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Home›Orgullo de ser Español›Morir por España: Nuevo combate contra los piratas malayos en 1851, siendo capitán general Antonio de Ubiztondo y Eguía

Morir por España: Nuevo combate contra los piratas malayos en 1851, siendo capitán general Antonio de Ubiztondo y Eguía

By Capitán Possuelo
27/09/2017
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Los piratas malayos volvieron a sus andanzas un par de años después del escarmiento de Balanguingui. A lo largo del 1850 asaltaron islas próximas a Balanguingui en el mismo archipiélago de Joló y otras situadas en el norte de la isla de Mindanao. Como siempre, sus ataques producirán muchos daños materiales y humanos, pues uno de sus objetivos era hacer cautivos entre los residentes en las islas atacadas, sin distinción de credo o raza. Evidentemente solo capturaban personas jóvenes, los demás habitantes eran exterminados, bárbaramente, sin compasión.

El nuevo capitán general, Antonio de Ubiztondo y Eguía, Marques de la Solana, hizo una severa advertencia al Sultán de Joló, Mohamad Pulalon, sobre los desmanes cometidos, pero este respondió que no tenía capacidad militar para atacar a enemigos tan poderosos. Ante tal respuesta el Capitán General se propuso realizar una nueva expedición de castigo.

Desde Manila salió una parte de la fuerza de destinadas a la operación que estaba formada por unos 500 infantes, 100 artilleros y dos abuses de montaña. El día 11 de diciembre embarcaron en los transportes que se hicieron a la mar a las órdenes del comandante general de marina Manuel Quesada. Pocos días después llegaron a Zamboanga donde se les unieron, además del gobernador de Mindanao José María Carles y O´Doyle, una fuerza de unos 100 voluntarios zamboangueños.

El día 24 de enero fondearon en el estrecho que separa las dos islas de Bucutua y Bulán, procediéndose a realizar sendos desembarcos en ambas islas. El ataque fue simultaneo, en la primera desembarco una compañía al mando del comandante Ceballos que en la embestida produjeron unas 20 bajas al enemigo, además de destruir casas y embarcaciones, en la segunda no hubo lugar a combate, los habitantes se rindieron sin combatir.

Cinco días más tarde llegaron ante los fuertes de la capital del sultanato, la cuidad de Joló. Las defensas estaban construidas a semejanzas de las de Balanguingui, de forma que la artillería española podía hacerles poco daño.

Aplicando las reglas de cortesía, los buques españoles efectuaron el saludo protocolario realizando 21 disparos de cañón, los fuertes contestaron con igual número de disparos. Al día siguiente, Urbiztondo envió una embajada para que se entrevistara con el Sultán. La embajada estaba formada por el comandante de ingenieros Emilio Bernáldez, el alférez de navío Manuel Sierra y el intérprete Alejo Álvarez. Cuando desembarcaron el pueblo estaba amotinado, siendo atacados por el populacho que puso en serio peligro sus vidas, fueron salvados por la aparición del Sultán en el momento de mayor peligro. La respuesta del Sultán y su consejo a los embajadores se limitó a unas débiles disculpas, por lo que los embajadores decidieron dar por finalizada su misión regresar a sus barcos, el regreso también fue en extremo peligroso para su integridad. Los riesgos para la seguridad personal se repitieron poco después cuando el Capitán General volvió a envía al intérprete a tratar con el Sultán.

Como los joloseses estaban sobre aviso, no era posible el factor sorpresa, el enemigo había tomados precauciones defensivas y era muy superior a la fuerza atacante, Urbiztondo no hizo la menor tentativa de atacar. Al día siguiente, 1º de enero de 1851, los buques zarparon para regresar a Zamboanga. Los fuertes de Joló cañonearon a la flota en retirada causándole algunos muerto y heridos, además de algunos daños en los cascos y arboladura. La flota contestó realizando algunos disparos sobre los fuertes y pueblos enemigos.

En el viaje de retorno atacaron la isla de Tonquil (Tongkil) donde desembarcó un contingente al mando del coronel Conti que produjo bajas a los piratas, cautivaron prisioneros y destrozaron casas y embarcaciones. Dos días más tarde, el día 5, las fuerzas fueron desembarcadas de los transportes en Zamboanga. Estos continuaron hacia Manila, con el Comandante General de Marina y el coronel Nicolás Enrile, con órdenes e instrucciones para que se enviaran refuerzos para asaltar Joló.

A mediados de febrero volvieron a Zamboanga los transportes con más de 2.000 soldados de refuerzo. El tiempo transcurrido fue empleado por el Capitán General para preparar todo lo necesario para repetir la expedición entra los que se encontraban la construcción de unos lanchones especiales para ser utilizados durante el desembarco. Además, a la fuerza expedicionaria, se unieron más de 800 voluntarios procedentes de Cebú y de Illo-Illo.

El día 18 de febrero los primeros barcos de la flota zarparon de la rada de Zamboanga hacia la isla de Pangasinan, situada en las cercanías de Joló. En esta isla se fijó el lugar de reunión de todas las fuerzas atacantes.  Allí se reunieron las que procedían de Zamboanga como las fuerzas sutiles que mandaba su comandante Fermín Sánchez.

Después de algunos incidentes al encallar algunos buques en un banco de coral debido a las corrientes e inutilizaron para el ataque a la fragata Villa de Bilbao lo que redujo considerablemente la artillería disponible para el asalto, al amanecer del día 28 de febrero se inició el movimiento para que la flota ocupara los lugares previamente asignados al Este y el Oeste de los fuertes y fuera del alcance de sus cañones. A continuación, dio comienzo el desembarco después de que las fuerzas sutiles despejaran las playas con algunos cañonazos. Cuatro horas más tarde, todas las tropas estaban en las playas sin más incidente que perdida de 13 artilleros ahogados al zozobrar la lancha en la que iban embarcados debido a un exceso de carga. El desembarco se hizo bajo el fuego de la escuadra española que bombardeaba los fuertes, en especial el fuerte del Sultán.

Joló estaba construido en forma de media luna, defendido por ocho fuertes, siendo los más potentes los situados en los extremos, los famosos Datto Daniel en la punta Diagapit al Este y el Sultán Mohamad sobre la punta Matanda al Oeste. Estos están construidos de forma tradicional en la zona, es decir, con gruesos maderos, piedras, tierra y arena, con cañoneras en casamatas y protegidos por zanjas, fosos y estacas clavadas.

El asalto se realizó con dos agrupaciones, cada una dirigida a atacar cada uno de los fuertes principales. Las formaciones estaban mandadas por los coroneles Vicente Contí, la del Oeste, y José María Soto la del Este. Las dos tenían parecido número de componentes, siendo algo más potente la que atacaba por el Oeste en dirección al fuerte del Sultán. El ataque comenzó a primeras horas de la mañana con los primeros cañonazos de los buques contra los fuertes enemigos.

La agrupación del Este se dividió en tres columnas de ataque y la del Oeste en cuatro. Las columnas del Este la formaban tropas de los regimientos Fernando VII, de España, del Infante además de un centenar y medio de artilleros indígenas con cuatro obuses que, dada las dificultades del terreno, no pudieron desplazarse con las columnas de asalto y tuvieron que permanecer en la playa desde donde abrieron fuego. Los soldados de la primera columna de asalto, al mando del comandante de artillería Antonio Iribarren, se precipitaron al ataque por el punto más difícil, llegaron a pisar el muro del fuerte, pero tuvieron que retirarse ante el fuego de la multitud de enemigos que se les oponían. La segunda columna, mandada por el comandante Aperregui, avanzó en apoyo de la primera que, con su ayuda, se inició un segundo asalto que también fue rechazado. En el asalto quedó encima del muro gravemente herido, murió pocos días más tarde, el Padre Agustino Pascual Ibáñez de Santa Filomena, aragonés, que lideraba un grupo de asalto formado por unos doscientos cincuenta iloanos. En este asalto perdió la vida el teniente de la compañía de cazadores del regimiento Fernando VII, Ignacio Sebastián, quedando gravemente herido de tres cuchilladas el subteniente del mismo regimiento y compañía Bernabé Bleza que quedó exánime sobre el muro y el capitán de la segunda compañía del citado regimiento Joaquín Prat que, enfermo, fue retirado sin conocimiento de encima del cadáver de un moro donde había quedado rendido por la fatiga y la debilidad. Los muertos y heridos de ambos bandos, apelotonados en el acceso al fuerte, obstruían el paso de las columnas de ataque y aumentaba la moral de los moros defensores.

Se dio órdenes de que avanzara la reserva, al mando del coronel José Terry, compuesta por fuerzas del regimiento de España, del de Tiradores y de Carabineros a las órdenes de los capitanes Romualdo Saló, Manual Gracia Lombera y Julio Garnier. El coronel Terry ordenó a la artillería que apagase los fuegos de dos cañoneras que enfilaban las fuerzas atacantes causándole graves daños. El ímpetu del ataque llevó a nuestros soldados a coronar el muro siendo heridos el capitán Romualdo Saló, el subteniente Isidoro Alonso y el subteniente de Tiradores de Carabineros Remigio Mora. Para explotar el éxito del ataque, se dio la orden de avance al jefe de la tercera columna, comandante Patricio González Olloqui, que aún no había entrado en fuego, para que realizase un ataque simultaneo por el frente principal. Coronado el muro, fueron heridos el capitán Eduardo Arroyuelo y el teniente Francisco Oleguer, ambos del regimiento España; el subteniente del regimiento Fernando VII Ángel Bibiano, quien, a pesar de haber sido tirado desde lo alto del muro en la primera envestida, subió al muro de nuevo y planto la bandera de su regimiento en todo lo alto, y el sargento Román del mismo regimiento. Después de cuatro horas de combate, el pánico se apoderó de los moros que abandonaron la defensa huyendo. La lucha había costado a las fuerzas españolas 34 muertos y 84 heridos. Aprovechando el momento de pánico en el que estaba sumido el enemigo, fueron tomados los otros fuertes próximos sin encontrar resistencia.  La artillería enemiga fue clavada inmediatamente y el pueblo incendiado.

Mientras tanto, la agrupación del Oeste avanzó para ganar altura sobre los muros del fuerte del Sultán. La marcha era lenta y fatigosa por las fragosidades del terreno. Cuando la primera columna al mando del comandante Ochotero acababa de pasar un hondo barranco seguida por la segunda al mando del comandante Coballes, fueron atacadas desde las cimas por unos 600 moros que rompieron el fuego y descendieron en tromba sobre los soldados llegándose al combate cuerpo a cuerpo.  Los asaltos se repitieron varias veces y en todas las ocasiones fueron derrotados y obligados a retirase con muchos heridos. Cuando las columnas atacantes alcanzaron la colina vieron que desde ella dominaban el fuerte del Sultán. Reunidas las columnas, decidieron acampar y esperar al día siguiente.  Al amanecer del día siguiente, después de soportar una noche de combates aislados, las columnas del Oeste tomaron, sin apenas combate, otros tres fuertes menores y continuaron su marcha hasta alcanzar el fuerte del Sultán que estaba desguarnecido. Después de dejar pequeñas guarniciones en las posiciones conquistadas, continuaron su marcha hasta enlazar con las columnas del Este.  El Capitán General estableció, a media tarde de ese día, su puesto de mando en el fuerte del Sultán.

Cuatro días permanecieron las fuerzas acampadas en el fuerte del Sultán mientras Urbiztondo empleaba la diplomacia para hacer saber al Sultán que estaba dispuesto a olvidar los acontecimientos con tal que solicitase por si mismo la clemencia y negociase un acuerdo de paz con España.

Después de dar fuego a los fuertes y al pueblo, las tropas vencedoras embarcaron el día 4 de marzo, zarpando al día siguiente con destino a Zamboanga.

En el tratado de paz fue firmado el 19 de abril de 1851 con el Sultán y demás nobles, por él reconocían la plena soberanía española, aunque no se incluyía el norte de Borneo. El Sultán no podía recuperar su capital, de modo que Joló y sus dependencias se convirtieron en una parte de las Islas Filipinas bajo la soberanía de España.

El marqués de Solana fue condecorado con la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando.

Con esta operación de castigo no se acabó, ni mucho menos, con la piratería del archipiélago de Joló. Como ejemplo de la constante lucha contra los habitantes de estas islas tenemos los sucesos más de veinte años después, en 1874. Por estas fechas el capitán de fragata Pascual Cervera, comandante de la goleta Santa Lucia, mantenía bloqueada la isla de Joló, cuyos habitantes habían vuelto a ejercer la piratería.

El día 5 de abril, al pasar frente a la isla de Patean del citado archipiélago, junto a los cañoneros Belusan y Samar, recibieron disparos de artillería y de fusiles. Desde los buques respondieron al fuego y realizaron un desembarco de infantería de marina al mando del teniente de navío Juan López de Mendoza que dispersó a los atacantes y regresó a bordo con 16 prisioneros. En la madrugada del día siguiente, el mismo teniente de navío volvió a desembarcar para atacar a los habitantes de la isla y hacer aguada para la flotilla. Iban guiados por un nativo que les prometió llevarlos al lugar donde tenían depositada las armas. Se internaron en la isla y llegaron a un lugar entre montañas hasta una cueva donde, en teoría estaban las armas. En lugar de las armas fueron recibidos por una descarga cerrada, sorprendiéndoles la carga de unos 30 moros armados de sables. Retirase la pequeña fuerza a un terreno más propicio, los agresores volvieron a la cueva y españoles llamaron a la fuerza de reserva que había quedado al mando del alférez de navío José María Chacón. Al realizar el recuento de bajas vieron que faltaba el médico de la corbeta Estanislao García Loranca, el musico corneta de infantería de marina Esteban Vallehermosa y el teniente de navío Federico Serantes, herido en la retirada y prisionero de los moros.

Volvieron a la cueva con un cañón de los botes y las fuerzas de reserva, cañonearon la cueva sin que apareciese ningún moro, después de la escaramuza habían huido. Si encontraron en las proximidades los cadáveres de Serantes, de un soldado de infantería de marina y de un marino. No encontraron los cadáveres del medido ni del  musico corneta, que se dieron por desaparecidos después de buscarlos varios día.

 

Joaquín de la Santa Cinta, Ingeniero aeronáutico, economista e historiador

 

Para saber más:

  • Diario Oficial de Madrid N.º 4047 y 4048 de los días 20 y 21 de junio de 1851
  • Internet
TagsAntonio de Ubiztondo y EguíaFilipinasMorir por EspañaPiratas malayos
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