El poderoso caballero y la felicidad terrenal
(01-06-15) Una de las frases repetidas hasta la saciedad acerca del dinero que hemos escuchado desde siempre afirmaba que “el dinero no da la felicidad”. Frase que lo único que demuestra es nuestra casi infinita capacidad para consolarnos de lo inconsolable. Sin embargo, es imposible no sonreír al conocer otra famosa frase procedente de aquél increíble filósofo que se llamó Groucho Marx. “la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”
La felicidad es uno de esos temas tan intangibles que la ciencia siempre ha tenido buen cuidado de no meterse en berenjenales… Pero al fin ha sucedido. Según una investigación llevada a cabo por los norteamericanos Daniel W. Sacks, Betsey Stevenson y Justin, pertenecientes al Departamento de Economía de los Negocios de la Universidad de Pensilvania y titulada The new stylized facts about income and subjective well-being demuestra que el dinero SÍ proporciona felicidad, y que un nivel mínimo de ingresos es imprescindible para gozar de cierta tranquilidad mental.
Los ilustres sabios lo han expresado de una forma lapidaria que no deja lugar a dudas: “la gente más rica es más feliz que la gente más pobre”. Y por si tan tajante afirmación no fuera suficiente para aplastarnos psicológicamente, ya de paso los autores del estudio se han cargado otro tópico que en los círculos eruditos se conoce como la “paradoja Easterlin”, expresada por un tal Richard Easterlin en 1974. Paradoja que casi todos nosotros hemos suscrito con inocente entusiasmo. Más o menos viene a expresar que, a partir de un determinado nivel económico que podríamos considerar como “techo”, nuestra felicidad ya no aumenta proporcionalmente aunque obtengamos más dinero.
Si ello fuera cierto, ¿los superricos como Bill Gates o Warren Buffett siguen aumentando su felicidad cuantos más miles de millones ingresan en sus cuentas corrientes? Pues si no sucediera así, los autores del estudio han considerado otra insultante posibilidad. Y es que nuestros acaudalados amigos no hayan llegado aún a lo que consideran como cifra mágica de riqueza para alcanzar la beatitud.
¿Nos morimos ya, o lo dejamos para otro momento?
Nuestros (¿queridos?) científicos nos han dejado una propina más corroborando este asunto de los límites. Ellos aseguran que los verdaderos magnates son insaciables. Lo cual vendría a significar que si uno de tales personajes durante un año récord gana por ejemplo 1.000 millones, no le basta con tener un beneficio al año siguiente de, pongamos 1.100 millones, sino que para estar contentos necesitarían doblar los resultados y ganar 2.000 millones.
De todos modos, digan lo que digan los expertos, resulta difícil creer que por muy rico que seas puedes ser feliz si tu salud es mala, tu familia mal avenida o inexistente o tus amigos una panda de vampiros que sólo se acercan a ti en busca de las migajas de tu fortuna.
Y, tal como sabemos en relación a las demás ambiciones del ser humano, dudamos de que estos adinerador personajes contemplen la posibilidad de ser felices cuando alcancen determinado nivel económico. Personalmente imagino a Carlos Slim o a Amancio Ortega verdes de envidia porque en la lista Forbes de tal o cual año hayan bajado de puesto en el hit parade de los más poderosos. Porque siempre habrá alguien que nos supere, ¿no? Lo cual me lleva a recordar un viejo anuncio de cuando aún éramos un país subdesarrollado: “Señora -decía- ¿por qué usted no va a poder tener un abrigo de pieles como el de su cuñada?” Mmmm, sabios publicistas, que saben tocar las teclas más jodidamente débiles de nuestra personalidad…
Abelardo Hernández