Si quieres mejorar el mundo… empieza por ti mismo
Ya estamos. Siempre igual. Comienzo de año y brota un torrente de nuevos deseos. Algunos son puramente personales: “Adelgazaré unos cuantos kilitos, dejaré de fumar, haré más ejercicio…” Pero mucha otra gente deja que brote su vena más altruista: “Que haya justicia en el mundo, que desaparezcan el hambre, las guerras, la corrupción, las dictaduras…”
Y yo propongo algo que, como buena perogrullada no deja de ser cierta. Si quieres que el mundo mejore, empieza por mejorar tú mismo. Y es bueno que el enunciado de este propósito coincida con unas fechas señaladas para los cristianos de todo el mundo, las cuales anuncian el nacimiento de un Niño-Dios que cambiaría la historia del mundo.
No voy aquí a tomar partido ni a entrar en polémicas sobre la existencia real o no de Jesucristo, ni si su naturaleza era divina, o humana. Porque lo que interesa de verdad es el mensaje que se ha intentado transmitir a lo largo de los siglos y que, a mi entender, no se ha comprendido completamente.
¿Y cuál sería tal mensaje? Para mí, trataba sobre el PODER, así, con mayúsculas.
Como se nos ha contado, los Evangelios Canónicos, los conocidos por todo el mundo, nos descubren la edad adulta de Jesús, con un casi total silencio sobre su infancia. Silencio que por otra parte intentan cubrir los llamados Evangelios Apócrifos. Así, por ejemplo, el Evangelio del Pseudo Tomás presenta a Jesús como un niño caprichoso y de mal genio, que utiliza sus poderes para vengarse de maestros, vecinos y otros niños, a quienes a veces ciega, deja inválidos o incluso mata.
Cuenta, por ejemplo, que un día, mientras Jesús caminaba, otro niño de su edad chocó contra él derribándole. Muy enfadado le dijo que igual iba a caer él… para no levantarse, y en ese momento el pequeño murió. En otra ocasión se narra que llamó ignorante a un maestro, y que cómo sería capaz de enseñarle el alfabeto si ni siquiera entendía el significado de la primera letra del alfabeto, la alfa. El maestro le golpeó e inmediatamente cayó muerto.
De ningún modo refrendo la veracidad de dicho Evangelio Apócrifo, pero la descripción serviría a la perfección para entender el mensaje que se intentaba transmitir a la Humanidad. Es como si todo ese período de la infancia de Jesús le hubiera servido para madurar y aprender a controlar sus superpoderes divinos. Que, por cierto, es exactamente el mismo camino que recorren los niños durante su aprendizaje: entender que el mundo donde van a vivir tiene unas limitaciones que ellos deberán respetar.
Pero ¿qué niño o adulto podría resistir la tentación de usar esos poderes omnímodos si estos tan fueran tan inmensos como los de un Dios? Pues justamente una figura que era Dios, pero también Hombre, nos dice la historia. Y en ésta, Jesús permite que otros poderes infinitamente menores le prendan, le torturen y lo asesinen vilmente.
Pero Él no deja de ser consciente de las tremendas energías que podría poner el juego, y asi, en Mateo 16:53 leemos que Jesús le dijo a Pedro cuando éste intenta evitar que le prendan: “Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y El pondría a mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles?”
Y lo dice quizá porque le ha costado muchos esfuerzos aprender que su misión en este mundo era fundamentalmente humana, capaz de sufrir y de morir. Y si tal fuera, su mensaje diría algo así como: “Si yo, que también soy hombre, he sabido refrenar los impulsos de utilizar de forma el poder del que dispongo a mi favor, vosotros, Hombres, también podréis.”
Guardemos entonces ese mensaje. ¡TODOS!, porque todos tenemos cierta cantidad de poder, que a veces usamos injustamente. “Padres, no maltratéis a vuestros hijos. Hombres, no maltratéis a la mujer, ni a los ancianos, ni a los discapacitados, ni a nadie más débil que vosotros. Gente rica y poderosa: no uséis vuestro poder para empobrecer a los menos favorecidos. Y ya seas fontanero, directivo, mecánico de automóviles, inspector de hacienda, juez o ministro, no ejerzas tu poder para engañar a quienes dependen de ti en ciertas ocasiones.”
¡Y qué fácil! Ya está. Cada minuto que empleas en usar mal tu mínima cuota de poder, cada segundo que criticas lo mal que está esto o aquello, utilízalo en mejorar tu mismo.
¡Milagro! Al día siguiente de que este comportamiento reinara sobre la faz de la Tierra, el mundo se habría convertido en un lugar mejor.
Abelardo Hernández