La confianza es madre del descuido y lo confirman Esperanza Aguirre y Felipe González

La frase pertenece al escritor Baltasar Gracián quien la enunció nada menos que en el siglo XVII. Y viene muy a cuento con todo el lío actualmente ocasionado por la confianza que depositara Esperanza Aguirre en la figura de quien fuera en su día presidente de la C.A. de Madrid, Ignacio González, implicado en un supuesto delito de corrupción, actualmente en chirona y cuyo alcance está siendo evaluado por la judicatura.
Curiosamente -o no tanto, como ya veremos- la inmensa mayoría de las críticas no se han dirigido tanto al supuesto corrupto como a una de las cabezas políticas más destacadas del PP en la Comunidad de Madrid. Esperanza Aguirre no ha tenido más remedio que dimitir entre lágrimas que bien pudieran ser tanto de ira como de tristeza ante la traición de quien ella defendió a capa y espada públicamente en todas las ocasiones que tuvo.
Sus palabras me han retrotraído a la época en que al socialista Felipe González le estallaban los escándalos a los pies como si caminara por un campo minado. Le recuerdo asomado a los noticiarios televisivos con una expresión funeraria de hombre machacado por la inexorable garra del destino. Él también se sentía traicionado y engañado por sus corruptos. Él tampoco sabía nada, y se iba enterando de los tremendos acontecimientos por los periódicos -decía- Y las críticas que entonces arreciaban contra él tenían las mismas letra y música que las que llueven ahora sobre Esperanza Aguirre, haciéndole saber que estaba metido hasta el cuello en un verdadero callejón sin salida. Si estás enterado de las tramas que se cuecen a tu alrededor eres cómplice de esa corrupción. Y si creemos en la sagrada presunción de inocencia legal, y no lo sabías, entonces eres un directivo ineficaz e incompetente en cuya custodia sería irresponsable seguir confiando el cuidado del erario público.
Supongo yo que, lejos ya de los micrófonos y cámaras de los periodistas, tanto González en su día como Aguirre ahora, debieron dar cabezazos de desesperación contra las paredes. “¿Cómo he podido ser tan necio/a de basar mi reputación y las de todos los compañeros de mi partido en unos cimientos tan podridos que al romperse podrían destruir el conjunto del trabajo que tantas personas honradas y de buena voluntad se han esforzado en construir día a día?”
De poco parece haber servido el hecho de que la presente trama haya sido descubierta gracias al envío a la fiscalía por parte de la presidenta Cristina Cifuentes de cierto dossier sobre presuntas irregularidades en la gestión del Canal de Isabel II. Hace no mucho reflexionaba yo sobre la curiosa circunstancia de que entre todos los partidos políticos que se dan golpes de pecho clamando contra la corrupción, no se haya dado NI UN SOLO caso de que sean ellos mismos quienes investiguen y denuncien las irregularidades que detecten entre los cargos de su grupo que manejan la pasta de los ciudadanos, sino que, antes bien, intentan tapar desesperadamente sus vergüenzas hasta que el pastel queda totalmente al descubierto.
Pues mira. Cristina Cifuentes lo ha hecho. Veremos si tal actitud sirve de precedente para las demás formaciones políticas… aunque me temo que ni usted ni yo estamos demasiado seguros de que así vaya a suceder.
Dimitida o no, aún la ira de sus enemigos seguirá persiguiendo durante mucho tiempo el rastro de Esperanza Aguirre. Ella ha sido –-es- uno de los personajes más odiados y vilipendiados, no ya por sus supuestas o reales maldades, sino por haber cometido dos tipos de pecados imperdonables para sus contrarios. Y en ello comparte la gloria de ser blanco del odio junto con José María Aznar. Ambos han obtenido siempre en todas sus convocatorias electorales un mucho mayor número de votos que sus oponentes. Y claro, es difícil criticar esto sin hacer de menos a los pobres e inocentes votantes. Y en segundo lugar, han sabido lograr transformaciones económicas en todos los órdenes –industria, comercio, turismo, etc- que han destacado netamente sobre el resto. Por eso Madrid ha crecido como la espuma, mientras que en otras comunidades plagadas también de mucho más cuantiosos escándalos -léase Cataluña o Andalucía- sus economías retroceden día a día sin que se vea el final del túnel. Realmente eso no es fácil de perdonar. Ni de contraatacar, digámoslo todo.
Y para acabar, dos consejos que ya creo haber enunciado anteriormente. “Este país es una panda de amiguetes”, decía un viejo amigo y compañero con muchísima razón. Pues lógico: si empiezas a repartir cargos de confianza entre amigos y familiares -y en las nuevas agrupaciones políticas ya se detecta cierta tendencia a ello- no te quejes luego si deciden forrarse y la tal confianza que generosamente les brindaste se la pasan por el arco del triunfo y a ti te dejan con el pompis al aire.
Ya sabes: La confianza es madre del descuido.
Abelardo Hernández