El Correo de Pozuelo ficha a “El Fantasma de Don Agustín”, el personaje que más sabe del Ayto. de la Villa, para que cuente todo lo que acontece tras los muros del Viejo Convento
Ya tengo muchos años a mis espaldas, pero no soy viejo porque los de mi gremio no envejecemos. Siempre estamos igual que cuando nos morimos. El tiempo no pasa por nosotros. Mi vida transcurrió en Pozuelo de Aravaca allá por el siglo diecisiete y aunque tuve una relación tormentosa con el Santo Oficio, al final creo que éste fue benevolente conmigo. No sucedió así a la hora de rendir cuentas allí arriba, porque mi espíritu fue condenado a vagar eternamente por estos lares.
Soy, por tanto, lo que vulgarmente se denomina un fantasma: “El Fantasma de Don Agustín”. El fantasma de un hechicero con algunas habilidades en el comercio con el Maligno y al que llegué a ofrecer incluso el alma de unos cuantos personajes convencidos, con el fin de que nos revelase el escondite de un tesoro que se hallaba oculto por alguno de los parajes de la localidad.
Ese fue mi pecado que, aunque no castigado con severidad por la Inquisición, sí me ha llevado a no poder alcanzar el descanso eterno.
A lo largo de los años y de los siglos he permanecido en los mismos lugares. No quise moverme a otros porque siempre me gustó estar rodeado de lo ya conocido y poder ver cómo iba cambiando tanto el paisaje como el paisanaje. Mucho tiempo, quizás demasiado, pero en el que he tenido muchas posibilidades de enredar a mi gusto. Algo había que hacer para ir matando el tiempo.
A mis enredos colaboraron, aún de forma inconsciente, los vecinos y sobre todo las autoridades que se han ido sucediendo en esta Villa, que ya hace tiempo se ha venido en denominar Pozuelo de Alarcón.
Sí he de deciros que fui variando de residencia estable, esa era una de las pocas posibilidades de modificar algo en mi definitiva y eterna situación. Y en este devenir, hace ya algún tiempo que resido en uno de los torreones de la actual Casa Consistorial. Desde su construcción siempre me había atraído el edificio. Lo veía muy acorde a mi gusto. Pero tuve que esperar unos años y aquí me mude cuando dejó de ser Casa de Ejercicios.
Comprenderéis que antes no podía hacerlo. Su actividad chocaba frontalmente con mi situación y antecedentes.
Ahora campo a mis anchas por el edificio. No podía haber encontrado un lugar mejor, no ya para mis enredos, sino para divertirme con los de los políticos que allí acuden y se desenvuelven. He de reconocer que lo que veo, día tras día, supera con mucho lo que a mi sesera se le habría podido ocurrir, cuanto más a los vecinos de la villa que son de natural candoroso.
Tan estupendamente me lo estoy pasando que creo que es mi deber, como el pozuelero más antiguo del lugar, haceros partícipes de lo que aquí va aconteciendo y que os iré contando.
“El Fantasma de Don Agustín”