Aborto: el verdadero Holocausto

Juro que no lo comprendo. Mi cerebro se niega a entender que la extrema sensibilidad de nuestro tiempo, que se compadece de todos los animales; de los malos tratos, de los abandonos, de las experimentaciones con seres vivos, que redacta severas leyes castigando el daño y el dolor que los infligimos… no funcione igual a la hora de evitar ese mismo sufrimiento a nuestros propios cachorros no nacidos.
Debo empezar afirmando que al enfrentarme al aborto no lo hago basándome en unos principios religiosos de los que carezco. Creo que basta con sustentarse en la ley y la ética natural para mantener dicha postura.
Si he empleado en el título la palabra Holocausto lo hago a plena conciencia, pues según un viejo estudio de la OMS, podría calcularse grosso modo, que el número de homicidios causados por el aborto en la época moderna podría acercarse a los mil millones. Es decir, bastantes más víctimas que las producidas por las dos guerras mundiales juntas. Lo cual permitió al ilustre filósofo Julián Marías afirmar que “La aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se acerca a su final”.
Debo decir que el aborto me produce rabia, ira, impotencia… pero el sentimiento que verdaderamente me invade es el de la pena. Una compasión inmensa por todas esas criaturitas a las que no se les ha concedido el derecho a venir a este mundo (terrible mundo, pero del que nadie se quiere ir). Y aunque el tema se soslaya constantemente, me genera verdadero horror y repugnancia saber cómo se producen esos crímenes. Se me ha quedado grabado el testimonio de un médico arrepentido, pero que en su día practicó cientos de abortos, cuando relata de qué forma extraen a la criatura en fragmentos como si fueran un triste puzzle que nadie nunca más logrará unir. Como rompen, trituran y echan a la basura fragmentos de un ser humano (manos, brazos, piernas…) que llegaría a su plena existencia si no se le impidiera de forma tan brutal. (El médico decía algo cuya imagen me va a perseguir bastante tiempo: “De vez en cuando, uno extrae una carita sin vida (sólo la cabeza, eh?) que parece mirarle con asombro. ¿Qué me estáis haciendo?)
Obviamente, todos estos puntos se ocultan durante el aborto porque se ha decidido tratar a la mujer como si fuera una menor sin capacidad de decidir después de conocer todos los hechos tal cual son, sin tapujos que disimulen la realidad. Si lees una descripción médica del acto, te cuenta que “Tras la dilatación, se procede a la aspiración manual endouterina, es decir, a succionar el contenido del útero”. Y qué es “el contenido del útero”, ¿eh?
Por eso ha surgido la iniciativa de pedir al Gobierno que se incluya una sencilla medida: Permitir que la mujer que se dispone a abortar vea una ecografía de su hijo y escuche el latido de su corazón. Posiblemente en muchos casos, tan sencillo hecho permita que el poderoso instinto de la maternidad sea capaz de detener tan doloroso proceso.
Y si el mismo hecho del aborto en sí no lo comprendo, tampoco un par de cosas que se han repetido hasta la saciedad. Si una mujer se queda embarazada y no desea ese hijo, ¿por qué no lo da en adopción? Dicen que sería doloroso pensar durante años dónde y cómo estaría ese hijo… pero ¿acaso no vale la pena pagar esa incomodidad, como la de esos nueve meses de gestación, a cambio de conceder el indulto a una vida humana, que además es tu bebé?
Nadie puede obligar a tener un hijo a una mujer que no lo desea, se afirma como pretexto para el aborto. ¿Y a un hombre sí se le puede obligar? Porque vamos a ver. Si el varón deja preñada a una chica, imaginemos la posibilidad de que él sí quiera ser padre. No tiene otra forma de serlo, porque hasta quieren negarle el procedimiento de maternidad subrogada. Pero si ella decide abortar, el deseo de él no cuenta una mierda. Por el contrario, si aun no deseándolo él, ella si quiere tenerlo, el tipo se ve obligado a cargar con ese hijo durante toda la vida. ¿Cómo llamarías tú a una situación tan asimétrica en la que alguien tiene obligaciones, pero ningún derecho?
Añadir a este cúmulo de pesadillas el hecho de que se pretenda que las leyes obliguen al personal sanitario a participar en abortos sin que puedan aducir una cláusula de conciencia. ¿Cómo se puede ser tan inhumanos de exigir a esos formidables profesionales que nos cuidan y alivian nuestros sufrimientos, que colaboren a un proceso que lleva aparejada la muerte de una personita? ¿Qué queremos? ¿Ennegrecer su conciencia durante toda su vida? No, de ningún modo.
Sí, porque tanto marear la perdiz en relación a cuando el feto se convierte en ser humano y adquiere los derechos de tal, no es más que una exhibición de esa fraseología feminazi tendente a ocultar la realidad. Así lograron sacar del panorama abortivo a la Píldora del Día Después, gracias a una hábil pirueta semántica. La tal píldora NO es abortiva, porque abortar implica extraer el feto cuando ya ha anidado en el útero, y la dichosa pildorita lo que impide es que el pobre feto se instale en lo que debería ser su refugio intocable. Y si dicen que un feto de no sé cuantas semanas no es persona porque no podría sobrevivir por sí mismo… pues me temo yo que un bebé de pocos meses tampoco tendría muchas posibilidades.
Escalofríos. Aún me viene a la cabeza aquella frase de la exministra de Igual da y experta en flamenco llamada Bibiana Aído, cuando nos dijo muy seria que “Sin duda un feto es un ser, pero no un ser humano”. Habría sido gracioso que nos explicara entonces qué es.
Y me dan miedo más cosas. Que según la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo, “el 62,35% de las mujeres que abortan no están influidas por su poder adquisitivo, ni por su situación laboral, ni por su situación afectiva”. Es decir, simplemente no les apetece un niño. ¿Y si un día empiezan a pensar que tampoco les apetece soportar las molestias que genera el abuelito, o ese niño llorón e imposible de educar? ¿O el marido que sólo quiere beber cerveza sentado en su sillón mientras ve los partidos de la Champions sin dar golpe en casa?
La mejor prueba de que se trata siempre de ocultar en parte o del todo la verdad está patente con motivo del reciente fallecimiento de Simone Veil, ex ministra de Sanidad francesa que en 1975 introdujo la despenalización del aborto en su país y afamada europeísta hacia quien todos los medios se han deshecho en elogios. Pero pocos han recordado que a raíz de un espacio transmitido por el canal de TV France 2, en el que se mostraba cómo en España se realizaban abortos hasta en el octavo mes de embarazo, declaró que esa situación era “espantosa”, y que el embrión “Cada vez es más evidente científicamente que desde la concepción se trata de un ser vivo”. Igual que reconocía la imposibilidad de forzar a los médicos a intervenir en abortos. “Es un punto que hay que mantener, pues no se puede obligar a nadie a ir contra sus convicciones”.
De acuerdo en todas las formas de prevención y ayuda a la mujer que se queda embarazada sin desearlo, incluyendo la difusión de métodos anticonceptivos. Y que el amor y el apoyo de todos pueda contribuir a que sigan viniendo al mundo esos pilluelos tan cautivadores. Por nosotros, por ellos. Por todos.
“Me parece claro como la luz del día que el aborto es un crimen”.
Lo dijo un hombre tan compasivo como Gandhi. No seremos nosotros quienes digamos lo contrario.
http://www.abortoinformacionmedica.es/2009/04/11/como-se-hace-un-aborto/
Abelardo Hernández