La misteriosa telepatía animal
Ya sé que el término “telepatía” suena raro y más para alguien a quien, como yo, le resulta muy difícil creer en los llamados “fenómenos paranormales”. Pero es muy difícil imaginar otro término en el caso de ‘Pero’.
No, no es un juego de palabras. ‘Pero’ es un hermoso perro ovejero del cual informaban en días pasados numerosos medios de comunicación, propiedad de James Allen, un granjero galés que decidió regalarle el can a un amigo residente en Cockermouth, al norte de Inglaterra, con el fin de que cuidara a sus ovejas. Mas el hombre propone y el instinto y el cariño disponen, y a ‘Pero’ le faltó tiempo para escapar de su nuevo domicilio y, a lo largo de 12 días, recorrer 380 km. para regresar a su antiguo hogar. En honor de James hay que decir que al ver tamaña muestra de fidelidad, decidió que ‘Pero’ seguiría viviendo con su verdadera familia. “No sabemos cómo ha encontrado el camino de vuelta- dijo jocosamente– Tendrá un GPS en la cabeza.”
GPS o no, sigue siendo un misterio para la ciencia cómo infinidad de animales de todas clases, pero sobre todo miles de las mascotas más comunes, perros y gatos, han vuelto a reunirse con sus familias con increíble precisión, incluso a mayores distancias y en condiciones infinitamente más desfavorables que las de Pero. ¿Se guían como las palomas y otras aves a través de los campos magnéticos terrestres o por la posición de las estrellas?
Quizá estas dotes puramente físicas para la orientación pudieran explicar tan espectaculares regresos. Pero los amantes de los animales cuentan otras muchas clases de anécdotas sobre hechos asombrosos protagonizados por ellos y sus mascotas que, al menos en el estado actual de la ciencia no admiten una explicación razonada. Y entre ellas me llaman particularmente la atención las historias que se cuentan sobre animales que presienten la llegada de sus dueños con dos características: independencia absoluta de si tal llegada se produce a una hora habitual o no, y que el fenómeno se produce a unas distancias tan grandes que resulta imposible que el animal detecte la presencia de su dueño ni siquiera con sus afinados sentidos del oído y del olfato.
Es habitual que en tratando este tema se comenten los estudios sobre casos similares que realizó hace tiempo un biólogo llamado Rupert Sheldrake y que publicó en su libro titulado “De perros que saben que sus amos están camino de casa y otras facultades inexplicadas de los animales”. Por poner un ejemplo, recordemos a la dueña de ‘Jackson’, un perro de Virginia (EE.UU), quien estaba casada con un capitán de barco que pasaba mucho tiempo fuera del hogar. La vuelta a casa del amo de ‘Jackson’ era imprevisible pero, gracias a la mascota, la mujer sabía perfectamente cuándo atracaba el barco de su marido en el muelle. La advertencia llegaba en forma de ladridos continuos por parte del perro, el cual se mostraba más nervioso y excitado de lo habitual; salía de la casa y se colocaba a pie de carretera mirando en dirección al lugar por donde siempre aparecía el coche de su amo.
Personalmente, tengo una experiencia al respecto que no quiero dejar de citar. Cuando yo debía de tener 10 o 12 años, vivía en casa una gata a la que recogí de la calle llamada ‘China’, en honor a sus ojos rasgados. Como todos sabemos, ellos son quienes eligen a sus dueños, y en el caso de ‘China’, ella me había adoptado a mí. Con el tiempo, la gatita desarrolló la costumbre de esperarme a la puerta de casa cuando yo llegaba por la tarde del colegio donde estudiaba. Mi madre me contaba que cuando faltaban más o menos diez minutos para que yo llegara, ‘China’ se levantaba de su confortable cojín donde dormía tan relajada y placenteramente como sólo saben hacerlo los gatos, bostezaba, se atusaba los bigotes, se estiraba como una verdadera yogui, y se sentaba precisamente junto al quicio de la puerta. Y he de hacer constar que si por la causa que fuera yo llegaba más tarde o más temprano de la hora habitual, ella retrasaba o adelantaba su ritual para situarse en la puerta justamente cuando yo llegaba. Y pobre de mí si se me olvidaba hacerla alguna carantoña, porque me seguía por toda la casa hasta que yo cumplía mi parte del trato.
Y a la vista de las cosas maravillosas que estas increíbles criaturas hacen, y especialmente hacen por amor a nosotros, no quiero dejar pasar la ocasión sin citar dos casos que me han herido profundamente días atrás. Uno de ellos es el de ‘Dayko’, un labrador de 4 años que ha muerto en su trabajo rescatando víctimas bajo los escombros en el terrible terremoto que ha sacudido Ecuador. Abatido por el calor, la deshidratación y la fatiga, ‘Dayko’ sufrió un infarto y murió tras haber rescatado del desastre a 7 personas. El considerar a los bomberos que trabajaban en los rescates como verdaderos héroes, no impide lamentar que no se permitiese descansar de su esfuerzo a este animal para que hubiese podido continuar realizando su fantástica labor.
Otro caso a lamentar es el de ‘Sambo’, una elefanta camboyana de 40 años que murió igualmente de un infarto debido a las extremas condiciones de trabajo, alta temperatura y escaso descanso teniendo en cuenta su edad, cuando transportaba en su lomo a un grupo de turistas hacia el conocido templo de Angkor.
Rompemos una lanza por sus derechos, ya sea como compañeros y amigos de nuestra vida, o como esforzados trabajadores que nos ayudan a cambio de nada, si acaso de un poco de afecto.
Y encima, ellos ni siquiera tienen un Primero de Mayo.
Abelardo Hernández