guarnición estableciendo otro puesto de seguridad en Oua, la población del clan rebelde, los Metalamin.
La Armada, en las estaciones navales de Ponapé y de Yap no tenía una presencia fija, alternaba los cruceros y cañoneros del apostadero de Filipinas en estancias temporales en las islas.
La tensión acumulada volvió a estallar en junio de 1890, el día 25, a primera hora, casi toda la guarnición del puesto de Oua salió desarmada en dirección a la jungla a talar árboles. El comandante del puesto, el teniente Porras, confiaba plenamente en los nativos. En el puesto solo quedaron un cabo y cuatro soldados guardando las armas. Cuando los caciques consideraron que la fuerza estaba suficiente lejos del puesto, los insurrectos atacaron a la guardia, asesinándolos y apoderándose de todas las armas. Emboscaron a la fuerza del teniente Porras, matándolo junto a otros 27 soldados. Del total de la guarnición de 66 hombres, solo 22 soldados supervivientes, todos heridos, lograron llegar a Santiago y refugiarse en el recinto fortificado con el resto de la guarnición de la isla.
La situación volvía a ser critica. El gobernador de Yap, teniente de navío Mariano Torres de Navarra, envió refuerzos inmediatamente a Ponapé, pero el buque que los transportaba encalló por lo que se trató de ayudar a la guarnición con una fuerza de 30 hombres transportados por medio de botes bajo el mando del alférez de navío Serrano. Fueron atacados por los nativos causándoles 9 muertos y 10 heridos, entre ellos el alférez.
Ponapé volvía a quedar aislado, abandonado a sus propios y escasos recursos. Se consiguió fletar un barco para pedir ayuda en el que se trasladó el alférez de navío Moreno. El buque, casualmente, hizo escala en Guam donde estaba el vapor correo que hacía el servicio entre las Marianas y Manila, que se encargó de llevar a esta última ciudad la noticia.
El capitán general de Manila, V. Weyler, organizó una segunda expedición de socorro con los cruceros Velasco y Ulloa que transportaban una fuerza al mando del coronel de infantería Isidro Gutiérrez Soto compuesta por unos 500 hombres.
Llegaron a Ponapé el día 1º de septiembre y el día 13 se pusieron en marcha hacia Oua. El coronel tomó una decisión errónea, y en lugar de seguir el camino o desplazarse por mar dadas las características de la isla, y con objeto de lo lograr la sorpresa, se internó en la selva, dos días más tarde, con la fuerza extenuada y con muchos enfermos, se ordenó retornar al lugar de origen. El día 17 por la mañana, ante el fracaso de la marcha por la selva, el coronel se suicidó.
Tomó el mando de la columna el capitán de artillería Víctor Diez de Rivera. Este decidió llegar a Oua por mar, transportando los cruceros de la armada las fueras atacantes y ayudándose de la potencia de sus cañones para realizar un desembarco en las proximidades del pueblo. Después de una dura lucha que costó 5 muertos y 27 heridos, y permanecer tres días en la población, reembarcó sus fuerzas y regresó a Santiago. Envió un informe a Weyler solicitando refuerzos y un nuevo jefe de la expedición y comunicando que la rebelión estaba liquidada.
El Capitán General nombró como nuevo jefe de la expedición al coronel Serrano Ruiz, quien llegó a Ponapé el 14 de noviembre acompañado de 11 oficiales y 162 soldados de refuerzo.
Con su llegada las fuerzas españolas teóricas llegaban a unos 880 soldados. Serrano decidió terminar con los más importantes y peligrosos rebeldes, los componentes de la tribu de los Metalamin, cuyos miembros había protagonizado la revuelta de Oua. Resolvió atacar el poblado de Ketam con dos columnas, una bajo su mando y la otra mandada por el comandante Diez de Rivera. El plan era transportarlas por mar usando los medios disponibles, desembarcar cada una en una en puntos distintos para avanzar hacía Ketam. El día 21, la segunda columna desembarcó en Oua y comenzó a avanzar para encontrase con la otra según lo planeado. En su camino fue atacada por los rebeldes que le causaron 3 muertos y 11 heridos. Al no encontrar a la otra columna en el lugar previsto de reunión, tuvo que atrincherarse para rechazar otro ataque rebelde que le produjo otros 18 muertos y 42 heridos. Entre las bajas, que representaban una cuarta partes de los efectivos, estaban 7 de los 11 oficiales de la columna, Al día siguiente llegó la otra columna, la columna de Serrano, que había tenido problemas para desembarcar. Ambas columnas juntas tacaron el poblado, cogiendo entre dos fuegos a los rebeldes, que acabaron huyendo a la selva. En total las dos columnas tuvieron 26 muertos y 59 heridos.
Entre los distinguidos de ambas columnas están los capitanes Aguado, Romerales, Monasterio y Cebrián, además de los artilleros Jerónimo Gándara y Casimiro Rodríguez que fueron propuestos para la Cruz laureada de San Fernando.
La tribu de Metalamin fue disuelta y repartido su territorio entre sus vecinos. Durante los siguientes 9 años que Ponapé perteneció a España, se mantuvo la paz. El control de la isla le había costado 150 muertos y 174 heridos a el Ejército español.
Después de la derrota de 1898, España sin barcos para poder controlar y mantener la soberanía en tan lejano y extenso territorio, acabó vendiendo las islas a Alemania en 1899 por 25 millones de pesetas.
Joaquín de la Santa Cinta, Ingeniero aeronáutico, economista e historiador
- Revista de Historia Militar N.º 37 y 57
- Revista de Historia Naval N.º 44, 63 y 96
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