¡Tócala otra vez, Sam!

Anoche estuve viendo la celebérrima película Casablanca. No es precisa demasiada explicación puesto que es una de las cintas más conocidas y valoradas de la filmografía mundial. Así que su visionado tampoco parece suficiente tema como para uno de mis comentarios. En este caso lo curioso es que yo no la había visto antes. ¿Qué me pareció? Resulta que siempre que voy a emitir un juicio sobre una de estas vacas sagradas de cualquier forma de arte siento una especie de rubor, sobre todo porque con frecuencia no estoy de acuerdo con los juicios de la mayoría, y porque cuando te atreves a exponerlos públicamente, te llueven encima epítetos resaltando tu (mi) ignorancia, la cual es absolutamente cierta, y ante la cual sólo puedo esgrimir la suprema cualidad de cualesquiera obra de arte supuestamente inmortal: Que lo es, precisamente porque se presta a tantas lecturas como personas la examinan y la juzgan.
Hecho ya público mi rosario de disculpas, me lanzo al vacío para decir que a mí no me parece una mala película, pero en ningún caso esa “obra maestra” con cuyo calificativo se la suele honrar. Como muchas otras películas de esa época (1942) me parece un tinglado de cartón piedra donde los protagonistas son tan, tan arquetípicos y previsibles que resultan más falsos que un euro de madera. De hecho, cuando se estrenó registró buenas cifras de taquilla, pero tampoco nada espectaculares. Pero por alguna razón (que los críticos se han dedicado a analizar pormenorizadamente) su popularidad fue en aumento hasta igualar al otro monstruo de Hollywood que fue “Ciudadano Kane”.
¿Con qué elementos contaba Casablanca para impresionar así a todo tipo de públicos? Bueno, aparte de que la acción se sitúa en la tan explotada II Guerra Mundial cuando se hallaba en su máximo apogeo, la Wikipedia nos dice que un tipo tan cualificado como Umberto Eco, opina que el argumento “permite incluir una larga serie de arquetipos: el amor desgraciado, el vuelo, el rito de paso, la espera, el deseo, el triunfo de la pureza, el siervo fiel, el triángulo amoroso, la bella y la bestia, la mujer enigmática, el aventurero ambiguo y el borracho redimido. Se centra principalmente en la idea de sacrificio: El mito del sacrificio atraviesa toda la trama del filme”.
Lo cierto es que, cuando cualquier obra comienza a incrementar su popularidad, muchas personas se ven arrastradas por la opinión de la masa; es como una avalancha de nieve que, a partir de cierto tamaño, nada ni nadie puede detener. Pero en realidad el guion de Casablanca es TAN genial? Quizá no tanto si se piensa que “En 1982, un periodista envió el guion de ‘Casablanca’ a 217 agentes de varios grandes estudios y compañías de producción bajo el título original, “Everybod comes to Rick’s”. 97 agencias lo devolvieron sin haberlo leído, 7 nunca lo leyeron y de las 85 agencias que lo leyeron, 38 lo descalificaron porque “el guion no era suficientemente bueno para hacer una película decente”.
Y, luego, los protagonistas, para mí tan poco creíbles. Un Bogart que incluso cuando luce sus más amables sonrisas o trata de imprimir a su mirada su aire más romántico, a mí me sigue pareciendo un mafioso capaz de masticar cristales en el desayuno. Y una Ingrid Bergman, indudablemente bella, tratada con exquisito mimo por el director de fotografía, el cámara y el iluminador mientras ella mantiene esa pose hierática de divinidad griega. Y no puedo evitar la risa desde el momento en que supe que, como Bogart medía apenas 1,60 y la Bergman casi 1,80, el director necesitaba hacer filigranas para que tan marcada diferencia no se notara en la película, subiendo al galán a una especie de pedestal desde el cual lanzaba sus proclamas amorosas.
Pues sí, lo lamento. El único Bogart pasablemente humano, para mí fue aquél anti héroe de “La Reina de África”, junto con la deliciosa y siempre expresiva Katharine Hepburn. Algo también comprensible porque Michael Curtiz, el director de Casablanca, no es ni por asomo John Huston.
No voy a contar aquí las mil anécdotas de la película que podréis encontrar con facilidad, pero sí que me gustaría recalcar los miles de cigarrillos que se fuman a lo largo del film, tantos que parecen ser unos protagonistas más… así como las mil y una copas que trasiegan los intérpretes. Siempre con el cigarrillo o la botella de licor en la mano, uno se pregunta cómo en estos tiempos la liga antitabaco no ha censurado ya dichas escenas tan nocivas para la salud pública.
Acabo mis impresiones remachando con otra herejía más. Y es que, según me parece, en la actualidad profesamos una especie de devoción algo boba por las obras clásicas y antiguas, ya sean películas, novelas, obras teatrales, pinturas, esculturas, edificios o cualquier otra manifestación artística del pasado. Personalmente, muchas de esas realizaciones me provocan una cierta admiración por su complejidad, mas no por su belleza. En suma, que no me conmueven. “Ohhh, esa es una pieza muy antigua” es una de esas frases que inevitablemente precede a abundantes babeos de admiración.
Pero he llegado a la conclusión -muy personal, eso sí- de que los avances de la civilización se producen en todos los frentes. Y si es obvio que en la actualidad se fabrican automóviles más seguros y confortables, también alcanzan cotas de belleza estética no despreciable. Y que, si el progreso alcanza a todo, me parece lógico comprobar la posibilidad de que un dibujante actual de comics produzca obras más destacables que uno de aquellos pintores de corte que retrataban a sus orondos mecenas cuyos retratos campean hoy en nuestros museos. Y que la banda sonora original de ciertas películas pueda sin duda ostentar registros musicales de una belleza no alcanzada antes y dignos de figurar como las sinfonías clásicas del mañana.
Y lo mismo sucede con las películas, cómo no. Al parecer, en 1974, al director francés François Truffaut le propusieron realizar una secuela de Casablanca, pero se negó a ello aduciendo “el estatus de culto” del que ya disfrutaba la película. Bueno, pues quizá habría quedado aún mejor que el original. Para mí, incluso muchos de los actores secundarios actuales que trabajan en cine o TV, son mejores que aquellos intocables dioses de la Gran Pantalla.
Ya os advertí que este artículo era una pura herejía para los clásicos y los cinéfilos más contumaces.
Pero el que avisa no es traidor. Es avisador,
Abelardo Hernández