¿Democracia o aristocracia?
Hace poco vi en televisión un reportaje donde se pedía a un numeroso grupo de personas que calcularan cuántas bolas de chicle contenía una de esas máquinas expendedoras. Como la cubierta es transparente, se ven perfectamente las golosinas, pero parece muy difícil saber exactamente el volumen total. Cada persona en privado anotó el resultado que pensaba sería el correcto. Las estimaciones sugeridas eran muy variables y algunas absurdas: 100, 840, 1100… etc. Terminado el recuento se sumaron todas esas cantidades, se dividió por el número de participantes y… ¡oh, sorpresa, el resultado se acercó muchísimo al total de chicles.
Este conocimiento no data precisamente de hoy. “En 1906 el científico británico Francis Galton visitaba una feria de ganado en el sur de Inglaterra. Escéptico del sufragio universal, creía que el juicio de las masas era siempre erróneo. Que las decisiones deberían ser confiadas a los más aptos del grupo. Durante la feria tenía lugar un sorteo. Los participantes debían estimar el peso de un buey. Varios centenares de personas pusieron por escrito su estimación. La mayor parte de ellos no eran especialistas en ganado. Cuando los premios fueron otorgados, Galton recogió todas las papeletas y calculó la media (…) El resultado del experimento le dejó estupefacto: la media de las estimaciones de los participantes en el sorteo arrojaba un resultado de 1.197 libras. El peso real del buey resultó ser de 1.198. Una estimación perfecta. El grupo resultó ser más inteligente que el más inteligente de sus miembros. Inteligencia colectiva. Galton recuperó su fe en la democracia.
Éste y otros muchos ejemplos fueron citados por James Surowiecki en su libro “Cien mejor que uno”. El método funciona y es serio. Tan serio que en 1968 fue empleado para localizar un submarino atómico norteamericano perdido en algún lugar desconocido del océano. Preguntado un cierto número de personas -no necesariamente expertas en el tema- predijeron la localización del sumergible con un reducido margen de error.
Lo cual significa, según un estudio realizado en 2012 por el Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil, que “Los grupos sociales pueden ser sorprendentemente inteligentes cuando sus estimaciones medias son comparadas con las suposiciones individuales, esto es; sus juicios medios son más precisos que los juicios de los expertos. El agregado de las creencias de la masa tiende a estar más próximo a la verdad que cualquier conjetura de un individuo elegido al azar e incluso de la de un experto cuidadosamente seleccionado. La denominada “sabiduría de la multitud” es un fenómeno estadístico mediante el cual los sesgos individuales del conocimiento o de la estimación del mismo se anulan en uno y otro sentido, convirtiendo centenares o millares de suposiciones individuales en respuestas medias sorprendentemente precisas”.
Pero… ¡Un momento! Si este principio fuera cierto, ¿por qué la democracia, basada en los votos individuales de una gran cantidad de personas, tantas veces elige personas y gobiernos que distan mucho de ser los mejores? Ya hemos visto que aunque un hombre tan enciclopédico como Sir Francis Galton, que fue antropólogo, geógrafo, explorador, inventor, meteorólogo, estadístico y psicólogo, al principio estaba más convencido de la aristocracia como sistema político (Según la RAE “el poder político ejercido por los mejores.”) pero al final acabó convencido de la bondad de la democracia, como “forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”.
¿Entonces? ¿Dónde está la trampa? Pues que para que los resultados sean válidos, cada individuo de los que participan, debe participar expresando únicamente su criterio sin dejarse influir por las opiniones de los otros. O, como dice el estudio antes citado: “aunque los grupos son inicialmente ‘inteligentes’, el conocimiento previo de las suposiciones de los otros reduce la diversidad de opiniones en el grupo hasta el punto que desvirtúa la sabiduría colectiva.”
Ya lo anticipaba el sociólogo francés Gustave Le Bon cuando dijo en el siglo pasado que “La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado”. Ahora ya sabemos que así sucede sólo cuando prestamos atención a la opinión general y ello influye en nuestras opiniones y decisiones. Eso es finalmente lo que convierte a las masas en un grupo de borreguitos de “pensamiento único”.
Pero si deseamos un futuro mejor que sólo nosotros determinaremos cuál es y hacia dónde queremos dirigirnos, necesitamos urgentemente madurar y confiar en nosotros mismos. Porque en cada ser humano hay un sabio en potencia. Sabiduría que podría multiplicarse si llegáramos a hacernos conscientes de ese poder.
Ya lo dijo el filósofo inglés Bertrand Rusell: “Donde todo el mundo piensa igual… es porque nadie piensa demasiado”.
Abelardo Hernández
Muy buen artículo. Enhorabuena. Yo añadiría la distorsión que la la Ley electoral produce sobre la Media.
Un saludo.
Enrique López Álvarez.
Muchas gracias por su participación. Saludos