¿A quién le importa la ciencia? Al que no le importe es porque no sabe y el que no sabe es como el que no ve

Segunda ocasión que utilizo un título similar a otro ya publicado. Pero vale la pena. Pues si nos hemos de fiar de las encuestas, según nos ha contado recientemente la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, no a muchos; en todo caso no a tantos como sería conveniente. Por eso, casi un 12% de los encuestados no sabe que la Tierra gira alrededor del Sol, y casi el 70% cree que en alguna época remota los dinosaurios convivieron con la especie humana. Algo no tan extraño cuando nos cuentan que casi la mitad de nuestros compatriotas obtienen sus informaciones científicas de las redes sociales.
Como suele suceder, a la hora de señalar culpables, seguro que se levantan multitud de dedos acusadores señalando a todas partes: los medios de comunicación, las escuelas, la familia, los propios científicos, etc. Es posible, pero permítaseme que cuente un caso personal que en su día me afectó mucho.
Corría el mes de marzo de 1986. La ESA (Agencia Espacial Europea) había lanzado hacia el cometa Halley una sonda llamada Giotto, en honor del pintor Giotto Di Bondone, que en 1301 había utilizado la imagen del cometa convirtiéndola en la Estrella de Belén en su cuadro La Adoración de los Magos. Huelga decir que todo el mundo de la astronomía se encontraba en un estado cuasi histérico por la proeza técnica de enviar aquél instrumento de casi una tonelada de peso que tras ocho meses de viaje recorrió casi 150 millones de kilómetros. Al fin un ingenio enviado por la Humanidad iba a sondear los misterios de aquél misterioso vagabundo celeste que visitaba las cercanías de la Tierra más o menos cada 76 años.
En aquél entonces, quien estas líneas escribe, trabajaba como redactor en los SSII de Radio Nacional de España. Yo estaba a punto de disfrutar del privilegio único de, a la hora de máxima aproximación de la sonda, poder conectar con uno de los directivos del proyecto que se ofrecía a ser entrevistado en directo desde su despacho del Centro Europeo de Operaciones Espaciales en Darmstadt, Alemania. Como tal conexión no estaba prevista en la programación, fui veloz cual Giotto radiofónico para pedirle permiso al jefazo responsable del invento. No recuerdo bien (o he querido olvidar) los inconvenientes que me puso por delante. Pero lo que me derrotó fue una de sus últimas consideraciones: “Pero bueno, y todo eso que me cuentas, a quién le puede importar?”
¿Para qué decirle que la Humanidad llevaba siglos aterrorizándose cuando se producía la aparición de un cometa en el cielo? Se anunciaban muertes de Reyes o Papas, epidemias y hambrunas, guerras y todo tipo de apocalípticas catástrofes, hasta el punto de que cuando el astro cruzaba el firmamento las iglesias de la cristiandad se llenaban de fieles que oraban fervorosamente antes del supuesto Fin del Mundo? Pues por primera vez en la historia, el ser humano iba a poner sobre él su ojo inquisitivo para mostrar que no era sino una bola de nieve sucia, arrebatándole para siempre su capacidad de predecir tan terribles males.
Salí de aquél despacho sin poder hacer el más mínimo comentario. Pero por dentro me roía el alma una sabia frase que al parecer dijo en algún momento el famoso hombre del jazz Louis Amstrong: “Si no sabes de que te hablo, no podré explicártelo”.
Sin embargo no quiero dejar la impresión de estar de acuerdo con el desinterés de los españoles por la ciencia que cita el estudio de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología. Mi experiencia me dice que al público en general SÍ les interesa la ciencia, y no mucho, sino muchísimo. El matiz está en cómo se traten dichos temas. Yo tuve un magnífico profesor de Física y Química que era un verdadero genio contando las cosas y despertando el interés de todos y lo que sembró en mí, aún sigue dando frutos.
Tengo muchísimos ejemplos de ello, pero quiero recordar uno significativo: Hace muchos años me contrataron para impartir una serie de charlas en el Centro Cultural de cierto Ayuntamiento en una localidad cercana a Madrid. No es que aquello fuera el sueño de mi vida. Al conferenciante original le había surgido un grave problema de última hora, y yo no era sino el sustituto que debería apañármelas como pudiera para la mínima audiencia que me pronosticaban. “Sí, no te hagas muchas ilusiones. A estas horas de la mañana tendrás algún jubilado que se aburre, tal vez algún ama de casa que quiere expandir sus horizontes, o quizá algún chaval que he decidido hacer novillos hoy. Pero, vamos, poca cosa más”
No quiero alargar mucho la historia. Los primeros días nos metieron en una pequeña aula donde no cabrían más de 20 personas. A la semana nos mudaron a otra de doble número de asientos… Y en fin, para las últimas charlas hubo que habilitar el gran salón de actos para acoger al público que me concedió el honor de seguirme. ¡Y qué bien lo pasamos!.
Y sí, la ciencia interesa. Es más: puede llegar a apasionar. De entre aquellas personas que me concedieron su atención en aquellas conferencias, hubo muchos que me preguntaron: “Oiga, yo no tenía ni idea. Y todo esto tan interesante, ¿por qué no nos lo cuentan con más frecuencia y en más lugares?” Exactamente la misma pregunta que me han lanzado infinidad de veces durante mi carrera profesional.
La respuesta es fácil, ya la adivináis. No porque a vosotros no os interese. Es a ellos, a los políticos, a los responsables de los medios, de las escuelas y de otros centros donde debería reinar el saber, a quienes no les interesa. Aunque luego gasten mucha palabrería diciendo que quieren que el nuestro sea un país puntero. ¡Bah!
Seguramente no les interesa porque no saben. Y el que no sabe es como el que no ve.
Abelardo Hernández