¿Programas “del corazón” o del sexo?
Hace no muchas fechas leí un trabajo del cual lamento no recordar ahora mismo su autoría -y bien que lo lamento, porque siempre procuro citar las fuentes de donde proceden mis informaciones- que comentaba un reciente estudio científico acerca de esas tertulias “del corazón” que tan frecuentemente llenan las pantallas de nuestras televisiones, especialmente de un canal que parece haberse especializado en la emisión de tales espacios.
Hay, claro, razones obvias, que explican la popularidad de este tipo de programas, la más destacada de las cuales es probablemente que, pese a lo bien pagados que están los contertulios, resultan más bastante más baratas que otro tipo de producciones que requieren muchos más medios materiales, humanos y económicos que otros géneros más elaborados como las películas, series, reportajes o documentales. En estos programas, basta con sentar en semicírculo a unos (y sobre todo unas) participantes que con gran facilidad discuten cualquier tema que se trate con una furia que a menudo deviene en enfrentamientos verbales, enfados supinos y hasta insultos. No los sigo con la suficiente asiduidad como para saber si se ha producido alguna pelea o enfrentamiento físico entre los contertulios, pero no me extrañaría nada que ya hubiera sucedido.
Los temas a tratar, por más diferentes que a primera vista parecen, son siempre los mismos, y llama la atención el eufemismo de su denominación como programas “del corazón” cuando deberían llamarse “los programas del sexo”. Allí, lo que más parece importar es si fulanito se ha acostado con menganita, si este tipo y aquella tipa se han casado, divorciado, traicionado, parido o separado. Parafraseando el título de aquella película de Manuel Gómez Pereira que protagonizó Verónica Forqué, “Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo”.
El otro ingrediente necesario para añadir picante al asunto son precisamente los enfrentamientos. Es gracioso ver a la persona que conduce el programa tratar de poner paz entre dos participantes cuya discusión va subiendo de tono: “Aquí no toleramos determinados comportamientos, así que haced el favor de calmaros”. Curiosa recomendación cuando los promotores del programa han buscado precisamente la participación de dos individuos de quienes se sabe que se odian cordialmente desde siempre, esperando el momento de que corra la sangre.
Lo siento, pero debo decir que, por encima de todo, estos programas siempre me han producido una inevitable sensación de asco profundo. Y si bien en algunos casos puede verse que critican y destrozan la vida de personas moralmente no muy recomendables, uno se queda con la sensación de esas escenas tantas veces repetidas en los documentales, cuando nos muestran a un numeroso grupo de buitres destrozando y devorando una carroña maloliente.
Pero, amigo, la ciencia tiene una explicación para todo y ahora le ha llegado el turno a los espacios “del corazón”. El estudio al que me refería al principio ha determinado que estos programas son el sustituto de los cotilleos que tenían lugar antaño en la plaza del pueblo. Pero como el avance de la civilización nos ha quitado ese vecindoneo cercano, los personajes populares de la pequeña pantalla han sustituido a nuestros vecinos cercanos. Los investigadores recalcan la utilidad práctica de esos chismorreos que ayudaban a los vecinos a conocerse entre ellos y valorar a cada cual: si éste engañaba a la mujer, si aquél otro no devolvía los préstamos.
Pues vaya. Esperaba yo que la explicación científica y la consiguiente comprensión me ayudaran a juzgar con más benevolencia estos programas. Pero enfrentado a la pequeña pantalla he comprobado con cierta decepción que mi sensación de asquito permanece invariable. Qué le vamos a hacer. C’est la vie!
Abelardo Hernández