Presidentes del Consejo de Ministros durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena: Vuelve Práxedes Mateo Sagasta

El día 4 de octubre de 1897, Sagasta fue llamado, por tercera vez, por la Reina Regente a formar Gobierno.
La duración de su mandato fue de algo menos de dos años, años nefastos durante los cuales se desmantelaron los últimos restos del Imperio Español con la perdida las colonias del mar Caribe y del Océano Pacifico.
Sagasta fue siete veces presidente del Consejo de Ministros, aunque actualmente es principalmente recordado por la pérdida de las colonias.
Su sexta llegada al gobierno fue por petición expresa de la Reina Regente María Cristina. Las consecuencias del desastre del 98 le costaron la decadencia física y la muerte poco después, en 1903.
Una de las primeras decisiones que tomó fue destituir al general Weyler y sustituirlo por el general Ramón Blanco Erenas.
Intentó quitar apoyo a la insurrección poniendo en práctica el Plan de Autonomía para Cuba y Puerto Rico que había preparado durante su último gobierno. Pero era tarde para parar la guerra, su aplicación convenció a los Estados Unidos y a los rebeldes cubanos de la necesidad de desatar la ofensiva final. Los contendientes, incluidos los norteamericanos, sabían que si triunfaba el plan autonómico los rebeldes perderían la guerra.
Los militares y políticos españoles sabían que los Estados Unidos tenían infinitamente más poderío, más recursos, más barcos y medios más modernos. Estaban muchísimo más cerca de Cuba lo que facilitaba el apoyo logístico y la llegada de refuerzos. Los gobernantes españoles eran conscientes de la inferioridad naval y militar de España frente a USA.
La política del Gobierno en Cuba se concentró en satisfacer las demandas americanas con el objetivo de evitar la guerra, pero nadie se atrevió a combatir la demagogia política y periodística que caricaturizó al enemigo, en una campaña antinorteamericana y de exaltación españolista, que impidió la entrega o venta de Cuba a los Estados Unidos. El Gobierno prefirió hacer una guerra para perderla que enfrentarse a la demagogia.
En EE UU, la prensa había estaba creando el oportuno clima de guerra, en especial los medios controlados por el empresario W.R. Hearst, y solo había que esperar el momento oportuno para desencadenarla.
El 18 de noviembre, el Presidente Norteamericano William McKinley anunció la intervención de Estados Unidos en la insurrección cubana en contra de España.
Por Real Decreto de 25 de noviembre de 1897, se concedió la Carta Autonómica a Cuba y Puerto Rico, entrando en vigor ambas Cartas en los dos primeros meses del año 1898.
Mientras tanto en Filipinas, el general Fernando Primo de Rivera, siguiendo las indicaciones del nuevo Gobierno, empezó a negociar con los rebeldes. El acuerdo, llamado Pacto de Biak-na-Bató, se firmó el día 14 de diciembre de 1897 después de que el ejército español cercase y aislase a Aguinaldo en los montes de Biak-na- Bató donde era imposible su supervivencia.
En el acuerdo figuraba que el líder de los rebeldes, Aguinaldo, y los demás jefes de la insurrección, se establecerían en Hong Kong donde recibirían una indemnización del Gobierno español. Se establecía una autonomía en el régimen político y administrativo del archipiélago y se suprimían las corporaciones.
Pero a esta altura del conflicto, Estados Unidos quería establecer una cabeza de puente en el Pacífico, en las Filipinas, una zona que consideraba de alto valor geoestratégico. Así, cuatro mese después del pacto, EEUU negoció con Aguinaldo la independencia de las islas Filipinas. Se constituirán en República Centralizada bajo el protectorado de los Estados Unidos en los mismos términos y condiciones que se establecieran en Cuba. La declaración de guerra hispano – norteamericana comportará le reanudación de la sublevación filipina.
El día 1 de enero de 1898, el gobierno autónomo cubano asume las funciones y empieza a gobernar. España propuso el cese de hostilidades, los independentistas, que contaban con el apoyo de los norteamericanos, se negaron a aceptarla, no obstante el gobierno español la declaró de forma unilateral el día 10 de abril de 1898.
Poco más de un mes más tarde entró en vigor el régimen autonómico en Puerto Rico, el 10 de febrero de 1898. Puerto Rico se mantenía en paz, no había ninguna sublevación contra la metrópolis.
Los desajustes administrativos que provocó el inicio de la autonomía cubana origino problemas de suministro al ejército español destacado en la isla. Los hacendados se negaron a suministrar víveres a crédito. Las dificultades que estos hechos originaron a las tropas dieron lugar a un gran rechazo a la nueva situación entre las mismas, rechazo que se hizo patente con el asalto de un grupo de oficiales a diarios de la prensa local. Estos desmanes sirvieron de excusa al gobierno de Washington para enviar el acorazado Maine al puerto de la Habana con el pretexto de proteger las vidas y propiedades de sus súbditos.
Era una maniobra intimidatoria y de provocación hacía España que se mantenía firme en el rechazo de la oferta de compra hecha por Estados Unidos sobre Cuba y Puerto Rico. El acorazado hizo su entrada en el puerto de La Habana el día 25 de enero sin haber avisado previamente de su llegada. En correspondencia a este hecho, el gobierno español envió el crucero Vizcaya al puerto de Nueva York.
El día 15 de febrero, a las 21:40 el crucero norteamericano saltó por los aires debido a una explosión. De los 355 tripulantes murieron 254 marineros y dos oficiales, el resto se encontraba disfrutando de un baile dado en su honor por las autoridades españolas de la isla.
Sin esperar el resultado de la investigación, la prensa sensacionalista norteamericana, con W.R. Hearts a la cabeza, publicaba que el barco se había partido por la mitad debido a un artefacto secreto del enemigo. Era el motivo que buscaba Hearts para fabricar la guerra.
Para determinar la causa del hundimiento se crearon dos comisiones, una española y otra americana pues estos últimos de negaron a crear una comisión conjunta. Como era de esperar, cada comisión sacó sus propias y contradictorias conclusiones, cada una en apoyo de sus tesis: la americana expuso que el hundimiento había sido producido por caudas externas al propio buque, por el contrario, la española concluyó que fue producido por causas internas al propio buque. La postura española fue que la explosión fue provocada por el propio gobierno norteamericano para tener una escusa para declarar la guerra. Hoy se sabe que las conclusiones de la comisión española eran las correctas, la explosión del acorazado fue espontánea y producida por causas internas el propio buque.
España negó que tuviera algo que ver con el hundimiento del Maine, pero la campaña prensa convenció a los estadounidenses de su culpabilidad. El Presidente McKinley exigió todo tipo de garantías a España que el gobierno de Sagasta, ante las nulas posibilidades de vencer a los Estados Unidos, se apresuró a conceder.
El gobierno de EE. UU acusó a España del hundimiento y dio un ultimátum en el que exigía la retirada de España de Cuba. España, como es lógico, rechazó el ultimátum y anuncio la declaración de guerra en caso de invasión americana. Sagasta aceptó ir a una guerra imposible de ganar para evitar que una actitud entreguista pudiera desacreditar al régimen y provocar una revolución. Tanto liberales como conservadores fueron a la guerra con el convencimiento de que la retirada supondría la caída de la Monarquía. Era una percepción errónea, los enemigos del régimen, republicano y carlistas, no tenían la fuerza necesaria para derribarlo. Se fue a la guerra por la presión de la prensa y de los militares que contribuyeron a la creación de la apreciación errónea de que venceríamos.
En este ambiente bélico, el 4 de marzo de disolvieron las Cortes y se convocaron nuevas elecciones para el 27 del mismo mes. Se eligieron 401 diputados por sufragio universal masculino de mayores de 25 años. Aplicando los métodos corruptos consuetudinarios al sistema canovista, el partido liberal obtuvo una amplia mayoría de 266 diputados. El partido conservador se hundió por la desaparición de su líder y por la división interna entre los partidarios de Francisco Silvela y los seguidores de Romero Robledo. La unión republicana se presentó a las elecciones, pero las disensiones internas le llevaron a un pobre resultado, solo obtuvieron 14 escaños.
El día 8 de abril zarpó desde Cádiz, con rumbo a Cuba, la escuadra del Almirante Cervera formada por el crucero protegido Infanta María Teresa y el crucero acorazado Cristóbal Colón. El ministro de Marina Segismundo Bermejo y Malero ordenó a la escuadra dirigirse a las posesiones portuguesas de las Islas de Cabo Verde donde se le unirían los cruceros Oquendo y Vizcaya procedentes de La Habana y el vapor San Francisco que partiría de Cádiz con víveres y suministros un día después.
Una escuadrilla de destructores, mandadas por el capitán de navío Fernando Villaamil y fondeada en las Islas Azores, formada por Plutón, Furor y Terror y por los torpederos Ariete, Audaz y Azor, se unió a la escuadra de Cervera en el puerto de San Vicente de Cabo Verde. Esta fue la Escuadra que quedó bloqueada en el Puerto de Santiago de Cuba y que combatió en la batalla naval contra las fuerzas estadounidenses tres meses más tarde.
Las órdenes de Cervera eran llegar a Cabo Verde a carbonear y tomar agua antes de cruzar el océano para dirigirse a San Juan de Puerto Rico desde donde iniciar los ataques a las costas y el tráfico marítimo norteamericano, evitando el enfrentamiento con las fuerzas navales enemigas.
La opinión de Cervera era contraria a estas maniobras, pensaba que la escuadra serviría mejor a los intereses españoles quedándose agrupada en las Islas Canarias, cerca de las bases donde podía encontrar lo necesario para hacer frente a los norteamericanos, para así defender las costas de las islas y la península y obligando a los estadounidenses a operar lejos de sus bases,
El día 11, la escuadra llegó a la altura de Tenerife, continuando hacía Cabo Verde donde llegaron a media mañana del día 14 de abril. Allí la estaba esperando la escuadrilla de destructores de Villaamil, quien se puso a las órdenes e Cervera. Los torpederos navegaban para unírseles en convoy con el trasatlántico armado como crucero auxiliar Ciudad de Cádiz.
Durante la navegación desde la península el consumo de carbón fue excesivo en los dos grandes navíos españoles. En cabo Verde a penas consiguieron carbón y el conseguido se tuvo que pagar muy caro. El cónsul americano había comprado todo el carbón existente en el puerto y el obtenido no fue suficiente para reponer las reservas gastadas en la navegación.
El día 12 de abril de 1898, el Capitán General de Filipinas, Fernando Primo de Rivera, fue sustituido y nombrado en su lugar el general Basilio Augustín y Dávila, sin experiencia en el archipiélago.
El día 18, llegó el vapor San Francisco a Cabo Verde con las nuevas instrucciones y la información disponible: noticias relativas a la presencia de dos buques norteamericanos en aguas europeas por lo que había que proteger la escuadrilla de torpederos de las acciones de los navíos americanos; definición del objetivo de la escuadra que consistía en la defensa de la isla de Puerto Rico en coordinación con el gobernador militar de la isla; nombramiento del almirante Cervera como jefe del mando conjunto de las fuerzas destacadas en la isla de Puerto Rico e información sobre los recursos dispuestos en la isla para el aprovisionamiento de la escuadra, incluyendo municiones.
Ese mismo día arribó a Cabo Verde el trasatlántico Ciudad de Cádiz, la escuadrilla de torpederos y los cruceros Vizcaya y Oquendo, estos últimos habían salido de La Habana para unirse a la escuadra de Cervera.
El día 20 tuvo lugar, en el buque insignia Colón, una reunión de los jefes de las unidades de la escuadra. Se tomó el acuerdo de enviar un telegrama al Ministro de Marina indicándole el estado de los buques y reiterándole la conveniencia de dirigirse a Canarias para evitar golpes de mano norteamericana y, en caso necesario, acudir en defensa de la península. Cervera consideraba segura la derrota si se continuaba con el plan de ir a buscar al enemigo a su propio terreno con fuerzas tan inferiores, descalabro que redundaría en un inútil y contraproducente sacrificio de la escuadra. La respuesta del Ministro fue desechar la propuesta de la Flota y remitirse a las instrucciones enviadas.
El día 21 de abril de 1898, el Presidente McKinley rompió las relaciones diplomáticas con España. Ese mismo día la Marina de EE. UU. Inició un bloqueo a Cuba.
El día 25 de abril de 1898, el Presidente McKinley declaraba unilateralmente la guerra avalado por la resolución aprobada por el Congreso de Estados Unidos.
El pueblo español, intoxicado por una prensa inconsciente que ridiculizaba la potencia militar norteamericana y que desconocía, o ignoraba, el estado de las fuerzas militares españolas, llegó a creer en una rápida y aplastante victoria militar.
En Cuba, el ejército también recibió la declaración de guerra con júbilo, pensaba que cualquier soldado no acostumbrado a aquel terreno sería incapaz de sobrevivir. No consideraba las dificultades logísticas de combatir a miles de kilómetros de la metrópolis, sin apoyo de la población civil, sin una armada potente que asegurara las comunicaciones y la llegada de suministros y refuerzos desde la península.
La guerra se desarrolla de forma fulminante, dada la gran desigualdad de fuerza, duro tres meses y diecisiete días. Los historiadores modernos la consideran “la guerra más absurda de la historia universal” y la dos batallas navales decisivas como “los dos desastres navales más completos de los tiempos modernos”.
Fue una guerra universal que se combatió en dos escenarios muy alejados de la península y muy alejados entre sí, en dos océanos, el Atlántico y el Pacifico, en tres continentes, América, Asia y Oceanía, y entre dos naciones con muy distinto potencial militar, económico y de población.
La derrota española estaba cantada para todos los expertos mundiales, para el Gobierno y para la oposición española. Duró tres meses y 17 días, desde el 25 de abril de 1898 al 12 de agosto del mismo año. A continuación relatamos algunos de los acontecimientos de la citada guerra.
Entre las medidas iniciales tomadas por los norteamericanos, la principal de ellas consintió en un bloqueo naval de las islas españolas del mar Caribe. Durante el mismo, los estadounidenses apresaron: 7 vapores, 5 goletas de pesca y 2 grandes veleros españoles que fueron interceptados y enviados, junto con sus tripulaciones, como prisioneros de guerra a los puertos de EE. UU.
El bloqueo fue intenso y pocos buques españoles lograron burlarlo. Entre ellos hay que destacar el vapor Montserrat que, al mando del Capitán Deschamps, logró romperlo en tres ocasiones. Durante la corta guerra, 28 barcos llegaron a Cuba burlando el bloqueo y otros tres estuvieron a punto de lograrlo viéndose obligados a varar en la costa ante el acoso de los navíos enemigos. Uno varó en Puerto Rico, el Antonio López, y los otros dos en Cuba, el Alfonso XIII y el Santo Domingo. De los tres, se consiguió rescatar la mayoría de los suministros que contenían sus bodegas.
La primera acción de la guerra ocurrió en las proximidades del puerto de Cárdenas (provincia de Matanzas) el día 25 de abril cuando, para protegerse de los buques de Estados Unidos, se refugiaron en el puerto dos cañoneras españolas, la Ligera y la Alerta, junto con el remolcador Antonio López. El mismo día 25, frente a las costas de Matanza, capital de la provincia del mismo nombre, se desarrolló el combate naval entre el cañonero norteamericano Cushing y la lancha cañonera Ligera. Cuando el primero intentó entrar en la bahía Cárdenas fue atacado por la segunda alcanzándolo con un disparo que lo obligó a huir averiado y escorado. La versión oficial de los EE. UU fue que el Cushing fue alcanzado por baterías terrestres ocultas.
El día 29 de abril, la escuadra del almirante Cervera salió de Cabo Verde rumbo a Puerto Rico, la componían cuatro cruceros acorazados y tres destructores. No llegó nunca a Puerto Rico. Los torpederos y los buques auxiliares regresaron a las Canarias.
El día 1 de mayo, la escuadra norteamericana de Pacífico derrotó y aniquiló a la escuadra española de las Filipinas. La derrota no se debió a la diferencia, muy acusada, entre los barcos de ambas escuadras ni a la falta de heroísmo de los marinos españoles, más bien se debió a que el mando español no supo aprovechar las ventajas y medios de que disponía ni prolongar su resistencia hasta el límite. Ningún barco español fue hundido durante la acción del enemigo y las bajas, de uno y otro bando, no fueron concluyentes para determinar la victoria.
El contralmirante Patricio Montojo y Pasaron, Comandante en jefe español y jefe del Apostadero, disponía de 10 unidades aptas para el combate naval entre escuadras, además de una treintena de buques más pequeños que servían para luchar contra la insurgencia filipina. De los diez buques aptos para combatir, 8 habían sido botados entre los 10 y los 13 años anteriores, por lo que no se puede considerar que fueran buques viejos. Todos los buques tenían casco de hierro, excepto el crucero Castilla que lo tenía de madera. Ninguno de ellos era blindado pero los dos cruceros gemelos, Isla de Cuba e Isla de Luzón, eran cruceros protegidos.
La escuadra americana estaba formada por 5 cruceros protegidos y un cañonero. En general, los barcos americanos eran más grandes, más potentes y modernos que los españoles pero la diferencia no era mucha.
Amabas escuadras no podían esperar refuerzos importantes dada la lejanía de sus respectivas bases metropolitanas, además, la acción más importante de la guerra se esperaba en el Caribe. La flota española era más débil en un combate en alta mar, pero no en una bahía, al lado de su base, con el apoyo de las baterías de costa y las minas submarinas. La apuesta más fuerte era de los norteamericanos que se lo jugaban todo a una carta.
La potencia de la escuadra enemiga era bien conocida en Manila por las informaciones que mandaba el cónsul desde Hong Kong donde estaba fondeada.
Aunque se pidieron más recursos a Madrid, los existentes en Manila en cuanto a minas y baterías de costa eran más que suficientes.
El Ejército quería que la Armada defendiera la capital, pero Montojo considero mejor luchar en la bahía de Subic, fuera de la bahía de Manila y separada de esta última por la península de Bataan. Los planes de combate fueron erróneos. Se repartieron los medios terrestres y las minas disponibles en cuatro puntos distintos, sin apoyo entre sí, por lo que perdían eficacia. Además, la distribución de los medios terrestres no fue la adecuada para combatir en Subic, por lo que se decidió, a última hora, combatir en Cavite dentro de la bahía de Manila.
El alistamiento de los buques para el combate era bastante malo: agotados por largas navegaciones debido a las enormes distancias a vigilar tanto en el archipiélago Filipino como en las Marianas, las Carolinas y las Palaos, necesitaban reparaciones, puesta a punto de las tripulaciones, refuerzos y entrenamiento para el combate. No se hacían prácticas de tiro para no gastar munición. En el arsenal de Cavite tampoco había capacidad para efectuar reparaciones rápidas y eficaces.
De las 10 unidades aptas para el combate, tres no podían navegar: los cruceros Velasco y Ulloa y el cañonero Lezo. El Velasco y el Lezo ni siguiera participaron en el combate. Otro más, Elcano, no estuvo en la batalla, estaba destacado en Mindanao. El crucero Castilla no podía navegar al no poder hacer funcionar las máquinas por avería. Así, la escuadra se reducía a 7 buques de los que dos estaban en reparaciones, sin poder navegar y con la artillería y dotaciones reducidas (Castilla y Ulloa). De los cañones apostados en la bahía solo dos, los emplazados en Punta Sangley para proteger el arsenal, podían a poyar a la flota y uno de ellos no podía disparar, por su emplazamiento, en la dirección en la que apareció la flota enemiga. Y el otro disparó siempre alto por tener la mira ajusta a una distancia de 6.000 metros cuando se combatió a menos de 4.000. Frente a Cavite no había nada más que una mina. Todo era un despropósito.
Los norteamericanos, al no encontrar a la escuadra en Subic, forzaron la entrada a la bahía de Manila de noche. Las baterías españolas situadas en la boca a penas hicieron algún disparo y no explotó ninguna mina, por lo que la flota enemiga entre en la bahía sin ninguna baja.
La batalla comenzó sobre las 5 y cuarto de la mañana del día 1 de mayo cuando los españoles abrieron fuego. La batalla se libró a unas distancias entre contendientes de unos 4.000 metros. Los 5 navíos americanos realizaron pasadas en hilera frente a los 7 españoles que, excesivamente juntos, parados o moviéndose lentamente, presentaban un buen blanco.
La superioridad artillera norteamericana era evidente, por lo que el mando español ordenó un ataque con torpedos que llevaron a cabo el Cristina y el Juan de Austria. El ataque resulto infructuoso, el Cristina tuvo que retirarse averiado, e incendiado, alcanzado por el enemigo.
Después de dos horas de combate, sobre las 7 y media, la escuadra enemiga se retiró. Por entonces, los cruceros españoles Reina Cristina, y Castilla estaban incendiados; había daños considerables en el Ulloa; el Marqués del Duero y el Juan de Austria tenían pequeños daños y el Isla de Luzón y el Isla de Cuba estaban prácticamente intactos. Montojo trasladó su insignia desde el Reina Cristina al Isla de Cuba.
De los americanos, el Boston estaba ardiendo, el Baltimore tenía un impacto directo y habían consumido la mitad de la munición. Después de dos horas de combate no habían conseguido disminuir el volumen de fuego de los navíos españoles, los incendios habían sido extinguidos sin daños visibles en los buques y estos seguían disparando. En general, nada importante había ocurrido que permitiera pensar a los estadounidenses que habían causado serios daños a los buques españoles. Además, estaban escasos de municiones y si estas se acababan podían pasar de ser cazadores a ser cazados.
Mientras tanto, Montojo, que se había comportado con gallardía en el combate, ordenó abandonar a los incendiados, Cristina y Castilla, desembarcó en Cavite para curarse una contusión en una pierna. Se declaró derrotado y ordenó al jefe del arsenal, Enrique Sostoa Ibáñez, varar los buques y desembarcar a las tripulaciones si los norteamericanos volvían, tras extremar la resistencia. Mientras tanto, él se trasladó a Manila abandonando a sus hombres frente al enemigo. Este hecho le valió ser encausado después de la guerra y apartado del servicio.
Aquello hundió la moral de las tripulaciones. El Cristina y el Castilla fueron evacuados, los incendios que estaba controlados se reavivaron y ambos buques explotaron.
Al oír las explosiones, el comodoro Dewey volvió al combate a las 11 y cuarto de la mañana, a penas encontró resistencia pues los barcos españoles estaban siendo varados y hundidos por sus tripulaciones que se refugiaron en el arsenal. Solo continuaron haciendo fuego los cañones emplazados en Punta Sangley hasta que, visto la inutilidad de la resistencia, se izó bandera de parlamento a las 14: 30 horas.
De los barcos españoles hundidos por su propia tripulación, tres de ellos fueron reflotados tras la guerra por los norteamericanos, reparados e incorporados a la US Navy. Estos, que apenas habían sufrido daños en el combate, fueron el Juan de Austria, el Isla de Cuba y el Isla de Luzón, sirvieron muchos años conservando sus nombres, alguno navegó hasta el año 1932.
Los estadounidenses reconocieron 13 muertos en combate y 38 heridos. Por parte española fueron 60 los muertos y 222 los heridos en la escuadra, y 17 muerto y 49 heridos en el bombardeo final del arsenal cuando ya se había derrumbado la defensa del mismo.
Con la victoria, los norteamericanos tuvieron el dominio de la bahía de Manila lo que animó a los filipinos a iniciar una nueva sublevación.
La catástrofe de Cavite tuvo dos consecuencias inmediatas: provocó una nueva sublevación tagala encabezada por el antiguo líder Aguinaldo y una deserción masiva de los soldados indígenas.
Augustín, sin experiencia en aquella guerra, se encerró en Manila e intentó ganarse a los tagalos y a otros grupos de la población de las islas. La llegada de Aguinaldo, traído por los norteamericanos desde Hong Kong hasta Cavite, impidió sus propósitos. España solo podía contar con sus propias fuerzas en el Archipiélago formadas por los soldados peninsulares de guarnición y los escasos refuerzos que pudieran ser reclutados entre la población blanca y nativa.
Las defensas de Manila, con unos efectivos reducidos, eran obsoletas e ineficaces. Su recinto amurallado, bastiones y fuertes extramuros, habían sido construidos a lo largo de varios siglos y era eficaz para rechazar a piratas o defender la ciudad de revueltas nativas, pero no era para resistir un asedio y asalto de unas fuerzas dotadas de medios modernos, no estaban preparados para resistir un cañoneo de la flota estadounidense.
Las defensas exteriores fueron mejoradas por Primo de Rivera con la creación de blocaos y trincheras, reinstalando la escasa artillería de la que contaba la plaza, para crear un perímetro defensivo exterior a la muralla ante un posible ataque terrestre.
España disponía de una escuadra más, la Escuadra de Reserva anclada en la península y manda por el almirante Cámara, cuya sola presencia hubiese inclinado la balanza de la guerra del Pacífico a nuestro favor, pero esta escuadra continuó en España para defender las costas españolas de un posible ataque norteamericano.
Las fuerzas españolas, diseminadas por todo el archipiélago en minúsculas guarniciones, no fueron capaces de organizarse en columnas y concentrase en Manila. El terreno y la resistencia nativa, cada vez más numerosa y mejor armada, lo impidieron. Muchos soldados nativos desertaron y se pasaron a los rebeldes con sus armas sin que los escasos jefes peninsulares lograran evitarlo.
Después de la batalla del día 1 de mayo y de los combates y rendición del arsenal de Cavite del día siguiente, el almirante americano demandó a Augustín la rendición inmediata de Manila, rendición que fue rechazada.
La flota enemiga no bombardeo la ciudad, como se esperaba, al disponer de poca munición y encontrarse muy lejos de sus bases. Los efectivos terrestres eran escasos y, a pesar de contar con la ayuda de Aguinaldo, no se atrevieron a plantear un combate ante el riesgo de una derrota a manos de los españoles. Los combates contra los insurrectos en torno a la ciudad se endurecían día a día.
El día 11 de mayo, se produjeron en Cuba dos pequeños combates navales saldados con victorias de la Armada española.
El primero de ellos fue el segundo combate naval de Cárdenas. Los tres barcos españoles: la Ligera, la Alerta y el Antonio López quedaron bloqueados en la bahía por un escuadrón de buques norteamericanos. Al considerar que el bloqueo duraba demasiado, los navíos que formaban el bloqueo decidieron entrar en la bahía y atacar a los barcos españoles. Las cañoneras españolas se retiraron a las zonas de menor fondo donde los buques norteamericanos no podían llegar. El remolcador Antonio López, de mayor calado, se dirigió a puerto.
El torpedero Winslow, al ver al solitario remolcador español en el puerto, se dirigió hacia él disparando sus cañones. Respondió el español y, al segundo disparo, dejó sin gobierno al atacante. Acudió en su ayuda el cañonero Wilmington dando fuego de cobertura mientras el Hudson evacuaba a la tripulación del Winslow. La situación era incomprensible para la soberbia norteamericana. Pensaron que los daños en sus navíos eran causados por baterías de artillería ocultas en la ciudad por lo que comenzaron a bombardearla. Tras dos horas y media de combate, el Wilmington se retiró con dos impactos, el Hudson, con cuatro, remolcaba al Winslow con tan graves averías que tuvo que ser dado de baja de la marina de EE. UU. En total los norteamericanos tuvieron 5 muertos y 6 heridos, por tres muertos y un herido españoles.
Fue la mayor victoria naval española de la guerra y la que más bajas causo a los estadounidenses que en todos los combates anteriores y posteriores. El comandante del Antonio López, Tte. de navío Montes, fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando y el comandante de la Ligera, Tte. de navío Pérez Rendón, con la Cruz Naval de María Cristina.
El segundo combate victorioso para las fuerzas españolas ocurrió en Cienfuegos.
A principios de abril, Estados Unidos descubrió que existían cables subacuáticos que, partiendo del puerto de Cienfuegos, comunicaban con la península y coordinaban la acción naval de los barcos mercantes que abastecían a las tropas españolas en la Isla. Con objeto de cortar esta comunicación, enviaron a dos cruceros, el Marblehead y el Nashville, con una fuerza de desembarco de 52 marines, todos voluntarios, que se embarcaron en dos botes de pequeño tamaño para cortar los cables con hachas y sierras bajo la cobertura de fuego de los dos cruceros y de un barco mercante artillado.
Las baterías españolas eran demasiado imprecisas para acertar a los barcos, pero el fuego de fusilería provocó daños en los botes con bajas en las tripulaciones. Después de más de una hora de combate, dos de los tres cables fueron cortados, pero los marines tuvieron que retirase con sus botes a posiciones más seguras dejando el tercer cable sin tocar y operativo. Fueron cortados los dos cables que conocían los norteamericanos, pero no un tercer cable, más moderno y desconocido para estos, que siguió funcionando. Los 52 marines voluntarios fueron condecorados con la Medalla de Honro del Congreso, máxima condecoración militar de Estados Unidos.
Ese mismo día, sin incidentes, la flota de Cervera llegó a las inmediaciones de la posesión francesa de la Isla Martinica donde el destructor Terror se averió y tuvo que ser remolcado al puerto de Fort- de- France para ser reparado. El buque, una vez reparado, no pudo incorporarse a la flota de Cervera y acabó dirigiéndose a San Juan de Puerto Rico.
El capitán de navío Villaamil entró en el puerto con el Furor. Por él, el Almirante se enteró, y comunicó a la flota, que el enemigo bloqueaba la parte oeste de Cuba, que la escuadra americana, con su almirante a la cabeza debía de estar sobre San Juan de Puerto Rico para atacarlo y que había dos cruceros auxiliares enemigos en la cercanía. En la Martinica se le permitió a la flota adquirir víveres pero no carbón. Allí, también se enteraron, por los periódicos, de la derrota en Cavite de la escuadra española de Filipinas. En el consejo de oficiales, celebrado el día 12 de mayo, se decidió continuar hasta Curaçao en busca de carbón.
Ese mismo día, 12 de mayo, la escuadra norteamericana del Almirante William Thomas Sampson se presentó ante San Juan de Puerto Rico y procedió a su bombardeo.
La ciudad estaba defendida por una serie de fortificaciones recientemente reformadas y artillados, estas eran: El castillo de San Cristóbal, el castillo de San Felipe del Morro y 9 bastiones. Disponían de un total de 43 piezas de artillería, todas de hierro y ninguna moderna de tiro rápido, a los que se le sumaban otros 20 cañones de campaña. La guarnición total era de unos 8.000 soldados de tropas veteranas más otros 6.000 del cuerpo de voluntarios.
Las fuerzas navales presentes consistían en un crucero no protegido de segunda clase, Isabel II, construido en 1876; el crucero de tercera clase no protegido General Concha, construido en 1883; el cañonero de segunda Ponce de León, construido en 1895; el cañonero de tercera clase Criollo , y el crucero auxiliar Alfonso XIII, trasatlántico armado construido en 1888.
Frente a la ciudad se presentó la escuadra del almirante Thomas Sampson compuesto por dos acorazados, un crucero acorazado, dos monitores y dos cruceros con un total de 164 cañones. Su objetivo era interceptar la escuadra del Almirante Cervera que había salido de la península con destino a las Antillas.
El combate lo abrieron los americanos que, tras más de dos horas de combate, se retiraron.
Los disparos de los norteamericanos tenían como principal objetivo el castillo del Morro, pero muchos cayeron sobre la ciudad o sobre la bahía. El 80% de los proyectiles lanzados no explotaron por ser defectuosos o estar mal preparados. Los daños en la ciudad fueron mínimos y ligeros al barco español que estaban en el puerto, el crucero auxiliar Alfonso XIII. Por parte española se alcanzaron al acorazado Iowa y al crucero acorazado New York.
La flota enemiga tomó rumbo norte hacía la isla de Santo Domingo. Las bajas españolas fueron 56 entre muertos y heridos, civiles y militares, por 9 norteamericanas.
El día 14, a primera hora de la mañana, la escuadra del almirante Cervera llegó a la colonia holandesa de Curaçao donde el gobernador holandés solo permitió la entrada de dos buques. Al ser un puerto neutral, solo se permitió la permanencia en puerto durante 24. Se adquirieron 600 toneladas de carbón.
El día 15 de mayo, los buques partieron rumbo hacía Santiago de Cuba, pasando al sur de Puerto Rico. El almirante Cervera había recibido noticias del ataque norteamericano del día 12 a San Juan.
El destructor torpedero Terror, descolgado por avería de la escuadra del Almirante Cervera, acabó llegando a San Juan procedente de la Martinica el 17 de mayo por lo que no estuvo presente durante el bombardeo norteamericano. Era un buque de guerra moderno y el navío más temido por las fuerzas norteamericanas de bloqueo de San Juan. Fue la única nave de la escuadra del almirante Cervera que logro volver a España.
En la tarde del día 19 de mayo, la escuadra del almirante Cervera entraba, después de veintidós días de navegación, en el puerto de Santiago de Cuba, único puerto que ese momento estaba libre de bloqueo norteamericano.
Al no encontrar carbón suficiente en el puerto para continuar hasta La Habana, la escuadra fue bloqueada en el puerto por la flota americana. A partir de ese momento, hacerse a la mar equivalía a un suicidio.
El día 12 de mayo, el Ministro de Marian había mandado un telegrama al comandante general de Marina de Puerto Rico para que lo trasladase al Almirante Cervera. Por él, se autorizaba a Cervera a regresar a España si consideraba que su escuadra no podía operar con éxito. Como la flota no llegó a Puerto Rico, el telegrama no llegó nunca a las manos de Cervera.
El día 19 mayo, ante la protesta del Capitán General de Cuba, y del Gobernador General de Puerto Rico, por la mala influencia que en la moral de las tropas podía producir la retirada de la escuadra a Cádiz, el telegrama que fue anulado por el Ministro de Marina.
El día 27 de mayo, la flota norteamericana cerró la salida del puerto e inició operaciones destinadas a destruir la flota española.
Cervera protegió a sus barcos más importantes (Infanta María Teresa, Vizcaya y Oquendo) situándolos en los lugares más protegidos de la bahía, también ocultó a los destructores en otros lugares, pero el Cristóbal Colón tuvo que quedar más expuesto al fuego enemigo por lo que fue fondeado de forma que pudiera apoyar con su fuego a las baterías costeras.
El día 31 de mayo, la flota de EE. UU bombardea las fortificaciones de Santiago de Cuba e intercambia disparos con el crucero acorazado Cristóbal Colón. Los acorazados norteamericanos Iowa, Massachusetts y el crucero New Orleans dispararon contra las baterías costeras y contra el Cristóbal Colón con intención de hundirlo.
Manila quedó definitivamente sitiada el día 1 de junio. La ciudad estaba dejada a su propia suerte, por tierra no había refuerzos y por mar la única esperanza residía en la llegada de la flota del Almirante Cámara.
La noche del 2 al 3 de junio, los estadounidenses trataron de encerrar la escuadra de Cervera en Santiago hundiendo el vapor Merrimac en la entrada del puerto. El Merrimac, cargado de carbón y con un cinturón de jarras llenas de pólvora, se haría explotar en el momento oportuno para bloquear el acceso al puerto. Tripulado por siete hombres, todos voluntarios, fue descubierto a tiempo y hundido por el fuego de las baterías españolas sin llegar a detonar las jarras de pólvora y sin bloquear la entrada a Santiago. Sus tripulantes fueron rescatados del mar y hechos prisioneros. Fue el único barco de EE. UU hundido por los españoles durante la guerra.
El día 6 de junio, la flota norteamericana bombardea las defensas de la boca del puerto de Santiago e intercambia disparos con el viejo crucero español Reina Mercedes que formaba parte de la flota colonial agregada permanentemente en Cuba
La marina de EE.UU. que bloqueaba el puerto de Santiago de Cuba necesitaba un refugio para la temporada de huracanes y donde poder realizar las mínimas tareas necesarias de mantenimiento y de reabastecimiento. Para ello eligieron la bahía de Guantánamo situada en el sur de la isla, al este de la ciudad de Santiago. El día 7 de junio, la infantería de marina de los Estados Unidos realizó un desembarco en la citada bahía.
Las fuerzas españolas que defendía la bahía estaban compuestas por la 2º Brigada de la 2º División bajo el mando del general Félix Pareja. La guarnición la formaba un batallón de cada uno de los siguientes Regimientos: Simancas, Príncipe, Córdoba y Toledo, además de diversas unidades de caballería y artillería y de guerrillas voluntarias cubanas. Eran unos 5.000 hombres cuya situación era similar al resto de las unidades españolas de la isla, agravadas en ésta ocasión por los continuos ataques insurrectos que impedían un suministro regular de víveres y municiones, las enfermedades tropicales debido el entorno pantanoso donde debían luchar y la dispersión de las tropas de la brigada en pequeños puestos dedicados a la protección de puntos estratégicos lo que disminuía la masa de maniobra y la reserva.
El día 6 de junio, el crucero ligero norteamericano Marblehead y los cruceros auxiliares Saint Louis y Yankee fueron separados de la flota de bloqueo para reconocer la bahía de Guantánamo, además de cortar el cable submarino comunicaba Cuba con Haití y el mundo exterior. Las pequeñas cañoneras españoles que estaban en la bahía tuvieron que retirarse al interior ante la diferencia de potencia de fuego con el enemigo. El fuego hostil desmontó el único cañón que le hizo frente desde el fuerte del Cayo del Toro. Además de cortar el cable, la escuadrilla recogió a oficiales rebeldes que informaron al almirante estadounidense del estado de las defensas.
El día 10 sin oposición, protegidos por los cañones de los cruceros, el Primer batallón de marines, compuesto por unos 650 hombres, desembarcó en el Promontorio del Pescado, obligando a los españoles a replegarse. Establecieron un campamento al que llamaron Campo McCalla.
Al amanecer del día siguiente, se llevó a cabo el contraataque español que, con el apoyo artillero del Marblehead ,fue rechazado varias veces, pero que hacían imposible el avance norteamericano más allá del punto de desembarco.
El día 12, la situación del punto de desembarco se volvió crítica para los asaltantes. Ese mismo día, en Filipinas, Emilio Aguinaldo proclamó, por primera vez, la independencia del Archipiélago.
Al día siguiente, los marines fueron reforzados por unos 100 curtidos rebeldes bajo mando del teniente coronel Enrique Thomas. Los cubanos, familiarizados con las tácticas de la guerrilla, quemaron el matorral y la maleza mientras avanzaban, negando así al enemigo su cobertura. El Marblehead, que había bombardeos en varias ocasiones la costa, no podía internarse en la bahía debido a la presencia del cañonero español Sandoval, mucho más ágil en aquellas aguas someras. Sin embargo, el ataque español se reanudó al anochecer.
Al anochecer del 13 de junio, los marines estaban exhaustos. No habían dormido ni descansado durante 100 horas. El alivio de los combatientes o los refuerzos eran imposibles, porque las tropas del ejército de los EEUU todavía no habían salido de los EEUU. La lucha continuó dos más días. Los cubanos rebeldes informaron a los norteamericanos de la importancia que tenía la posición de Cuzco, en ella estaba el único pozo de agua dulce de la bahía. Su ocupación por el enemigo obligaría a los españoles a abandonarla. La posición estaba defendida por unos 500 hombres entre soldados y guerrilleros.
El día 14, iniciaron el asalto a la posición con una fuerza formada por marines y cubanos rebeldes. Los españoles abandonaron la posición cuando llevaban 180 bajas entre muertos y heridos, retirándose hacía Guantánamo. El cañonero español Sandoval fue hundido por su propia tripulación para evitar que cayera en manos de los enemigos.
Fue la primera victoria lograda por los aliados norteamericanos y cubanos, gracias a la pericia y conocimiento del terreno de estos últimos.
El día 13 de junio, mientras los infantes españoles luchaban contra los marines en la bahía de Guantánamo, se produjo otra acción naval victoriosa contra la Navy norteamericana. En las proximidades del puerto de Cienfuegos, donde había tenido lugar el enfrentamiento victorioso doce días antes cuando lo marines estadounidenses trataron de cortar los cables submarinos, se produjo una acción naval entre el cañonero Diego Velázquez y el crucero auxiliar norteamericano Yankee.
El almirante norteamericano había recibido informes de que el vapor español Purísima Concepción había burlado el bloqueo y se dirigía a Cienfuegos, en la provincia del mismo nombre. Procedía de Jamaica y cargaba víveres. Se ordenó al Yankee que interceptara, capturara o hundiera al carguero. El citado día 13, apareció el vapor en lontananza y el Diego Velázquez navegó hacia la nave española para protegerla en el tramo final de su travesía. Al advertir la presencia del Yankee, enfiló directamente hacía él haciéndole creer que estaba provisto de torpedos y provocando que este maniobrara para evitarlo.
El buque español navegaba haciendo zigzag, cambiando de velocidad, para evitar la puntería de los artilleros norteamericanos. Después de una hora de combate, el Diego Velázquez fue alcanzado por dos disparos que le produjeron seis heridos y averías de menor importancia mientras que el Yankee fue alcanzado por varios disparos, resultando seriamente dañado y obligándolo a giran en redondo hacia mar abierto y a huir del combate.
La isla de Guam, la mayor isla del archipiélago de las Marianas y donde se ubica Agaña la capital, formaba parte de la Capitanía General de las Islas Filipinas de la que la separaba una distancia más de 2.550 Km. El último mensaje de España lo recibieron el día 14 de abril de 1898, días antes de que estallara el conflicto con EE.UU., en el que se les manifestaba la posibilidad de un acercamiento diplomático para evitarlo.
La guarnición de la isla la formaban tres oficiales y 54 soldados más otros 54 milicianos chamorros (chamorros era el nombre de los nativos de las islas del archipiélago).
Cuando el crucero norteamericano Charleston se dirigía a Manila, su capitán Henry Glass recibió la orden de tomar Guam. Al crucero le acompañaban tres naves de transporte.
El 20 de junio, el crucero consiguió llegar a las playas de Guam y disparó tres cañonazos. La eficacia de tal andanada no dio el resultado que el capitán americano esperaba hasta el punto que las autoridades españolas supusieron que se trataba de salvas de cortesía. Las autoridades españolas se dirigieron en una barca al buque enemigo sin saber que lo era. Al subir al crucero norteamericano se disculparon por no haber podido responder a las salvas de saludo ya que los cañones del puerto, sin usar en más de un siglo, no estaban en condiciones de ser disparados, el salitre los había dañado y se temía que reventasen si se disparaban.
Glass les informó de que había estallado la guerra entre España y EE. UU. y que, desde ese momento, eran prisioneros de guerra. Quiso enviar a uno de los oficiales españoles con un mensaje para que se rindiese la isla, como el español se negó a obedecer a un oficial extranjero, esperó hasta el día siguiente cuando el oficial norteamericano que había desembarcado en la playa conminó a la rendición de la isla en un plazo de 30 minutos.
En inferioridad numérica, con escasez de cartuchos, sin fortificaciones en la isla ni posibilidad de ayuda, el gobernador de la isla, el general Juan Marina, se vio obligado a rendirse si bien protestando por el acto de fuerza que se estaba cometiendo cuando no tenía noticias de su Gobierno de haberse declarado la guerra entre las dos naciones. Ese mismo día las fuerzas españolas fueron desarmadas y sus miembros tomados como prisioneros. Como los vencedores no dejaron guarnición en la isla, los funcionarios civiles españoles, una vez desaparecieron los navíos estadounidenses, volvieron a izar la bandera española
El capitán Glass siguió las órdenes al pie de la letra, solo rindió la isla de Guam, sin saber que era la gobernación de la demarcación de las islas Marianas y que, en el mismo acto, podía haber tomado posesión del resto de las Islas. El descuido fue aprovechado por España para vender el resto de las Islas Marianas a Alemania, en 1899. Guam fue primera posesión de Estados Unidos en el Océano Pacífico y continúa, desde entonces, bajo dominio norteamericano.
El día 22 de junio, a primera hora de la mañana, apareció sobre la bahía de San Juan de Puerto Rico el crucero auxiliar enemigo Saint Paul que bloqueaba la ciudad. Se situó frente el fuerte de San Cristóbal pero fuera del alcance de los cañones. A las doce de la mañana levó anclas el crucero Isabel II y salió por la bocana del Morro. Ambos barcos intercambiaron algunos cañonazos sin consecuencias ya que el navío español no quería perder el apoyo de los cañones de tierra y el barco estadounidense no quería exponerse a ellos.
A la una y media, salió el destructor Terror a combatir al buque enemigo. Adelantó al Isabel II y se dirigió recto hacia le Saint Paul. A unos 5.000 metros abrió fuego el Terror siendo respondido por todas las baterías del crucero enemigo. De pronto el Terror acallaba sus fuegos y viraba en demanda de puerto. Había sido alcanzado por un proyectil sobre la línea de flotación, inutilizando el cambio de marchas y abriendo una vía de agua en los fondos que amenazaba con hundirlo.
Las bajas en el Terror fueron dos muertos, un marinero y un maquinista, un fogonero gravemente herido y otros tres hombres con heridas leves. El destructor se reparó y un mes más tarde estaba en perfecto estado.
Fue un intento frustrado de romper el bloqueo que afectó a la moral y a la confianza en la capacidad de la Armada para vencer a los navíos americanos.
El mismo día 22 de junio, 6.000 soldados americanos desembarcaron cerca de la ciudad de Santiago de Cuba.
Habían pasado dos meses desde la declaración de guerra cuando Estados Unidos consiguió reunir un ejército formado por 14.000 soldados profesionales más unos 3.000 milicianos voluntarios que, al mando del general William Rufus Shafter, el vencedor de los siux, desembarco al este de Santiago de Cuba, entre los días 22 y 26 de junio, usando los destartalados pantanales mineros de Daiquiri y Siboney situados entre Santiago y Guantánamo.
Con la escuadra española encerrada en Santiago, se desechó un desembarco masivo en Guantánamo por la ausencia en la zona de caminos practicables y se eligió la playa de Daiquiri que estaba defendida, según la información que proporcionaron los rebeldes cubanos, por menos de 300 soldados españoles.
Así, a primeras horas de la mañana del día 22 de junio, se presentó una fuerza de combate norteamericana que bombardeó Siboney, Daiquiri y Aguadores en una maniobra de distracción para ocultar el verdadero lugar de desembarco que se realizó, finalmente, en Daiquiri.
El asalto solo fue posible por el error del general Arsenio Linares Pombo, gobernador militar de Santiago, quien ordenó replegar las unidades españolas desplegadas en los acantilados que dominaban la zona de desembarco. En el ataque participó el 5º Cuerpo de Ejército Americano mandado por el general Shafter compuesto por un total de 17.000 hombres a los que había que añadir unos 5.000 rebeldes cubanos. El desembarco se realizó sin resistencia española. Fue caótico y hasta media mañana del día siguiente, 22 de junio, no puso el pie en tierra el primer soldado norteamericano. La mañana del día 23 los enemigos iniciaron la marcha tomando el pueblo de Siboney, momento en el que llegó la noticia del desembarco a Santiago.
El día 23, el general Linares con 200 soldados y dos cañones se dirigió hacia la costa para observar el desarrollo del desembarco. En el camino se encontró a los soldados que se retiraban de los acantilados según se les había ordenado. Al ser informado de la situación, estableció una posición defensiva en la colina de Las Guásimas para intentar bloquear el acceso a Santiago. Después de rechazar un ataque de los rebeldes cubanos, decidió abandonar la posición al amanecer del día 24 y hacerse fuerte en la afueras de la ciudad. Una vez iniciada la operación de repliegue, ésta fue interrumpida por el enemigo. Informados por los mambises de la situación de la posición española, enviaron un regimiento a atacarla. Cuando acometieron a los españoles fueron rechazados y obligados a volver con sus fuerzas.
Linares continuó con su plan de defenderse en las afueras de Santiago, comunicó con el Capitán General, el general Blanco, informándole de la situación. La respuesta de Blanco no le gustó, en ella le indicaba que hubiese sido preferible mantener las excelentes posiciones abandonadas. Considerándose desautorizado, Linares solicitó su relevo. Como no era posible su sustitución en las circunstancias en las que se encontraba la plaza, Blanco le autorizó a actuar según creyera más conveniente. Una semana después, los norteamericanos se establecieron a unos diez kilómetros de la ciudad, en una magnifica base de operaciones alejada de los insalubres manglares costeros.
Linares quedó atrapado en la ciudad con una guarnición de unos 8.000 soldados españoles. No había tomado medidas para agrupar a los 30.000 combatientes españoles desperdigados por el distrito oriental del que Santiago era la capital, ni para lograr el auxilio de los 150.000 desplegados en la Isla.
En San Juan de Puerto Rico se rumoreaba, a finales de junio, sobre la llegada inminente de un trasatlántico español con pertrechos de guerra.
El bloqueo del puerto lo llevaba a cabo el crucero auxiliar norteamericano Yosemite, era el único barco enemigo que cerraba el puerto donde estaban anclados dos cruceros y un cañonero español.
La mañana del día 28 de junio, se divisó la columna de humo del trasatlántico español Antonio López que enfilaba el puerto. El barco había llegado la noche anterior pero, al no estar las luces de acceso al puerto encendidas, no pudo entrar al mismo. El Yosemite, al ver las señales de la ciudad que señalaban la presencia del buque español, inicio la caza del mismo. El crucero español Isabel II, después de varios errores en la maniobra de salida del puerto, partió a proteger al buque español. Entre tanto, el Yosemite consiguió varios impactos en el Antonio López obligándolo a embarrancar en la playa.
Detrás del Isabel II, salieron a enfrentarse al enemigo el crucero General Concha y el cañonero Ponce de León. El Ponce de León aproó directamente al Yosemite, obligándolo a virar para alejarse.
A continuación, el Ponce de León bajo el fuego enemigo puso proa hacia el Antonio López con intención de remolcarlo a puerto.
A pesar de que el buque enemigo siempre estuvo a tiro de las baterías de tierra españolas, hasta ese momento no se habían efectuado disparos que obligaran al navío enemigo suspender el combate y a alejarse.
Todos los buques suspendieron el fuego. Bajo la atenta mirada del crucero enemigo desde el horizonte, y lejos del alcance de la artillería, los españoles recuperaron todo el alijo del trasatlántico español. Hubo varios intentos frustrados de remolcar el Antonio López a puerto.
El día 30 de junio, en Baler, una aldea de la isla de Luzón, en el Distrito del Príncipe, formada por un grupo disperso de casas y una iglesia dedicada a San Luis de Tolosa, en la bahía de su nombre, distante de la playa a unos 1.000 metros, una patrulla rutinaria española al mando del teniente Saturnino Cerezo fue emboscada por los insurgentes filipinos al mando de Teodorico Novicio. Los españoles se refugiaron en la iglesia del pueblo, el edificio más sólido y que mejor defensa presentaba. Acababa de comenzar el asedio del Baler. Bloqueo que se prolongará 337 días, hasta el 2 de junio de 1899, cuando los supervivientes del destacamento de 54 soldados del 2º Batallón Expedicionario de Cazadores se rindieron con todos los honores a los filipinos.
Los norteamericanos estaban decididos a emplear a las fuerzas rebeldes cubanas como auxiliares, para ello necesitaban una base segura desde el que reabastecerlos. El primer lugar propuesto para tal fin fue Cienfuegos, pero este quedo descartado el 29 de junio cuando el cañonero americano Florida, enviado con 425 soldados de desembarco, encontró resistencia de la Armada española. Se optó por la playa de Tayacoba.
Antes del desembarco del grueso de las tropas, enviaron un pelotón de reconocimiento que fue interceptado por los defensores españoles. Con el avance bloqueado e incapaz de mantener la posición, los atacantes se vieron obligados a retraerse a la playa. Las barcas de desembarco norteamericanas fueron destruidas por la artillería española quedando el pelotón aislado en la playa.
El cañonero Florida intentó varias veces su rescate, los primeros intentos fueron frustrados por los españoles, pero el quinto, realizado por la noche, logró rescatar a cuatro hombres supervivientes.
El mismo día 30 de junio, se produjo una escaramuza naval entre la lancha cañonera española Centinela, armada con dos ametralladoras, y una flota norteamericana compuesta tres cruceros auxiliares, los Hist, Hornet y Wompatuck, armados con un total de 16 cañones y cuatro ametralladoras, destinados a bloquear el puerto y la ciudad de Manzanillo, en el sureste de Cuba.
La cañonera española alcanzada por más de 25 impactos, que le produjeron varios heridos y un muerto, tuvo que embarrancar en la costa y poner a salvo su tripulación.
Tras ésta pequeña escaramuza, los norteamericanos decidieron entrar en la bahía de Manzanillo para destruir los barcos de guerra que allí hubieren. En el puerto se encontraban las lanchas españolas Estrella, Guantánamo y dos cañoneros el Delgado Parejo y el Guardián, este último no podía moverse por avería. Los cuatro sumaban 6 piezas de artillería y varias ametralladoras. Además, estaba fondeado el pontón de ruedas María y el vetusto cañonero Cuba Española con más de 28 años en sus cuadernas de madera y armado con un cañón de avancarga.
Los oficiales españoles planearon el combate formando dos grupos: uno formado por los barcos que podían moverse (Estrella, Guantánamo y Delgado Parejo) y el otro con los que no podían navegar.
El primer grupo, muchos más ágiles que los barcos enemigos, se dirigió directamente hacia los navíos norteamericanos moviéndose en diferentes direcciones y cambiando constantemente de rumbo. Con esta táctica pretendían mantener alejados a los enemigos de los barcos que no podían navegar, pero que no dejaban de disparar contra ellos. Después de una hora de combate, los estadounidenses se vieron obligados a retirarse del combate con el Hist alcanzado por once impactos, seguido por el Wompatuck con tres que remolcaba al Hornet que, con cinco impactos, había quedado a la deriva. En la flotilla española las averías fueron menores y solo tuvo dos muertes.
Al día siguiente, 1 de julio, otros buques norteamericanos, el Scorpión y el Osceola, se presentaron ante Manzanillo para destruir la pequeña flota española. Esperaban unirse a los otros tres barcos, ignorando que estos habían sido derrotados y puestos en fuga. Los dos barcos enemigos abrieron fuego sobre los españoles. La respuesta de estos, y de las baterías costeras, hizo que los buques estadounidenses se retiraran con el Scorpion alcanzado dos veces. En esta ocasión no hubo víctimas en ninguno de los dos bandos.
Entretanto, en Santiago, el general Linares estaba totalmente ignorante de los movimientos del enemigo. Creía que su intención era cerrar la boca de la bahía para impedir la salida de la Flota. Esta suposición hizo que variara las disposiciones defensivas de la ciudad, antes estaban orientadas a la defensa de los ataques de los mambises y ahora reforzó los fuertes que defendían la entrada de la bahía, retiro la brigada estacionada en Manzanillo y solicitó a Cervera que desembarcara parte de sus tripulaciones para emplazarlas en los flancos de las fortalezas que defendían la entrada a la bahía.
Estos desplazamientos de tropas debilitaron las defensas terrestres de Santiago. Para detener a los norteamericanos, en las posiciones exteriores de la ciudad solo se encontraban el destacamento de las Lomas de San Juan formado por 540 hombres y el poblado fortificado de El Caney guarnecido por 527 soldados. Tenían la misión de proteger la presa de Cuabitas, que proporcionaba agua a la cuidad, y el paso de Escandell por donde podía llegar la brigada de Guantánamo de la que nada se sabía desde el día 10 de julio cuando los marines desembarcaron en ese punto.
El 28 de junio, los rebeldes cubanos comunicaron al General Shafter la presencia en los pasos de la sierra de la brigada de Manzanillo que acudía, a marchas forzadas, a Santiago con tropas de refuerzo, vivieres y munición.
Los estadounidenses decidieron atacar las defensas terrestres de Santiago el día 1 de julio.
El plan de ataque se centraría sobre las Lomas de San Juan que serian atacadas por dos divisiones con el objetivo de tomarlas, bloquear la cuidad y conseguir su capitulación. El ataque estaría apoyado por una maniobra envolvente ejecutada por otra división que se encargaría de ocupar la posición de El Caney que constituía una amenaza de flanco al ataque de las otras divisiones. Estimaron un par de horas para la toma de esta última posición.
El ataque comenzó al amanecer del día señalado cuando las tres divisiones iniciaron su avance.
La heroica defensa de El Caney se prolongó durante más de diez horas. La superioridad en medios y personal de los estadounidenses (dos cañones de montaña frente a cuatro baterías de campaña, 12.000 soldados frente a poco más de 1.000 españoles) se impuso y al final de la jornada, el enemigos eran dueños de El Caney, de las Lomas de San Juan y de la presa de Cuabitas.
El combate fue excepcionalmente duro con 82 muertos españoles, entre ellos el general Joaquín Vara de Rey Rubio comandante de la posición de El Caney, condecorado por la defensa de la posición con la Cruz Laureada de San Fernando, y 552 heridos.
El día 2 de julio, los españoles lucharon con denuedo para recuperar las posiciones perdidas sin conseguirlo. En estos combates murió el capitán de navío, condecorado a título póstumo con la Cruz Laureada de San Fernando, Joaquín Bustamante y Quevedo, Jefe del Estado Mayor de la escuadra del almirante Cervera.
El contraataque no logra recuperar ninguna posición, pero mete miedo a los americanos. Han tomado, y mantenido, las posiciones a un alto precio: 239 muertos, 1.295 heridos y 79 desaparecidos (el 10% de las fuerzas destinadas en Cuba), además de 200 rebeldes cubanos muertos.
Los españoles han tenido un total de 165 muertos, 376 heridos y 121 prisioneros.
Para romper definitivamente las defensas de Santiago, los americanos se lanzan sobre la posición de Canosa al atardecer del mismo día 1 de Julio. La posición la defiende el Coronel Caula con dos compañías de infantería, una compañía de marineros y los restos de la guarnición de San Juan. Los yanquis se lanzan oleada tras oleada, siendo rechazadas con grandes bajas. Es herido el general Linares y muerto el coronel Caula. La situación de la posición es desesperada, ya no quedan reservas y el general Toral, que sustituye al General Linares, acude a los hospitales y, con 150 soldados heridos, va de refuerzo a Canosa. Los soldados heridos y enfermos rechazan el último ataque americano.
Mientras se desarrollaba la batalla de las Lomas de San Juan y de El Caney, los norteamericanos, que habían concebido un ataque de distracción para sacar a los españoles de sus trincheras, desembarcaron unos 2.000 soldados, más 300 cubanos, en Aguadores. Iniciaron el desembarco después de un bombardeo llevado a cabo por los cruceros New York, Suwanee y Gloucester, pero fueron frenados en seco por el fuego de la fusilería y artillería española. A primeras horas de la tarde, el mando enemigo ordenó suspender el ataque y acampar. A media noche, aprovechando la oscuridad, realizaron una retirada ordenada de manera que al amanecer del día siguiente no quedaban norteamericanos en las playas. En la acción tuvieron 2 muertos y 10 heridos por ninguna baja española.
Los americanos se sienten desolados. Creían que habían tomado las posiciones claves del sistema defensivo español cuando eran posiciones avanzadas, ocupadas por una pequeña parte de las tropas de guarnición de la ciudad de Santiago. Deciden asegurar sus posiciones y no atacar Santiago. El futuro presidente Roosevelt pide apoyo al senador Cabot para que convenza al presidente de que envíe refuerzos si quiere evitar el desastre militar de la fuerza expedicionaria.
El 3 de Julio, general en jefe americano envía un telegrama al secretario de guerra donde le informa que su línea de combate es muy débil y que piensa retroceder 5 millas. Solicita autorización a Washington para abandonar la Isla ante los estragos que el clima, y las defensas españolas, ocasionaban a sus tropas. La prensa norteamericana empezó a dejar de apoyar la guerra al constatar que el primer combate serio les había constado más de 1.500 hombres.
Pero el día 2 de julio, el Capitán General de Cuba ordenó, desde La Habana, al almirante Cervera que abandonara el puerto de Santiago ante la inminente ocupación de la ciudad por las fuerzas enemigas y el consiguiente peligro de captura de la escuadra. Esta decisión errónea cambio el resultado de la guerra.
Desde su llegada a Cuba, el día 19 de mayo, la escuadra española permaneció atracada en el puerto de Santiago evitando el combate en mar abierto con la poderosa flota norteamericana. El puerto era un lugar seguro, al enemigo le resultaba imposible entrar. Lo mismo que era imposible entrar era imposible salir si la escuadra norteamericana establecía un bloqueo. Además, para impedir que los españoles aprovecharan la oscuridad para salir del puerto, la escuadra norteamericana mantenía iluminada la salida con sus focos.
Cervera estaba convencido de la imposibilidad de enfrentarse directamente con los estadounidenses considerando la manifiesta inferioridad y operatividad de sus barcos. No había plan de batalla, así que optó por la solución más fácil, salvar el honor.
Antes de que la escuadra de Cervera fuese bloqueada en Santiago, el capitán de navío Fernando Villaamil, jefe de la escuadrilla de destructores, aconsejó realizar incursiones rápidas con sus naves atacando puertos de la costa este de los Estados Unidos para, así, forzar a gran parte de la escuadra estadounidense a volver para defender sus costas.
Estando ya la escuadra bloqueada, Villaamil propuso rápidos ataques nocturnos con torpedos volviendo a toda velocidad al puerto. El jefe de Estado Mayor de la escuadra de Cervera, capitán de navío laureado, Joaquín Bustamante, propuso una salida nocturna escalonada para evitar la pérdida de toda la escuadra. Todas estas ideas fueron desestimadas y la escuadra continuó bloqueada en el puerto de Santiago.
Para entonces, el mayor problema de Cervera no venía del enemigo, venía de la Cortes españolas donde, un día sí y otro también, la oposición, encabezada por Romero Robledo, exigía la salida de la escuadra a combatir, opinión que era jaleada por la mayor parte de la prensa del país.
Ante tales presiones, el Capitán General de Cuba, el general Ramón Blanco, con lo mejor del ejército expedicionario sitiado en Santiago, ordenó la salida de la escuadra del puerto.
Se celebró un consejo de guerra en el Infanta María Teresa donde se decidió salir de inmediato y tratar de poner la escuadra a salvo en La Habana. La situación era desesperada, estaba claro que el ejército no aguantaría más allá de finales de julio al agotarse las provisiones y municiones.
Convencido Cervera de la imposibilidad de lograrlo y de que el intento constituía un verdadero suicidio escribió un telegrama al ministro de Marina, Segismundo Bermejo, en estos términos: “Con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto unánime de los Generales de Marina que significa la desaprobación y censura de mis opiniones, lo cual implica la necesidad de que cualquiera de ellos me hubiera relevado”.
Las fuerzas enfrentadas eran: 4 cruceros acorazados y 2 contratorpederos españoles frente a 4 acorazados, 2 cruceros acorazados, 1 cañonero y 3 cruceros auxiliares.
La fuga estaba prevista para las 9 de la mañana del domingo 3 de julio. Cervera decidió salir navegando hacia el oeste, pegado a la costa para salvar el mayor número de vidas posibles. La decisión de salir a plena luz del día se fundamentaba en la seguridad de sus barcos, pero militarmente era la peor solución posible. Una salida nocturna, o en un día de mal tiempo, hubiera evitado la destrucción total de la escuadra. Además, la estrechez del canal de salida hacia que los navíos tuvieran que navegar una detrás de otro.
Por diversas razones, en la madrugada del día 3 de julio, algunas unidades norteamericanas habían abandonado su posición de bloqueo, unos estaban repostando en la bahía de Guantánamo o en Florida y otro había abandonado la posición de bloqueo para ir a recoger y transportar al almirante Sampson a una reunión con el general Shafter. La reunión era para analizar la situación de las fuerzas terrestres y recabar el apoyo de los navíos de la flota en el asalto a la ciudad de Santiago.
Como hemos explicado anteriormente, el general Shafter había solicitado la retirada de las tropas estadounidenses si no disminuía la oposición española.
A las 8,45, los vigías norteamericanos detectaron las nubes de humo que producían los barcos españoles e inmediatamente dieron la alarma. A las 9,35 la flota estadounidense estaba lista para el combate.
Como los buques españoles no podían salir del puerto nada más que de uno en uno, debido a la estrechez del canal de salida, el plan de Cervera consistía en salir él el primero con su navío insignia, el Infanta María Teresa, para atraer el fuego enemigo y dar una oportunidad de sobrevivir a los demás buques de la escuadra. Como el carbón escaseaba, especialmente al bueno, la proporción de carbón bueno y malo era igual para todos los buques. El resto de buques salieron en orden decreciente de tamaño y potencia de fuego. Fue un error que los buques salieran del puerto a intervalos demasiado largos y siguiendo todos la misma derrota.
La flota norteamericana, ante la ausencia de su almirante, fue mandada por el comodoro Winfield Scott Schley cuyo buque insignia era el crucero Brooklyn.
A las 9,45 salió el Infanta María Teresa que se dirigió directamente hacia el Brooklyn al que obligó a virar en redondo para huir de sus disparos y de su espolón. Atacado por casi toda la escuadra norteamericana, fue alcanzado por los disparos del acorazado Iowa que le partió la tubería principal de vapor. El buque empezó a perder velocidad, la torre artillera principal dejo de funcionar, con un grave incendio en la popa, herido su comandante y muertos todos los oficiales del puente, prácticamente inutilizado, Cervera, que se había hecho cargo del mando del buque, ordenó virar hacia tierra y embarrancar después de media hora de combate. El rescate de la tripulación fue muy difícil. Cervera fue llevado al Iowa donde fue recibido con honores militares. El María Teresa tuvo 70 bajas.
Los siguientes buques en salir fueron el Vizcaya, seguido del Cristóbal Colón. Ambos intercambiaron fuego con los buques enemigos a larga distancia y continuaron su huida.
El fuego de toda la flota estadounidense se centro en el siguiente buque en salir, el Oquendo. Recibió un impacto que destruyó la torre de proa y otro la cámara de torpedos. Incendiado, sin funcionar casi todas sus piezas ni el ascensor de proyectiles, convertido en un mar de llamas, embarrancó cerca del María Teresa. Tuvo 80 muertos entre ellos su comandante, Juan Bautista Lazaga y Garay.
Por último salieron los dos destructores: el Furor y el Plutón, ambos mandados por Villaamil. Retrasaron la salida para que la amenaza que significaban sus torpedos obligara a los buques norteamericanos a disparar sobre ellos, permitiendo a los otros buques escapar. Los destructores no estaban diseñados para combatir frente a grandes unidades, su casco no tenía suficiente protección y cualquier impacto directo los mandaba a pique. Primero salió el Furor que, atacado a quemarropa, fue rápidamente alcanzado y se hundió poco después de que los 21 supervivientes de su tripulación fueran rescatados por un cañonero norteamericano. Un impacto mató a Villaamil cuando intentaba subir a la torreta del cañón de proa para disparar, su cadáver nunca fue localizado. El Plutón, lanzado a toda máquina contra la flota enemiga, fue alcanzado por un impacto en la sala de máquinas y el pañol de municiones haciéndolo volar y hundirse rápidamente.
Una vez liquidados los destructores, la flota norteamericana se lanzó en persecución del Vizcaya. A las 10,50, con los cañones inutilizados, intento abordar al Brooklyn sin conseguirlo por la escasa velocidad del buque español. Veinte minutos más tarde, ardiendo completamente varó y explotó. Tuvo 100 muertos.
El Cristóbal Colón, la unidad más rápida y moderna de la escuadra española, se alejaba a toda máquina, era más rápido que los buques enemigos. Cada vez más lejos, parecía que iba a escapar de sus enemigos, sin embargo, a las 13,00 horas, el Jefe de Máquinas subió al puente y comunicó al comandante Díaz Moreno que el carbón bueno se había terminado y que comenzaba a usar el carbón cubano de menor poder calorífico.
El pésimo carbón pulverizado hizo que le buque perdiera velocidad y la ventaja obtenida sobre los norteamericanos hasta ese momento. La suerte estaba echada, el buque no tenía instalada su artillería principal por lo que su defensa era inútil. El comandante decidió hacer embarrancar el buque. Los norteamericanos trataron de tomarlo a remolque, pero los españoles abrieron las espitas del fondo y el buque se dio la vuelta y se hundió.
Según los datos disponibles los norteamericanos tuvieron 1 muerto y dos heridos leves por 371 muertos, 151 heridos y 1.670 prisioneros de los españoles.
Después de la batalla, el general al mando de la plaza ordenó hundir el Reina Mercedes en la boca de la bahía para evitar la entrada de la flota norteamericana.
Una de las causas del desastre fueron los incendios al parecer provocados por el tipo de proyectiles que usaban los norteamericanos. Estos producían una llamarada, además de la deflagración, que producía incendios que los españoles fueron incapaces de controlar.
La derrota de la escuadra puso fin de 400 años de imperio español, la guerra continuó unos días más, pero sin una flota que mantuviese la unión con la península, las colonias del Caribe y del Pacífico estaban perdidas. Hubo combates y heroísmo antes del cese definitivo de hostilidades, pero la guerra estaba perdida.
El día 7 de julio, el general José Toral y Vázquez, comandante de Santiago como sustituto del herido general Linares, estaba dispuesto a resistir mientras fuera lógico hacerlo, por lo que ese día envió un telegrama al general Félix Pareja pidiendo refuerzos. Los norteamericanos habían cortado los cables del teléfono por lo que por lo que Pareja nunca recibió el mensaje.
El día 8 de julio, el Gobierno de España anunció públicamente que ninguna otra flota saldría para el Caribe o el Pacífico, destinando los pocos recursos que le quedaban de la Armada para la defensa del territorio metropolitano.
El día 9, los estadounidenses emitieron un comunicado al general José Toral en el que se le comunicaba que si el día 10 de julio no rendía la plaza, esta sería tomada al asalto.
El día 10, horas antes de terminar el ultimátum, el general Shafter volvió a realizar un nuevo intento de rendición de Santiago ofreciendo una rendición honrosa, rendición que fue rechazada por el general Toral por lo que a la hora fijada en el primer comunicado se inició el asalto a la plaza. Los norteamericanos bombardearon la ciudad con artillería pesada con el apoyo de la flota vencedora. La fortaleza de El Morro fue reducida a escombros. Cuarenta y ocho horas después el general Toral envió un mensaje al general norteamericano ofreciendo la capitulación. El día 14 de julio de 1898 se iniciaron las negociaciones.
El día 16 de julio, en San Juan de Puerto Rico, el crucero New Orleans disparó contra el carguero embarrancado en las proximidades de la ciudad, el Antonio López, alcanzándolo con un disparo, incendiándolo y haciendo que se hundiera pocos días más tarde. Ese mismo día se produce la capitulación de Santiago de Cuba.
El día 18 de julio, al conocer la capitulación de Santiago de Cuba, Aguinaldo proclamó, por segunda vez, la independencia de Filipinas.
El mismo día, los estadounidenses enviaron a Manzanillo, que se había convertido en un incordio para la Navy, una expedición compuesta por los buques Wilmington, Helena, Osceola y Scorpion. Los norteamericanos entraron en la bahía desde dos direcciones distintas. Después de tres horas y media de combate, se retiraron habiendo destruido cuatro buques de guerra españoles, tres transportes y un pontón causando un total de unos 200 muertos a cambio de unos pocos daños y ninguna baja. La escuadrilla española bloqueada en Manzanillo fue eliminada.
Aunque los buques españoles de Manzanillo fueron eliminados, las tropas españolas siguieron controlando la ciudad hasta el final de la guerra cuando, después de un feroz bombardeo naval y terrestre, la ciudad fue tomada y entregada a los rebeldes cubanos.
El día 21 de julio, cuatro buques norteamericanos: el cañonero Annapolis, el remolcador armado Leyden, el yate armado Wasp y el cañonero Topeka atacaron el balandro español Jorge Juan, que estaba anclado y protegido por el fuego de los fuertes españoles en la bahía de Nipe, y a la lancha cañonera Baracoa. La boca de la bahía estaba minada, pero los buques estadounidenses entraron en la misma sin que las minas entorpecieran su acceso. Nipe es una bahía situada en el sur de la isla de Cuba en la costa del Océano Atlántico. Iniciado el combate, los buques españoles decidieron poner fin a la lucha ante la superioridad de los norteamericanos. Puesta a salvo su tripulación, procedieron al hundimiento de los mismos para evitar su captura. Terminado el combate naval, los fuertes fueron silenciados por la artillería enemiga, escapando sus guarniciones rio arriba.
El 23 de julio, los españoles impiden el desembarco de fuerzas de EE. UU. al oeste de La Habana, en la desembocadura del río Mani – Mani.
El día 25 de julio, se produce el desembarco de 3.300 hombres norteamericanos en el puerto de La Gúanica en Puerto Rico. El desembarco se hizo sin oposición española, la guarnición era de 12 hombres, incluido el teniente que los mandaba, que poco pudieron hacer ante el bombardeo a que fueron sometidos. Tuvieron dos heridos y los nueve restantes se retiraron a Yauco en espera de refuerzos. Con la llegada de algunos refuerzos españoles se produjo una escaramuza con el resultado de 10 bajas españolas por 5 norteamericanas. Las tropas americanas siguieron avanzando hasta la firma del armisticio entre ambos países.
Entre tanto, Manila seguía sitiada por los filipinos rebeldes. El asedio se prolongó durante 101 días, desde el 1 de mayo hasta el 13 y 14 de agosto. Los combates con las fuerzas tagalas fueron constantes e ininterrumpidos, con una intensidad creciente. La guarnición española de la ciudad era de unos 6.500 a 7.000 hombres, buena parte de ellos nativos, que tenían que defender un perímetro de unos 15 Km y a una población de unas 70.000 personas.
Mientras las fuerzas insurrectas atacaban noche y día, los norteamericanos esperaban, concentrando más y más fuerzas de infantería, en espera del asalto final.
La situación empeoraba cada día, los tagalos se acercaban más a las defensas exteriores y las deserciones de las fuerzas nativas aumentaban. La esperanza de refuerzos era nula, solo quedaba resistir. La cuidad sufrió fuertes ataques entre los días 22 y 30 de julio, Aguinaldo quería tomar la ciudad solo, con sus propias fuerzas, antes de que los norteamericanos iniciaran el asalto.
El 13 de julio, las fuerzas estadounidenses estaban listas para asaltar la ciudad y la flota se alineó frente a la ciudad para proceder al bombardeo. Ante estas circunstancias la ciudad capituló el día 14 de agosto. Pasó lo mismo que en Santiago de Cuba, su capitulación arrastró la perdida de todo el Archipiélago. Las guarniciones dispersas recibieron órdenes de rendirse a los norteamericanos, solo una, la sitiada en la Iglesia del Baler se negó a capitular hasta recibir órdenes por conducto reglamentario. Su resistencia duró 337 días, hasta el 2 de junio de 1899.
Un día antes, el 12 de agosto, España y Estados Unidos firmaron el armisticio de la Guerra de Cuba.
La Guerra hispano norteamericana costó a España unas 470 bajas entre muertos y heridos.
La ineptitud de algunos mandos militares superiores, la demagogia, la presión de la prensa y los intereses coloniales hicieron a España embarcarse en una guerra que no podía ganar, que se libraba muy lejos de la metrópolis, sin tener una Armada suficientemente potente como para mantener las comunicaciones con los escenarios de la guerra.
Tras la guerra se inició procedimiento contra los generales perdedores, entre ellos el almirante Cervera. El procedimiento contra este fue sobreseído y su honor restituido debido al clamor popular y a los pronunciamientos a su favor desde el exterior, no ocurrió lo mismo con otros generales y almirantes sujetos a procedimientos.
La Guerras habían terminado, la derrota sumió a la sociedad, y a la clase política, española a un estado de desencanto y frustración. Había desaparecido el imperio español en el momento que las potencias europeas estaban dividiéndose Asía y África, creando sus propios imperios coloniales. España pasó a desempeñar un papel segundario en el contexto internacional como una nación moribunda, con un ejército ineficaz, un sistema político corrupto y con unos políticos incompetentes.
El Gobierno de Sagasta tuvo que arrostrar las consecuencias de la derrota entre las críticas de los mismos demagogos que contribuyeron a crear la crisis y a oponerse a cualquier otra solución que no fuese la guerra. Durante las discusiones en las Cortes, los partidos echaron sobre Sagasta las causas de la derrota, cuando casi todos la habían propiciado y muy pocos combatido.
Las repercusiones inmediatas de la derrota no tuvieron las consecuencias políticas que los agoreros vaticinaron, el Estado no se quebró, el sistema de la Restauración sobrevivió al desastre y se siguió con el turno en el gobierno de los partidos dinásticos. El sistema demostró un gran poder de recuperación.
La pérdida de los mercados coloniales, y el gran incremento de la Deuda Pública causado por la necesidad de financiar la guerra, no supusieron un agrave crisis económica. Es más, los capitales repatriados dieron lugar a la fundación de bancos que fueron una gran fuente de inversión para la economía del País.
Le desastre si causó un importante impacto moral e ideológico entre la población y una importante expansión de los movimientos nacionalistas, en especial en el País Vasco y en Cataluña, al tomar conciencia la burguesía industrial de ambas regiones de la incapacidad de los partidos dinásticos de desarrollar políticas renovadoras.
En cualquier caso, las pérdidas de las colonias impactaron en la conciencia de un grupo de intelectuales y políticos para quienes había llegado el momento de regenerar España, de reformar el sistema de la Restauración. Para estos intelectuales, la llamada generación del 98, España había tocado fondo y hacía falta un nuevo impulso, un despertar político, social y cultural, una regeneración nacional. Defendían la necesidad de organizar los sectores productivos al margen del turnismo de los partidos dinásticos, el desmantelamiento del sistema caciquil y la transparencia electoral.
La derrota también supuso un cambio de mentalidad en el ámbito militar que, ante la fuerte ola de antimilitarismo que siguió al desastre, les hizo adoptar posturas más autoritarias e intransigentes volviendo a aumentar la injerencia de los mismos en la vida política al considera que la derrota había sido culpa de la corrupción y la ineficacia de los políticos.
El día 10 de diciembre, se firmó en París el Tratado por el que se ponía fin a la Guerra entre ambas naciones. Por él, España reconocía la independencia de Cuba, se obligaba a ceder a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y todas las demás islas que estaban bajo su soberanía en las Indias occidentales. La isla de Guam y el Archipiélago de la Filipinas se entregaron a los Estados Unidos cambio de 20 millones de dólares. En el acuerdo se establecía una liberación mutua de prisioneros de guerra.
En las negociaciones del Tratado de París, los negociadores españoles se vieron obligados a aceptar las férreas exigencias territoriales de los norteamericanos quienes fijaron, de forma unilateral, los límites del territorio a cuya soberanía se vio forzada a renunciar España, quedando, por tanto, España en poder de aquellos territorios de los cuales no se hizo mención en el Tratado. Entre estos territorios de encontraban las islas Marianas, a excepción de la isla de Guam, las Carolinas, las Palaos y las dos islas de Sibutu y Cagayán de Joló.
A España le quedaban en el Océano Pacífico los Archipiélagos de las Calorinas, las Palaos, las Marianas, excepto la isla de Guam, y las dos islas del archipiélago filipino, pero España no tenía Armada por lo que no estaba en condiciones de mantener la comunicaciones en tan extensas y alejadas zonas del Pacífico.
El día 1 de de 1899, Cuba se independiza definitivamente de España.
El Gobierno de Sagasta estaba agotado, desgastado y desprestigiado, por lo que la Reina Regente puso en marcha los mecanismos del turno haciendo dimitir a Sagasta el día 4 de marzo de 1899 y dando su confianza a un nuevo líder conservados, Francisco Silvela.
Todas las clases sociales no sufrieron igualmente la guerra, la derrota y la repatriación.
Desde 1837, todos los españoles estaban obligados a cumplir el servicio militar, pero esta obligación tenía un precio, la redención en metálico y la sustitución. Por estos dos mecanismos, las familias más ricas y poderosas salvaban a sus hijos del servicio militar, bien pagando una cantidad al Estado por libarlos de tal obligación o buscando, y pagando, a otra persona sustituta que cumpliera el servicio en su lugar. Quedando los redimidos y sustituidos exentos de todo servicio militar, tanto en paz como en guerra. Ambas exenciones, junto con la deserción, fueron la vía de escapa para no cumplir con el servicio militar.
En el servicio militar había una altísima probabilidad no solo de perder el trabajo al ser llamado al servicio, sino también la propia vida debido a la gran mortalidad que había en las filas militares como consecuencias, no tanto de los combates o de las enfermedades, sino debido a las pésimas condiciones de vida, salubridad y mala higiene de los cuarteles. Además, estaba a la certeza de ser movilizados como reservistas a la más mínima ocasión, sin ninguna consideración por la situación familiar o personal del reservista y sin cobrar ningún tipo de subsidio que aliviase la precaria situación en la que quedaba la familia.
Las familias hicieron todo lo posible por conseguir que su hijo, al ser llamado, no se incorporase a filas, hipotecando sus bienes, endeudándose, etc., cualquier medio valía.
Así, el ejército de Ultramar se llenó de jóvenes españoles de clase baja, sin recursos y sin posibilidad de obtenerlos. Era un extraño ejército colonial donde la burguesía hacía manifestaciones de patriotismo en la metrópolis mientras evitaba que sus hijos corrieran riesgos dejando que estos los asumieran las clases populares. Los últimos eran los que perdían la vida y la salud en unas guerras que no eran las suyas y de las que no obtenían ningún beneficio para ellos ni para sus familias.
El ejército estaba formado por soldados baratos con escasa o nula preparación militar por su propia extracción social. La famosa frase de Cánovas “hasta el último hombre y la última peseta” se podía interpretar como “hasta el último hombre que no tenía los 300 duros para redimirse”.
Pero la guerra no solo afecto a las familias pobres que no pudieron redimir o sustituir a sus hijos, sino también a aquellas que lo lograron por medios de préstamos o hipotecas abusivos que las arruinaron. No solo por las necesidades de devolver los prestamos o pagar las hipotecas sino también por la pérdida de los brazos fuertes y jóvenes que podían garantizar la devolución de los préstamos con su trabajo, máxime cuando se incorporaron a filas todos los hombres disponibles entre los 16 y los 30 años.
Mientras tanto, la otra parte de la sociedad, la poderosa, la adinerada, capeo el temporal e incluso se aprovecharon de los negocios que se montaron en torno a la guerra. Para España, el problema colonial era una cuestión de prestigio y orgullo nacional, pero para algunos españoles era cuestión de negocios.
El soldado español obligado a incorporarse a filas con mucha suerte lograba sobrevivir y ser devuelto a la metrópolis, muchas veces en condiciones lamentables de salud, para ser olvidado por aquella España por la que había estado luchando. Combatía, y dejaba su salud, en las colonias por su supervivencia y, a su vuelta, le tocaba bregar con un Estado ruinoso que no estaba dispuesto a saldar los compromisos que había adquirido cuando lo enviaba a luchar.
El soldado incorporado a filas era colocado en el último peldaño de la jerarquía militar, donde todo eran grandes sacrificios, muy pocos los derechos y menos las recompensas.
Las condiciones ambientales, completamente distintas a las habituales en sus hábitats, en un medio físico totalmente diferente, con condiciones higiénico – sanitarias desastrosas, mal alimentado, con una indumentaria inadecuada al clima y con unas armas avanzadas para su preparación militar, hacían estragos entre los soldados sin que hiciera falta la presencia del enemigo para causar un enorme porcentaje de bajas. Los largos años de lucha provocaron una verdadera sangría entre las filas españolas donde el hambre, una alimentación sin variedad, escasa en el aporte de vitaminas y proteínas, hacían al soldado español propenso a las enfermedades tropicales que causaban estragos entre las filas.
La Guerra de Cuba supuso uno de los mayores desplazamiento militar de la historia. Unos 200.000 soldados españoles fueron llevados a la guerra entre 1895 y 1898. Según algunos autores, 1 de cada 85 españoles lucho en las guerras coloniales, y uno de cada dos no volvió.
De los enviados a Cuba regresaron alrededor de 158.000 hombres, las bajas fueron unas 40.000, de ellas 37.000 soldados y el resto oficiales. De las bajas: alrededor de 2.000 lo fueron en combate, otros 1.000 como consecuencias de las heridas recibidas en la lucha y el resto por enfermedad, de ellos 20.000 de fiebre amarilla. De los regresados, unos 11.000 fueron declarados inútiles y otros 33.000 regresaron enfermos. A pesar de ello, la inmensa mayoría de los soldados españoles en Ultramar tuvo un comportamiento ejemplar.
Los norteamericanos exigieron la evacuación de las colonias entes de enero de 1899, plazo que era manifiestamente incumplible. El retorno se hacía en barcos de la Compañía Transatlántica, uno de cuyos principales accionistas era el Marqués de Comillas, que se convirtieron en verdaderos cementerios flotantes de soldados repatriados que morían durante el trayecto por las enfermedades que habían contraído durante sus años de lucha en las colonias. Pasaban dos semanas en los barcos sin apenas comida ni bebida, mezclados enfermos y sanos, con una mínima asistencia sanitaria, mientras los responsables políticos debatían si las familias de los muertos por fiebre amarilla merecían o no una pensión, pensión que, cuando se conseguía, no pasaba, en la mayoría de los casos, de ser una miseria.
Tampoco eran mejor tratados en los puertos donde atracaban los barcos con los repatriados. En ellos, todo era improvisación y con tal caos que hacía imposible la atención médica, la comida o el cambio de ropa. A cambio, se los sometía a unas cuarentenas impuestas para evitar la extensión de las epidemias por tierra firme.
Los que superaban todas estas pruebas se enfrentaban a su reinserción social y laboral en un país económicamente arruinado, con una Deuda Pública desbordada por las necesidades de financiación de las guerras, una desmedida inflación y una devaluación que contribuyeron a empobrecer aún más a las economías más desfavorecidas.
Los repatriados se desperdigaron por España, muchos en malas condiciones sanitarias, otros mutilados o inutilizados para el trabajo, y todos ellos olvidados por el Estado y sin ninguna ayuda económica ni institucional.
Ni todos los soldados ni todos los civiles que apoyaron a España fueron repatriados. Después del cumplimiento del plazo dado por los vencedores para la evacuación, aún quedaban soldados y funcionarios civiles españoles en Cuba que, por distintos motivos, no habían sido embarcados hacía España.
La política de EE. UU., y la de la posterior República Cubana, favorecieron la continuidad de los españoles en suelo cubano. Los españoles que lo quisieron pudieron permanecer en Cuba, conservando su nacionalidad o asumiendo la cubana. Desalentados de volver ante la difícil situación económica y laboral de España, muchos civiles y militares pensaron que era un buen momento para quedarse.
La incapacidad económica del Estado español para asumir los costes de la liquidación colonial afectó primeramente a las deudas comprometidas con el Ejército español de Ultramar en conceptos de soldadas, cruces pensionadas, pensiones por inutilidad, impagos de pensiones a viudas y huérfanos de soldados fallecidos en la guerra o como consecuencias de su participación en la misma. A todo estos, había que sumar las reclamaciones de los pagos a particulares por servicios prestados al ejército y las deudas con los prestamistas que hacían negocios con las necesidades de los soldados, adelantándoles el dinero que les debía el Estado y que estos empleaban para poder cubrir sus necesidades básicas.
El Estado liquidó los atrasos, en marzo de 1899, ofreciendo un duro (cinco pesetas) por mes de servicio en campaña. Los soldados podían aceptar estas humillantes condiciones a cambio de las penalidades sufridas olvidándose de más compensaciones monetarias, o esperar a que, un buen día, el Estado les pagara sus soldadas completas.
Joaquín de la Santa Cinta, Ingeniero aeronáutico, economista e historiador