“Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”
Sí, anda, sé valiente y dile esto a una de las muchas personas que padecen insomnio o algún otro trastorno relacionado con el dormir. Pero no te extrañes si te tira el despertador a la cabeza. Y sobre todo si eres de los que aún duermen toda la noche de un tirón, o te metes entre cuerpo y espalda con gran facilidad una gran siesta pollinacea de esas que ni la caída del Imperio Romano serían capaces de espabilarte. Recuerda que en determinadas circunstancias, un insomne puede ser más peligroso que un Gran Blanco en ayunas.
Estadísticamente no sé cuántas personas en España o en el mundo tienen problemas con el sueño, ni tampoco me apetece buscarlo en San Google. Pero te aseguro que, como los demonios, son Legión.
Grosso modo, parece que hay dos tipos de insomnio. En uno de ellos, seguramente el más abundante, es en el que por más que lo intentes, tus ojos permanecen horas y horas abiertos de par en par cual prostíbulo de carreteras. No importa si obedientemente has seguido los bienintencionados consejos de tu madre, de tu suegra, de Doña Engracia, la vecina del 5º C, o de la revista Vivir con Salud (ni idea si existirá una con este título, pero apostaría a que sí). Seguramente -bendita sea tu fe- antes de acostarte has dado un pequeño paseo, te has tomado tu vasito de leche templada (sí, porque contiene mucho triptófano, que da sueño, je), te has remojado en un bañito caliente (gracias a que no eres uno de los memos que hizo caso a la publicidad que sugería cambiar tu bañera por un plato de ducha), y hasta es posible que hayas podido leer cuatro o cinco páginas de ese bestseller tan recomendado actualmente por la crítica intelectualoide europea que trata de explicarte cuales son los mayores problemas a los que se enfrenta la cohesión política de la UE.
Si eres de la tribu de los nerviosos, darás tantas vueltas en la cama que sábanas, mantas y edredones quedarán hechos verdaderos remolinos textiles. Y si eres de los (pocos) tranquilos, dejarás que pase el tiempo con una especie de filosófica resignación. “Bueno, ya vendrá el sueño cuando quiera”. Y claro que llega cuando te sumerges en ese sueño dulcísimo que parece hacerte navegar en un lago paradisíaco de tranquilas aguas. Sólo tiene un inconveniente. Y es que llega más o menos cinco minutos antes de que suene el invento mil veces maldito llamado despertador. Y da igual que te avise con esa estrepitosa vibración metálica de antaño que con las músicas o pitidos que puedes seleccionar en el chisme electrónico que uses. Menos mal que adquiriste el juicioso hábito de colocar el aparato un poco más allá del alcance de tu brazo extendido, después del mal final que tuvieron los primeros despertadores que estrellaste contra la pared.
Hace años, una conocida multinacional de la electrónica nos invitó a un grupo de periodistas a la presentación en Londres de un ingenioso invento que trataba de reproducir la forma natural en que se despertaban los seres humanos cuando se hallaban en contacto directo con la Naturaleza. Una lámpara de cálida luz empezaba a iluminarse muy lentamente, imitando la salida del Sol, mientras bucólicos sonidos tipo murmullo de arroyos o cantos de pájaros incrementaban su volumen acústico también gradualmente. No obstante la buena voluntad de los inventores, si tu único período de sueño en toda la noche apenas ha llegado a una hora, igualmente se recomienda situar el chisme a una cierta distancia para no destriparlo el primer día, pues eso sí, no es demasiado barato.
La siempre apreciada Wikipedia nos informa que “Por los horarios, se hace distinción entre el insomnio inicial o de conciliación (dificultades leves o graves para conciliar el sueño al acostarse), el intermedio o de mantenimiento del sueño (en vez de dormir toda la noche de continuo, la persona se despierta varias veces durante la noche) y el terminal o de final de sueño o de despertar precoz, conocido por los expertos como insomnio matinal (la persona despierta poco o mucho antes de la hora que tenía planeada hacerlo)”.
Yo no soy un experto, pero no sé qué pueda ser peor, si no lograr dormirse, o despertarse antes de que llegue la hora de levantarse y ya no poder conciliar el sueño. Supongo que para cada uno, el peor es aquél con el que le ha tocado lidiar.
Y como no soy un malvado, no he querido remover la dolorosa herida que supone recordar esas ocasiones en las cuales el insomnio se debe a alguno de esos tantos graves y jodidos problemas que se presentan en la vida y que uno se siente absolutamente incapaz de resolver por muchas vueltas que le demos. Y vaya si le das vueltas en tus Mil y Una Noches de Insomnio. Con frecuencia te sientes igual que uno de esos pobres hámster que en su diminuta jaula dan vueltas y vueltas a su absurda ruedecita, corriendo a toda velocidad… para finalmente no llegar a ninguna parte.
Si me pusiera en plan estrictamente científico, te diría que si tienes algún trastorno relacionado con tu dormir, que te hagan un estudio en uno de esos Laboratorios del Sueño. Pero lamentablemente, mi experiencia al respecto no es como para animar a nadie. En cierta ocasión pasé una noche en un hospital, conectado con miles de sensores y millones de cables conectados al cuerpo que apenas me permitían moverme. En aquella época mi sueño era bastante profundo, pero muy delicado para poder dormirme, tan es así que el más mínimo ruido o alteración me espabilaban otro buen rato. ¿Mínimo ruido, dije? El hospital estaba situado en una céntrica glorieta, donde circulaba una gran cantidad de tráfico a cualquier hora del día o de la noche. Y, como era natural, en numerosas ocasiones llegaba una ambulancia con alguna urgencia, y lógicamente, con sus sirenas ululando a todo meter. En fin, huelga decir que no pegué ojo en toda la noche, razón por la cual, al estudio le faltó el ingrediente más esencial: mi sueño.
“A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro//y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.//Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido”.
Así se lamentaba el gran poeta Dámaso Alonso en su poema “Insomnio”. No parece precisamente un canto al optimismo, pero es que esto de dormir mal tiene sus bemoles… ¿O no?
Abelardo Hernández