‘La primavera la sangre altera’: un viejo aforismo sin ninguna base científica. Un artículo del Dr. Juan José Granizo
Dice una coplilla popular: “Ya llegó mayo florido y hermoso para que las mozas bailen con los mozos”. Nuestros predecesores creían que la primavera alteraba nuestra sangre, pero al mismo tiempo hablamos de conceptos opuestos como la astenia primaveral. ¿Hasta qué punto es cierto que la primavera afecta nuestro comportamiento?.
En el reino animal está demostrada la existencia de ciclos estacionales: los mamíferos acumulan grasa parda o hibernan, muchas especies realizan migraciones. La sexualidad está regulada por periodos de celo para que las crías nazcan cuando tienen las mayores probabilidades de supervivencia.
En humanos, sin embargo, no es fácil demostrar como la primavera (o el cambio de estación, por extensión) afectan a nuestra fisiología. Los estudios psicológicos ofrecen datos contradictorios y criticables.
Hay estudios objetivos y bien diseñados que demuestran pequeños cambios de algunas hormonas y neurotransmisores entre la primavera y el otoño, pero es muy difícil correlacionar esos sutiles cambios fisiológicos con modificaciones objetivas de nuestro comportamiento o ánimo. En lo que a la reproducción se refiere, los humanos vivimos en “celo permanente”.
La especie humana actual tiene entre 500 y 300.000 años: Sólo en los últimos milenios el desarrollo de la agricultura, la ganadería y tras ellas, la generalización de la vida sedentaria, nos han liberado – en parte- de los factores ambientales. Pero eso es muy poco tiempo en términos evolutivos para cambiar nuestra fisiología.
La explicación es otra: es la propia naturaleza la que nos ha permitido independizarnos de las variaciones estacionales porque es una enorme ventaja biológica.
Hace millones de años la evolución realizó una curiosa experiencia: desarrollar mejoras en el cerebro de los simios que les permitieron cambios bioquímicos, hormonales y de conducta para no depender completamente del medio ambiente. Siguiendo esa línea, los humanos añadimos la inteligencia y con ella, el aprendizaje y el desarrollo de la tecnología.
Pertenecemos a un grupo extraordinario de seres vivos que tiene una sorprendente y rápida adaptación a cualquier medio ambiente y condición. Es una mejora biológica decisiva para asegurar nuestra supervivencia.
Pero no somos totalmente independientes de los cambios cósmicos. Sabemos con total certeza científica que el organismo tiene un ritmo circadiano influenciado por la luz del sol. No es un ritmo estacional, su amplitud es casi de un día (circa en latín es cercano o próximo) y nos sirve, por ejemplo, para dormir de noche y estar más activos por la mañana. El sueño es una vital necesidad para el cerebro.
Este ritmo se regula por un “reloj biológico” que se encuentra en el hipotálamo, una estructura de la base del cerebro. Desde el hipotálamo se regula el sistema endocrino y algunos aspectos básicos del comportamiento (como la sexualidad), pero este reloj biológico solo es uno de las muchos factores que regulan el funcionamiento de nuestra fisiología. Si hablamos de estado de ánimo o conducta, la regulación es infinitamente más compleja.
Por tanto, la luz solar regula moderadamente el funcionamiento de nuestro organismo, pero ya hemos dicho que esos cambios fisiológicos no significan necesariamente modificación de comportamiento o estado de ánimo en términos generales y para la mayoría de las personas.
Posiblemente la idea de que “la primavera, la sangre altera” esté más influenciada por la cultura que por la ciencia. Una milenaria cultura desarrollada en estrecho contacto con la naturaleza hasta la llegada de la industrialización.
Pero no perdamos el romanticismo: nos queda mucho por saber. La neurociencia moderna está en pañales y quizás en el futuro les tenga que decir otra cosa y podamos cantar “Los Mayos” con sólida base científica.
Juan J. Granizo, Doctor en Medicina, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública