¡Abajo los idealismos!

Sí, ya lo sé. La frase aparentemente parece absurda, dado el culto dedicado en estos tiempos al idealismo. Seguramente porque cuando pronunciamos esta bendita palabra la entendemos como sinónimo de altruismo, bondad, solidaridad y demás virtudes positivas. Lo estamos comprobando todos los días en las tormentas políticas que agitan al mundo… Pero muchas veces las cosas no son tan evidentes como parecen. Pero prestad un minuto de atención a estos versos que en 1895 escribió un joven seminarista aspirante a poeta:
El capullo rosado se abre.// Rápido se tiñe de pálido azul violáceo// Y, agitada por la brisa ligera// La lila del valle se inclina sobre la hierba// La alondra ha cantado en el oscuro azul// Volando más alto que las nubes// Y el ruiseñor de dulce sonido// Canta desde los arbustos una canción a los niños”.
¡Qué ternura! ¡Qué sensibilidad! Pero en 1936, ese joven poeta llamado Iosif Vissariónovich Dzhugashvich se convirtió en Stalin, el asesino de más de veinte millones de personas.
Hace poco, vagabundeando por Internet, cayó bajo mis ojos un artículo publicado en la página rincondelvago.com, firmado por Miguel Ángel Fernández Sánchez donde se lleva a cabo un análisis de la obra “El crepúsculo de las Ideologías”. Personalmente no he leído este libro, pero me baso en la exposición de Fernández Sánchez donde, a mi parecer, se dicen unas verdades como puños acerca de las ideologías políticas basadas en supuestos idealismos.
Por ejemplo: “Son consignas para un hombre en sociedad, no para un solitario. Trata de estructurar la sociedad y configurar el Estado. Es un producto para el consumo de las grandes masas. Son siempre fáciles, simples y publicitarias. Tratan de buscar un efecto inmediato. Las crea el intelectual y al popularizarse adquieren el carácter de creencias. No son razonadas sino admitidas, afirmadas, vividas y sentidas. Es lo más parecido a un mito. Se está con ellas o contra ellas. Son consignas dogmáticas, acaban condicionándolo todo. Son los límites últimos de lo que se pretende conseguir. No suele contener precisiones ni detalles sobre los procedimientos que van a seguir para lograr lo que pretenden. Lo ideológico no suele ser honestamente realista. Deforma y radicaliza la verdad, lo que en un principio podía ser justo y exacto”.
Pero, a partir de un momento, las cosas empiezan a ser peligrosas: “Las ideologías son integristas por naturaleza. Una ideología integrista es lo contrario de un interés porque descarta la negociación. El integrismo es la meta natural de toda ideología. Los integrismos de signo revolucionario acaban en el negativismo, violencia y el error. No hay integrismos resistentes y atrincherados; todos son agresivos y colonizadores. Los intereses pueden llegar a tener una defensa jurídica, las ideologías la única defensa que conocen es la violencia. La capacidad agitadora de las ideologías en ebullición es muy superior a la de los intereses. Hay intereses justificados con ideologías; otros que reconocemos contrario a toda justificación, es decir ilegítimos; y muchísimos que se justifican con razones, o sea con una ética”. Y termino con un párrafo preocupante:
“Desde el punto de vista sociológico las ideologías sufren un proceso de crecimiento, pero desde el punto de vista intelectual se trata de una degeneración progresiva: las ideas a medida que se masifican y disuelven, pierden autenticidad y ley, se degradan. El declive de una ideología se parece en algunos puntos al de una religión”.
Pues sí, lo lamento mucho. Temo a las ideologías y a los idealistas. A lo largo de la historia son muchos aquellos que se deslizan con una gran facilidad de “Yo creo tal cosa”, a “Tú deberías creer y defender lo mismo que yo”, y de ahí a “Si no me sigues para apoyar mi creencia, te destruiré”. Recordemos que quizá la creencia más positivamente idealista de la historia, el Cristianismo, empezó expresando cosas tan hermosas como “Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada”. O bien “Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Bellas palabras que no mucho tiempo después se envilecen en forma de Cruzadas, Guerras de Religión, Inquisiciones o quemas de brujas. Y la vuelta a la violencia de tiempos más remotos. “¡Y ahora, para ustedes es esta advertencia, sacerdotes! Si no escuchan y no se deciden a dar gloria a mi Nombre, dice el Señor de los ejércitos, yo enviaré sobre ustedes la maldición y maldeciré sus bendiciones!” ¡Qué carácter!
Oh, sí. En la Historia das una patada y brotan por doquier los buenos y dulces brotes del idealismo: “Nosotros somos socialistas, somos enemigos del sistema económico capitalista actual porque explota al que es débil desde el punto de vista económico, con sus salarios desiguales, con su evaluación indecente de un ser humano según tenga riqueza o no la tenga” ¡Qué poquitos identificarían tan hermosas palabras con Adolf Hitler! Menos aun cuando dijo: “¡Dios sabe que yo quise la paz!”. Increíble, ¿no?
«Hay que intensificar las relaciones humanas, destruyendo barreras elevando y uniendo a las clases», clamaba Francisco Franco. ¿Y qué decir del idealismo del Gran Duce Benito Mussolini?: “Es el fascismo el que ha reformado el carácter de los italianos, eliminando de nuestras almas toda escoria impura”.
Claro que ese idealismo destructor de todo bicho viviente no se limita a la ultraderecha. También, por supuesto, a la ultraizquierda. Ni siquiera podemos exceptuar al abuelo de todos, el sublime Mao Tse Tung, pese a que en cierta ocasión dijera emocionadamente “El odio nunca es vencido por el odio sino por el amor.” ¡Toma ya! Y tampoco sabemos en qué pensaba cuando intuyó que “Las rebeliones más violentas y los desórdenes más graves han tenido lugar invariablemente allí donde los déspotas locales malvados y terratenientes sin ley habrían perpetrado lo peores ultrajes”. ¿Algo así como los responsables de la Gran Revolución Cultural?
Pongamos también aparte el encendido deseo de los grandes líderes de Corea del Norte: “¡Convirtamos nuestro país en la nación más poderosa del mundo, en un pueblo de cuento de hadas, tal como lo desearon los grandes Camaradas Kim Il Sung y Kim Jong Il!” ¡IOh, qué bonito! Con el hada madrina de Blancanieves, imaginamos.
Y no dejemos de lado a otro adalid del idealismo más puro: Fidel Castro. Suya es esta frase: “El capitalismo es indefendible, el imperialismo es indefendible; el socialismo, cualesquiera que sean los errores que puedan cometer los hombres -y no habrá ninguna obra humana en que los hombres no cometan errores-, es lo más noble, lo más justo y lo más digno que se pueda llevar a cabo”. Cierto. Sólo cabe añadir: “Sí, pero no cuando los errores se convierten en hechos intencionados y acaban siendo más y más negativos que los aciertos”.
Si os fijáis bien, todos los nombrados hasta el momento han tenido una característica común: Para impulsar sus benditos ideales e ideologías, no dudaron en arrastrar a las masas con su florido verbo y provocar la muerte de miles y miles de personas inocentes en guerras y revoluciones… Para al final dejar todo igual o peor de lo que estaba.
Y para terminar una enumeración que suena a broma pesada, acabamos con algo serio, que podremos desarrollar otro día. Y lo vuelve a decir Fernández Sánchez: “Otro de los síntomas de la crisis de las ideologías es cuando estas convergen, cuando dos idearios contrapuestos se aproximan. Se refiere a dos posiciones tan tradicionalmente incompatibles como el liberalismo y el socialismo. El marxismo se aburguesa, y por otro el liberalismo se socializa”.
Afortunadamente.
Abelardo Hernández