La vida se abre camino. Siempre se abre camino por duras que sean las circunstancias
Acabo de conocerlos. Se llaman Tardígrados u “Osos de agua” aunque no se parecen en nada a un oso, excepto en su forma de moverse. Son diminutos bichitos, de un tamaño máximo de 0,5 milímetros y resultan ser las criaturas de este planeta con mayor capacidad de sobrevivir en cualquier tipo de ambiente hostil, incluso en el espacio. Según nos informa la Wikipedia, “Mediante un proceso de deshidratación, pueden pasar de tener el habitual 85 % de agua corporal a quedarse con tan sólo un 3 %. En este estado el crecimiento, la reproducción y el metabolismo se reducen o cesan temporalmente. En 2016 científicos del Instituto Nacional de Investigación Polar de Japón (NIPR) consiguieron reanimar a ejemplares que llevaban más de 30 años congelados”. La resistencia de estas criaturas es sencillamente asombrosa. “En condiciones de laboratorio extremas parece que pueden sobrevivir a temperaturas entre -273 °C, casi el cero absoluto y 151 °C, siendo capaces de aguantar presiones 6.000 veces superiores a la atmosférica. Asimismo parece que pueden sobrevivir a la inmersión en alcohol puro y en éter”.
Y se sobreponen incluso a las dantescas condiciones del espacio interestelar. “En septiembre de 2007 se lanzó la sonda espacial Foton M3 de Rusia y la ESA, y en ella fue colocado un grupo de tardígrados. Se comprobó que no solo sobrevivieron a las condiciones del espacio exterior, sino que incluso mantuvieron su capacidad reproductiva, por lo que se les considera los seres vivos más resistente capaces de soportar 100 veces más radiación que cualquier otro organismo viviente”. No es tan extraña dicha capacidad de supervivencia, puesto que unas cepas de la bacteria Streptococcus mitis, que fueron llevadas a la Luna por accidente en la Surveyor 3 en 1967, pudieron ser revividas sin dificultad cuando llegaron de vuelta a la Tierra tres años después. Otras bacterias llamadas OU-20, han aguantado perfectamente 553 días en las extremas condiciones del exterior de la Estación Espacial Internacional. Eso significa ser inmunes a las radiaciones cósmicas y ultravioletas, a cambios extremos de temperatura y a la ausencia total de oxígeno. Y fue apoyándose en esta capacidad casi milagrosa para viajar por el espacio como se dio origen a la Teoría de la Panspermia, interpretando que los primeros y diminutos seres vivos simples pudieron sembrar la vida en nuestro planeta, procedentes de otros mundos.
Hablando de oxígeno, aunque es el gas imprescindible para nuestra respiración, recordemos que no ha existido siempre sobre la Tierra. Nuestro planeta fue “acondicionado” para los seres que respiramos oxígeno gracias a la producción de unas diminutas cianobacterias. Pero ellas fueron capaces de vivir en aquél ambiente hostil desprovisto de oxígeno que necesitan todos los seres superiores. No me parece nada extraño que existan quienes creen en la actuación de un ser superior diseñador de este mundo que lo acondicionó para que nosotros pudiéramos habitarlo.
Sí, la vida se agarra con intensa fortaleza a la existencia por muy duras que sean las condiciones que se le impongan. Así, los especialistas en exobiología, que tratan de entender cómo otros tipos de seres vivos distintos a los terrestres podrían habitar mundos cuyas condiciones originales y medioambientales podrían ser incluso radicalmente diferentes a las nuestras, se han fijado en un tipo de gusanos que viven literalmente sobre chimeneas volcánicas situadas a miles de metros bajo el mar, soportando presiones 500 veces superiores a la atmosférica y temperaturas de más de 400º C, como las de las fumarolas de la fosa de las Caimán, una gran abertura entre la placa tectónica de Norteamericana y la del Caribe a 5.000 m. de profundidad.
En la eterna oscuridad de esos abismos, los organismos que allá viven no pueden disponer de la energía solar y viven de los minerales y del calor exhalado por esas bocas hidrotermales. Según Investigadores de la universidad de Victoria, Canadá, han descubierto una especie de lenguados que viven en un ambiente hostil, alrededor de pozos de azufre con “montones de metales pesados tóxicos que salen de estos volcanes activos y agua muy caliente que puede ser también muy ácida; su pH es tan bajo que puede resultar como el del ácido sulfúrico”.
Pues todas esas durísimas condiciones no son nada comparadas con las que ha debido de soportar la vida sobre nuestro planeta a lo largo de no menos de cinco grandes Extinciones Masivas.
La primera se produce hace unos 440 millones de años, entre los períodos Ordovícico y el Silúrico. Esta catástrofe afectó tanto la vida marina que más de un 60% de especies desapareció.
La segunda sucedió en el período Devónico, unos 360 millones de años atrás, y se cree que las especies que vivían en aguas cálidas fueron las más afectadas, extinguiéndose más del 70%.
La tercera acaeció entre los períodos Pérmico y Triásico, hace 250 millones de años. Fue la que más vida destruyó sobre en la Tierra, tan es así que se volatilizaron el 95% de las especies.
Entre los períodos Triásico y Jurásico, hace aproximadamente 210 millones de años, se produce una cuarta gran extinción masiva que causó la desaparición de aproximadamente el 50% de los géneros biológicos.
La quinta extinción masiva, que tuvo lugar entre los períodos Cretácico y Terciario, 65 millones de años atrás, es la más famosa de todas porque en esta desaparecieron los dinosaurios. Conocida es la hipótesis de la caída de un meteorito gigante en la península del Yucatán, pero según las últimas investigaciones debió de haber algo más que afectara en exclusiva a los lagartos terribles mientras que otras especies lograron sobrevivir.
No existe absoluta seguridad acerca de qué factores provocaron tales hecatombes masivas de especies. Se barajan desde glaciaciones y otros cambios climáticos, hasta caídas de meteoritos, enormes erupciones volcánicas, o súbitas lluvias de intensa radiación causadas por la explosión de alguna supernova. Pero sean cuales fueren, tan catastróficos resultados sólo pueden atribuirse a tremendas causas naturales que hacen palidecer todas las demás cuitas de la raza humana.
Así que ya lo sabéis. A la Naturaleza le importa un pito que alguien voluntaria o involuntariamente apriete el botón rojo del Holocausto Nuclear y nos vayamos todos al carajo. Poca cosa unos cuantos megatones y la extinción algunos millones de humanos, comparada con los horrores, presiones de todo tipo y sobresaltos a los que la vida ha debido sobreponerse hasta ahora.
Poca cosa, sí, porque la vida siempre se abre camino… Aunque no sea necesariamente NUESTRO camino.
Abelardo Hernández