Tu adversario político no es un monstruo, no lo trates como tal

(13-07-15) Uno de los fenómenos que más me ha llamado siempre la atención en nuestro comportamiento es lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”, que definen como la tensión o incomodidad que percibimos cuando mantenemos dos ideas contradictorias o incompatibles, o cuando nuestras creencias no están en armonía con lo que hacemos. Y cuando esto sucede, tratamos desesperadamente de reducir dicha disonancia.
Todos creemos que primero pensamos, y de acuerdo con nuestras decisiones dictadas por la lógica, actuamos. Pero lo habitual suele ser el proceso habitual. Primero actuamos movidos por nuestras emociones, y luego tratamos de justificarlas lógicamente, aunque sea de una forma un tanto retorcida.
Hay miles de ejemplos que podrían ilustrar estos comportamientos. Pero siempre me viene a la cabeza un ejemplo que leí hace años, el cual hablaba de los soldados norteamericanos destinados en Corea o en Vietnam. Imaginemos un chico joven, de una familia normal, que ha sido criado en un ambiente de principios éticos sanos, incluso fuertemente religiosos. De pronto se encuentra en el campo de batalla. Silban las balas a su alrededor y uno de sus compañeros cae herido o muerto. Y otro, y otro más. Un sentimiento de autodefensa -y quizá de venganza- se apodera de él. Levanta su fusil ametrallador y apunta a los enemigos que se hallan justo enfrente. Y en ese momento se produce el dilema. Su educación le ha marcado con una máxima: No se deben matar seres humanos, y si tiene creencias religiosas “El quinto mandamiento: no matarás” Pero vuelve a sentir miedo, rabia y una furia asesina. Y recuerda las palabras de su sargento en los entrenamientos: “Hay que eliminar a toda costa a esos monos amarillos; que no quede ni uno” ¡Exacto! Los preceptos que nutren a este y otros jóvenes hablan de no matar SERES HUMANOS… pero los que han liquidado a sus amigos, y lo mismo harán con él si se descuida, no son personas, son eso: seres infrahumanos, monos amarillos. Aprieta el gatillo y los enemigos caen ante él como el trigo recién segado.
Una vieja argucia, deshumanizar al enemigo, que ha funcionado siempre a lo largo de la historia, y que conocen muy bien los agitadores profesionales, que entrenan a sus huestes para que vean enfrente a los “perros infieles”, a los “cerdos judíos”, y en todo caso, a los crueles “monstruos” subhumanos que merecen ser eliminados de la faz de la tierra. Y claro, la segunda parte de la disonancia actúa rápidamente: “Si yo, que soy una buena persona, he hecho esto, con seguridad mi acción es buena”. Y luego, el efecto contagio de la masa: “Si mis amigos hacen lo mismo que yo… ¡no vamos a estar todos equivocados!”
Me gustaría haber elegido un ejemplo menos sangriento para ilustrar la disonancia cognitiva, pero éste me parece un buen momento para alertarnos de los peligros del esos brotes de odio que empiezan a dibujarse últimamente. El Islam retrocede más de cinco siglos para encontrar motivos de odio contra los infieles que un día les arrebataron Al-Andalus. En nuestro mismo país, se vuelve la mirada atrás más de medio siglo para volver a reavivar las llamas que abrasaron a “las dos Españas”. Estamos a un tris -si no hemos caído ya- de deshumanizar al contrario convirtiéndole en el enemigo a destruir. Y será preciso recordar una vez más que el odio es el mejor combustible para propagar el fuego. Y que de esos grandes incendios que son las guerras, es estúpido señalar a uno de los bandos como “vencedor” y al otro como “vencido”, pues dados los horrores que inevitablemente suceden en cualquier lado, nadie es vencedor y todos son vencidos.
Volvamos a ser civilizados, que las conquistas que han logrado la ética y la solidaridad humanas han sido metas muy largas y difíciles de alcanzar. No puede ser que gastemos tantas energías en salvar de la extinción especies animales con las que compartimos este planeta, y que luego nos dediquemos a aniquilarnos entre nosotros.
No, hijo. Ese tipo que tienes enfrente, por muy diferente que piense a ti, no es un malvado crónico ni mucho menos un animal. Es un ser humano como tú, eres tú mismo reflejado en el espejo de la existencia. Y merece, como mínimo, tu respeto. Y piensa que nuestro carácter de seres civilizados es una capa muy fina que se quiebra a los primeros golpes. Entonces sí, podemos convertirnos en animales… pero no sólo tu enemigo; también tú.
¿Cuándo aprenderemos de esos animales de la misma especie que cuando pelean por el territorio o por su apareamiento, combaten, pero rara vez se asesinan?
Y cuántas veces pienso en la truculenta idea de lograr que a los líderes políticos que tanto se odian, en lugar de arrastrar tras ellos a las masas y quedarse en la retaguardia, les suministráramos unos guantes de boxeo y dejáramos que ventilaran así sus diferencias ideológicas Seguro que muchas contiendas acabarían ahí.
¡Qué cosas se le ocurren a uno por el calor!
Abelardo Hernández