Ya no tengo héroe favorito, y es una gran pena, penita, pena
Hoy he perdido más de dos horas de mi vida en soportar una malísima película titulada El Hombre de Acero. Si, aciertan. Una nueva versión más hecha hace pocos años (2003) del ultrafamoso héroe de la Marvel, Superman. Como dice de ella un crítico en las páginas de Filmaffinity “El hombre de acero” es un espectáculo descomunal, tan excesivo que primero aturde, después irrita y por último hastía, pero completamente vacío: un festival pirotécnico en manos de un mono borracho que, como ocurre cada vez más a menudo en el cine actual, trata de disimular la patética falta de ingenio y originalidad del guión acumulando tropecientas mil explosiones y burdas chorradas digitales que apenas ocultan el mortal vacío de su trama.”
Estoy totalmente de acuerdo. Y creo que la misma crítica se podría extender a otras muchas películas de Ciencia Ficción actuales, incluyendo algunas tan afamadas como algunos de los últimos capítulos de Star Wars. Batallas y más batallas, explosiones y más explosiones. Y bajo todo eso, nada. Bueno, algo aún peor: ¡Política! Echo de menos aquella mística fuerza que se desprendía de los Caballeros Jedi, y el surrealista humor de R2D2 y de C3PO. Y claro que lo mismo puedo decir de Superman. Ninguno de los actuales tiene el encanto de aquél tipo de mandíbula cuadrada, rodeado de personajes tan cegatos que con el añadido de unas simples gafas, nadie (ni siquiera los más íntimos como Luisa Lane o Jimmy Olsen) eran capaces de identificarle con Clark Kent.
Y no puedo hablar de Superman sin que me venga a la memoria otro Héroe con superpoderes: El Capitán Marvel. Un chavalín huérfano, discapacitado y tempranamente abandonado en las calles llamado Billy Watson que gracias a la intervención de un viejo hechicero, le bastaba pronunciar la palabra mágica ¡SHAZAM! para recibir en forma de rayo resplandeciente las cualidades de héroes mitológicos (la sabiduría de Salomón, la fuerza de Hércules, la resistencia de Atlas, el poder de Zeus, el valor de Aquiles y la velocidad de Mercurio). De este modo, se convertía en el mortal más fuerte del mundo mundial y enemigo acérrimo de todo delincuente.
Eso sí, los dibujos primitivos de ambos superhombres eran bastante malos artísticamente aunque reflejaban muy bien los guiones correspondientes de cada episodio. ¡Imaginación a la enésima potencia que les permitía capturar a infinidad de “pillos”, cada uno más poderoso, fantástico e imaginativo que el anterior!
Si me perdonáis mis batallitas de abuelo Cebolleta, ya abierto el salón de la fama de mis héroes, no puedo por menos de recordar a otros como Mandrake el Mago. Elegante caballero vestido siempre impecablemente de frac, con su correspondiente capa y su sombrero de copa, su gran capacidad de hipnotizador instantáneo le permitía conseguir que los malvados vieran lo que a él se le antojara con un simple pase hipnótico, y que la viñeta siguiente nos aclarara “lo que el pillo creyó ver… lo que en realidad sucedió”. Mandrake siempre va acompañado de su fiel e inseparable Lotario, un cachas que se encarga de remachar las artes hipnóticas del Maestro con unos letales puñetazos, y en ocasiones por su amada Narda, nada menos que una princesa europea, que no ha necesitado que su hombre la hipnotice para amarlo apasionadamente.
Y ni quiero ni puedo olvidar a mi favorito de aquellos tiempos. Flash Gordon. Un bravo piloto espacial sin más poderes que su valor y su talento que, junto a su eterna novia Dale Arden y al sabio profesor Zarkov recorrían las galaxias hasta el infinito y más allá. Allí estaba yo puntualmente plantado frente al quiosco de prensa todas las semanas, con mis tres pesetas bien apretadas en el puño, esperando el próximo tebeo en ser publicado que me proporcionaría unas horas de intenso disfrute y soñadoras aventuras a través del Universo. No lo disfruté tanto en su primera época, cuando se encargaba de los dibujos un caballero llamado Alex Raymond porque sus atrevidos bocetos en blanco y negro rebosaban un recargado estilo cuyo barroquismo no me parecía describir con precisión el ambiente de alta tecnología propia de la era espacial.
Inconveniente que para mi gusto, se remedió completamente con la irrupción de Dan Barry, un maestro del dibujo realista y detallista, provisto de una gran expresividad y dinamismo, ya fuera pintando a los crueles alienígenas Skorpis o las veloces naves ultralumínicas capaces de recorrer la galaxia en un destello.
No podría cerrar este pequeño recuerdo sin citar a otro de mis queridos impulsores de sueños. Se trata de El Hombre Enmascarado, conocido también como The Phantom, El Fantasma, o El Espíritu Que Camina. Según nos dice la Wikipedia, “Un mercante inglés es atacado por piratas. El único superviviente alcanza a nado la costa, donde jura sobre la calavera del asesino de su padre que él y sus descendientes combatirán la piratería, la maldad y la injusticia donde quiera que se hallen. Cuando un Fantasma muere, su hijo hereda el traje y la máscara, perpetuando así la leyenda, entre piratas y nativos, de un único Fantasma vengador que nunca muere”.
En su favor, según los expertos, hay que decir que “está considerada una precursora estética del cómic de superhéroes, cuando no su pionera”. Tan es así que comenzó a publicarse como tiras de comic en 1936, y aún en la actualidad sus aventuras siguen apareciendo en diversos medios impresos del mundo. Ojalá que, siempre junto a su pareja, Diana Palmer, su perro Diablo y su caballo blanco “Héroe” siga por siempre remediando las muchas injusticias del mundo y marcando a los malos con el puñetazo que imprime en sus mandíbulas la temida calavera que lleva grabada en su anillo.
Y no quiero terminar sin un recuerdo a otros héroes nacionales contemporáneos de estos en cuanto a la publicación, pero situados en otras épocas históricas como pudieron ser El Coyote, El Guerrero del Antifaz, El Jabato, El Príncipe Valiente, El Capitán Trueno, o Roberto Alcázar y Pedrín. Lo siento, pero ni fu ni fa. Y por cierto, tampoco Batman ni Spiderman. Lo que son las cosas, ¿no?.
Mañana mismo me pongo a desempolvar mis viejos recuerdos. Ni comic ni ná. De toda la vida, te-be-os. ¡Qué hinchada me voy a dar!
Abelardo Hernández