Populistas del mundo… ¡uníos!
Según decía Mao Tse Tung, las perogrulladas hay que repetirlas al menos un millón de veces para que empezaran a entrar en el meollo de la gente, así que eso haré. La siguiente Advertencia (en mayúscula, fíjate si será importante) venía de un experto en eso que hemos dado en llamar “Sectas Destructivas”.
“Si alguna vez en tu vida encuentras al líder de un grupo dotado de una personalidad irresistible, que promete toda clase de maravillas si entras a formar parte de la gente que le rodea, que dice basar toda su vida en la búsqueda de la verdad, la justicia, la solidaridad, y que promete rescatarte de las nefastas consecuencias que te esperan en ese terrible e injusto mundo que se halla fuera de su propio grupo… Y te quedas tan impresionado que te parece mentira que todo eso pueda ser cierto… ¡Tienes razón! ¡Es demasiado bueno para ser cierto!”.
Pues así son los populistas. No existe una única definición del populismo y no lo he logrado, aunque simplificando podemos repetir la formulada por Cas Mudde, profesor de la Universidad de Georgia, según la cual “Es una ideología simple que considera que la sociedad se divide en dos grupos homogéneos y antagónicos, la ‘gente pura’ y la ‘élite’ corrupta”. “La pregunta de mañana es: ¿quiénes queréis que gobierne América, la clase política corrupta o la gente?’, se preguntaba Donald Trump en la noche preelectoral.
Pues fijaos en que las tendencias políticas que podemos llamar populistas se parecen demasiado en su estructura y finalidad a una secta. Hasta poseen esa característica propia de sus carismáticos líderes que consiste en tener una línea directa abierta con la divinidad misma. Nunca habríamos imaginado a Hitler como un tan fervoroso creyente; sin embargo suyas son estas frases. “Creo hoy que estoy actuando de acuerdo con el Creador Todopoderoso. Al repeler a los judíos estoy luchando por el trabajo del Señor”. “Debo cumplir con mi misión histórica y la cumpliré porque la Divina Providencia me ha elegido para ello”. “Franco es el enviado de Dios”, decía el general Millan Astray. “Mesías de la redención cívica”, le denominó Wenceslao Fernández Flórez. Un millón de muertos contradicen tal convencimiento.
Sin ningún género de dudas es preciso reconocer que toda época el advenimiento de los populistas se debe a la pésima situación económica y la ristra de desigualdades generadas por gobiernos corruptos e incapaces que empobrecen a la clase media hasta generar en ella una sensación de impotencia y de creciente irritación. A la gente se le piden que acepten recortes y sacrificios en su nivel de vida, pero quienes están al frente de las élites, ya sean políticos o banqueros, se hacen cada vez más ricos. Por poner un ejemplo, según un estudio de los profesores David Yermack de la Universidad de Nueva York y Crocker Liu, de Arizona los directivos de las compañías del S&P, el índice de la bolsa norteamericana, viven viven en casas que como promedio tienen 1.600 metros cuadrados, 11 habitaciones, 4,5 cuartos de baño y están valoradas en unos 3 millones de dólares. Y para acabar de rematar la faena, el estudio afirma que los presidentes que viven en las mansiones más caras de todos, con un mínimo de 3.000 metros cuadrados de mansión, obtienen en sus compañías un 7% menos de beneficios que los presidentes que viven en las casas más modestas del segmento. O sea, que a mayor estupidez, más riqueza.
Y esta es la gota que colma el vaso. Incluso la gente con convicciones más puramente capitalistas y liberales podría admitir a los ricos siempre que ganen su capital a fuerza de trabajo, competencia profesional y honradez, pues esos son los motores que impulsan a la sociedad y crean puestos de trabajo. Pero de ningún modo a los incompetentes y corruptos sin los cuales la sociedad progresaría mucho más rápidamente. Y para qué hablar de nuestro país, donde la corrupción generada o ignorada por los partidos políticos debe de haber sobrepasado en su conjunto los 9.000 millones de euros.
Es entonces cuando los populistas entran en escena. Es la corrupción del Imperio Romano que se agudiza a la muerte de Cómodo en 192 DC el que propicia la rápida extensión del cristianismo que alcanza su cénit en 312, cuando el general Constantino derrota a su rival Majencio a las puertas de Roma enarbolando la Cruz cristiana como enseña. ¿Habrá principios más bellos que los cristianos? Pero como nos cuenta la Wikipedia, “En los comienzos de la Iglesia, la pena habitual por herejía era la excomunión. Cuando los emperadores romanos convierten el cristianismo en religión estatal en el siglo IV, los herejes empiezan a considerarse enemigos del Estado. En su momento San Agustín aprobó con reservas la acción del Estado contra los herejes”. Consecuencias: los miles de personas (imposible conocer el número exacto) torturadas y ejecutadas por la Santa Inquisición. Es la alianza permanente y durante siglos de la Iglesia con el poder civil, militar y económico. Son los más de 5 millones de muertos durante las Cruzadas. “Mi Reino no es de este mundo”, decía Jesús. Pero hasta 1846 el reino del Papa Pío IX -Los Estados Pontificios- sí se extiende por esta parte del mundo llamada Italia.
Es la lúgubre situación en la que se encuentra la República de Weimar en 1930 la que alimenta el naciente nazismo encarnado en la carismática figura de Adolf Hitler, un orador cautivador que prometió a los desencantados una mejor vida y una nueva y gloriosa Alemania. Los nazis apelaban especialmente a los desempleados, los jóvenes y a las personas de la clase media baja. El maravilloso resultado final fueron los más de 60 millones de muertos causados por la II Guerra Mundial, entre ellos de 5 a 10 millones de alemanes.
Es una Rusia empobrecida al comienzo del siglo XX, con una clase obrera empobrecida en los escasos núcleos industriales y unos campesinos aún más pobres los que propician una revolución y el posterior reinado dictatorial de un Stalin que, según el historiador Viktor Zemskov, condenó a muerte por “actividad contrarrevolucionaria y otros crímenes graves contra el estado”, entre 1921 y 1953, a unos 4 millones de personas.
Es la pobreza crónica de Corea del Norte la que impulsa la llegada de un régimen que, según un informe de Naciones Unidas, comete “violaciones sistemáticas, generalizadas y graves de los derechos humanos en la República Popular Democrática de Corea, violaciones que con frecuencia implican crímenes contra la humanidad sobre la base de las políticas de Estado”.
Es la alegría que inundó Camboya cuando los triunfantes Jemeres Rojos maoístas entraron a la capital Phnom Penh y el pueblo camboyano los recibió con alegría y flores creyendo que todo iba a cambiar con el fin de la guerra y la llegada de la paz. En realidad la alegría disminuyó ligeramente cuando los Jemeres dirigidos por Pol Pot mataron entre dos y tres millones de compatriotas, una cuarta parte de la población camboyana. Muchos de ellos por motivos tan antirrevolucionarios como llevar un corrector dental, tener estudios o haber trabajado en una oficina.
Consecuencias de la más pura ortodoxia marxista nacida en China. Esta nación inmensa, cuya primera revolución contra el dirigente Chiang Kai-shek costó más de 40 millones de muertos, volvió a repetirse en la Revolución Cultural, de la que se cuentan hechos tan edificantes como los sucedidos en la provincia de Guangxi, donde a las víctimas de los Guardias Rojos les extirpaban las vísceras y los genitales y eran cocinados para que los “fieles comunistas” los comieran como prueba de su sumisión al comunismo. El Gobierno chino abrió una investigación sobre estos hechos a principios de los años ochenta y el informe reconocía 38 casos de canibalismo. Hasta el propio Mao vió que el asunto se le escapaba de las manos y en enero de 1967, ordenó al ejército que interviniera para restaurar el orden. Las actividades de los guardias rojos continuarían, sin embargo, hasta 1968.
Otra característica del populismo es la mentira. El populista incumple sus promesas “porque no podemos inventar el dinero, porque no podemos inventar la riqueza, porque no podemos inventar el bienestar y al final de cuentas es realmente imposible materializar el sueño populista que finalmente acaba en un auténtico desastre, en donde el vendedor de fantasías se convierte en tirano al querer imponer la felicidad y su voluntad a la fuerza. El populismo por lo general acaba en un baño de sangre.” Es muy fácil engañar a los indigentes y a los desesperados con promesas que, de antemano, se sabe son imposibles de cumplir.
Sí. El populismo acaba haciendo realidad nuestro viejo dicho que reza “a menudo el remedio es peor que la enfermedad.” Si un líder es el único representante del pueblo, ¿qué necesidad hay de oposición y contrapesos del poder? “El objetivo de los políticos populistas no sería tanto presentar una división social como desmontar la democracia liberal. Los partidos populistas se enfrentan a instituciones democráticas como la prensa libre, la división de poderes y especialmente la autonomía judicial”, dice Takis Pappas, profesor en la Universidad de Macedonia, en Tesalónica (Grecia).
Y el populismo también aprovecha la sabiduría contenida en otra frase popular “Nadie escarmienta en cabeza ajena”. Los jóvenes, que ni han padecido las consecuencias del populismo, ni conocen la historia, ni maldito lo que les importa, creen que “esta vez SÍ es la buena.” No importa todo lo que haya sucedido antes, ahora SÍ que se impondrán la justicia, la verdad y la igualdad. Y no. Pobres inocentes…
Lo más importante de todo: Como dice Ernesto Laclau, “No hay nada de malo, por supuesto, en condenar el Holocausto. Lo que es incorrecto es que esa condenación reemplace a la explicación, que es lo que ocurre cuando ciertos fenómenos son percibidos como aberraciones carentes de toda causa racional comprensible. Sólo podemos comenzar a entender el fascismo si lo vemos como una de las posibilidades internas inherentes a nuestras sociedades, no como algo que está fuera de toda explicación racional. Y recordar como grabado a fuego lo que enunciaba Baldur Von Schirach en “Yo he creído a Hitler”: “La catástrofe alemana no proviene solamente de aquello que Hitler ha hecho de nosotros, sino de aquello que nosotros hemos hecho de él. Hitler no ha venido del exterior, no era, como muchos lo imaginan hoy, una bestia demoníaca que ha tomado el poder a solas. Era el hombre que el pueblo alemán demandaba y el hombre que hemos hecho dueño de nuestro destino glorificándolo sin límites. Porque un Hitler no aparece sino en un pueblo que le desea y tiene la voluntad de tener un Hitler.”
Pues ya está. Sustituye en la frase Hitler por Stalin o cualquier otro populista de derechas o de izquierdas, y sabrás por qué buena parte de la historia humana está regada con la sangre de los crédulos. La solución es más, no menos democracia. Evitar la impunidad de los poderosos, y por tanto, nunca concedérsela. Vigilarlos estrechamente, pero sin guillotinas en las calles. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Y más importante aún. Que nosotros, todos, seamos más justos y honrados. Que se acabe aquello de “¿Con IVA o sin IVA?” Que si tú vas por una carretera sin vigilancia respetando el límite de velocidad, veas que todos te adelantan. Que si hacemos una cola de dos horas para comprar el último iPhone, diseñado en USA y montado en China, no nos quejemos luego del paro y la creciente deuda externa de nuestro país. Porque… Si la mayoría de nosotros somos así de tramposos y nos importa un bledo el resto del país… ¿no resultaría casi milagroso disfrutar de políticos honrados y eficientes que nos administren y que respeten unas leyes que nadie respetamos?
Calma, que ya acabé.
Abelardo Hernández