Los fantasmales lugares abandonados
Yo no sé si os producen la misma sensación que a mí, aunque imagino que es un sentimiento universal. Hablo de las sensaciones que experimentamos al contemplar ciertos tétricos lugares un día habitados y posteriormente abandonados a los que el paso del tiempo va aplastando, resquebrajando, destrozando, devorando pausadamente, cubriendo de años, polvo y telarañas…
Y quizá también inyectándoles algo más. Leyendas siniestras que hablan de espíritus errantes que recorren sus salas, sus patios, sus pasillos. Fantasmas clásicos, a la vieja usanza, entidades incorpóreas cubiertas de blancos sudarios. Espectros que bajo sus capuchas de penitentes dejan ver las terribles sonrisas de sus blancas calaveras…
Claro que ninguno de nosotros, seres civilizados creemos en su existencia aunque de vez en cuando una vocecita interior nos susurre que “haberlos, haylos”. ¿Cómo evitar, por ejemplo, el escalofrío que nos invadiría si nos colocaran en la conocida como “Isla de las Muñecas” de México? La leyenda en que se enmarca es bien simple. Un caballero llamado Julián Santana, cuidador de la isla, encontró el cadáver de una niña ahogada. Poco después halló una muñeca abandonada y la colgó de un árbol en recuerdo a aquella criatura. Enamorado de su propia ocurrencia, posteriormente durante 50 años siguió colocando muñecas en otros árboles. ¿Qué horror nos puede producir un simple juguete? Aparentemente ninguno… pero cientos de ellos empalados si pueden producirte un respetable escalofrío. Por cierto, si alguien encuentra la llamada “Fábrica de Muñecas” que debe ubicarse en algún rincón de España, que avise. Antes de que los cientos de silenciosas (?) muñecas que la habitan decidan escapar de tan opresivo lugar.
Cientos o miles de lugares abandonados con sus correspondientes historias de terror puntean el mundo. Por ejemplo, el conocido como Bosque de los Suicidios. Aokigahara se halla en la base del Monte Fuji, donde más de 500 personas se han suicidado. Para disuadir a los posibles candidatos a fiambre, las autoridades han colocado carteles tan tragicómicos como “Por favor, consulte a la policía antes de decidirse a morir”. Si tú crees en la supervivencia tras la muerte, ¿cuántos espíritus errantes que jamás encontrarán la paz imaginas que pueden vagar en las tinieblas nocturnas de ese bosque?
Por supuesto que entre tan poco recomendables lugares, existen otros donde el sufrimiento, la muerte y el dolor han reinado con mano de hierro, como centros médicos o prisiones. Tal sucede con Poveglia, cerca de Venecia, llamada “La Isla del No Retorno” donde murieron 160.000 personas debido a la epidemia de peste bubónica a comienzos del s XIV, y donde posteriormente funcionó un hospital psiquiátrico en el cual se afirma que un médico se dedicó a torturar y asesinar a muchos pacientes. Pacientes, dicen, cuyas almas encadenadas al lugar pueblan sus noches entre gritos y aullidos de dolor y desesperación.
O la Penitenciaría de Moundsville, en el Estado norteamericano de West Virginia, espantosa cárcel a la que fueron a parar los criminales más endurecidos del país y donde la mayoría de los prisioneros asistieron a su cita con la muerte, muchos como víctimas de la horca o la silla eléctrica.
¿Quién se atrevería a pasar una noche en soledad, pero soledad muy acompañada de los numerosos fantasmas y ectoplasmas que recorren las sendas, del por ejemplo casi totalmente abandonado y ruinoso Cementerio de Bachelor’s Grove, en el área metropolitana de Chicago? Con suerte veríamos a ese anciano jinete espectral que de cuando en cuando, dicen, se deja ver, galopando a lomos de un brioso corcel.
Pero no… Para sentir el escalofrío ni siquiera precisamos de escenarios tan macabros. Bastaría con acercarse a la majestuosa y crepuscular belleza de la Estación ferroviaria internacional de Canfranc, en Huesca. Edificios de una grandeza casi escurialense, enorme y silencioso vestíbulo, solitarios andenes, raíles medio roídos por la pátina de la implacable herrumbre…¿Cuántos pasajeros, cada uno con su historia a cuestas pasaron por allí? ¿Cuántas llegadas, despedidas, amores y desamores se tejerían y destejerían en aquél emplazamiento al que la historia no le termina de dejar morir, pero tampoco le permite resucitar del todo?
Sí, en cada lugar abandonado, fantasmagórico o no, intuimos el reflejo del lento y silencioso avance de la degradación y de la muerte en nosotros mismos. Pero no pasa nada. Como dijo el filósofo: “No hay que preocuparse. Cuando nosotros estamos, la muerte no está…Y cuando la muerte llega, nosotros ya no estamos”
Abelardo Hernández