El cáncer de próstata: Poco se puede hacer por prevenir su aparición pero sí se puede prevenir con dos pruebas sencillas como el tacto rectal y el PSA. Un artículo del doctor Juan José Granizo

En 2018, el cáncer de próstata se ha convertido en la primera causa de tumores malignos en hombres, superando al cáncer de pulmón.
Esto, que no es de ayer pero es un hecho relativamente reciente, no es debido a que su incidencia esté creciendo sino a la generalización del denominado Antígeno Prostático Específico, más conocido por sus siglas inglesas PSA, para el diagnóstico precoz del mismo.
Antes de la introducción del PSA, en los años 90, la incidencia era más o menos la mitad de lo que es actualmente, unos 100 casos por 100.000 personas al año en España, lo que viene a estar en la línea de los países de nuestro entorno social y económico.
Actualmente, el 65 % de los pacientes que tienen un diagnóstico de cáncer prostático siguen vivos a los 5 años. Antes del PSA, eran un poco menos del 50 % los que sobrevivían un lustro, pero a pesar de esas cifras, son cada vez más las voces que nos dicen que el PSA no es tan útil como nos lo pintan.
El caso es que unos 5.400 hombres mueren en España cada año por culpa de su próstata.
Los principales factores de riesgo del cáncer prostático no son controlables y, en general, podemos decir que es un tumor cuyas causas todavía no se comprenden bien.
Es un cáncer más frecuente con la edad, siendo excepcional por debajo de los 40 años y tiene más incidencia en la raza negra.
Es un tumor propio de los países desarrollados, lo que puede ser debido al uso intensivo del PSA, ya que la influencia del estilo de vida está todavía en discusión.
Tener un antecedente familiar de cáncer de próstata también es un factor de riesgo, lo que sugiere que algún factor genético puede estar implicado.
De hecho, pacientes con mutaciones en los genes BRCA 1 o BRCA 2, que aumentan el riesgo de cáncer de mama y ovario en mujeres, también aumentan el riesgo de cáncer prostático en hombres.
Este cáncer no está relacionado – de manera veraz y comprobada – con el hábito de fumar, ni con la prostatitis, ni con haber padecido enfermedades venéreas, ni con la vasectomía, ni con la alimentación, ni con productos tóxicos…
En resumen, poco podemos hacer por prevenir la aparición del cáncer de próstata.
La prevención que podemos hacer es la que denominamos secundaria, es decir, diagnosticar precozmente el tumor con la esperanza de su diagnóstico en fases iniciales de la enfermedad permita su completa curación.
Para ello disponemos de dos pruebas sencillas que son el tacto rectal y el PSA.
Como la próstata está en contacto con la cara anterior del recto, a unos 8 centímetros del ano, es fácilmente asequible al tacto identificando de manera simple tanto un aumento de tamaño, como de consistencia de la próstata. Cualquier cambio rápido de estas características, o la aparición de un nódulo más duro hacen sospechar un cáncer.
La confirmación del tamaño de la próstata se puede hacer mediante ecografía.
La otra prueba, el PSA, no es una panacea. El PSA puede elevarse en patologías benignas, como la hipertrofia benigna de próstata o en la prostatitis.
Sugiere malignidad una elevación del PSA con respecto a valores previos, de manera que un hombre que esté en ese caso acabará por sufrir una biopsia prostática que es un procedimiento más agresivo pero, en el estado actual de las cosas, es la única manera de tener un diagnóstico cierto.
Con los datos de la biopsia se puede predecir, empleando una escala desarrollada por Gleason, la agresividad del tumor, lo que es muy importante a la hora de decidir el tratamiento.
Sin embargo, solo el 25 % de los varones con PSA alto que fueron biopsiados tienen verdaderamente cáncer. Por tanto, lo más probable, es que se trate un resultado falso.
Esto no quiere decir que la prueba esté mal hecha, o que su médico esté errado. Sencillamente, es que la biología es así.
El PSA es útil para el seguimiento de pacientes diagnosticados de cáncer ya que su elevación es indicio de una recidiva del tumor original.
Aunque el PSA es una ayuda, tiene sus limitaciones. Al generalizarse su uso, se han diagnosticado una gran cantidad de tumores ciertamente pero muchos de ellos de baja agresividad.
Si el tumor identificado por la biopsia no se considera agresivo según la escala de Gleason se puede optar por una actitud más conservadora, vigilando cada seis meses la evolución del tumor.
Esta vigilancia puede ser la mejor elección en pacientes jóvenes, para evitar las complicaciones de la cirugía o muy ancianos y con factores de riesgo que desaconsejen tratamientos más agresivos.
Los pilares del tratamiento de un tumor no invasor (sin metástasis) son la cirugía o la radioterapia.
La cirugía es compleja y puede tener importantes efectos adversos. La próstata está situada en la base de la vejiga, rodeando la uretra, lo que complica la extirpación del tumor sin lesionar alguna de estas estructuras. De hecho, sus principales complicaciones son la incontinencia urinaria y la impotencia sexual.
En tumores avanzados, que invadan la pelvis o con metástasis, además de la cirugía, se puede utilizar la quimioterapia convencional y la terapia de deprivación de andrógenos, que es un tratamiento hormonal que bloquea el efecto de las hormonas sexuales masculinas, lo que ha demostrado ralentizar el desarrollo del tumor.
Como se ha explicado, en tumores de baja agresividad, la vigilancia puede ser una opción para evitar las penosas complicaciones de la cirugía. Por ese motivo se están desarrollando nuevas técnicas de cirugía dirigida que intentan ser menos agresivas, que están dando buen resultado y que poco a poco se están generalizando.
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública