El Tesoro de Pozuelo de Aravaca, el hechicero Don Agustín, el aquelarre de unos pozueleros ansiosos de oro y el Santo Oficio que los pilló. Un artículo de Carlos H. Fernández del Valle
Allá por las calendas de 1630, un lazo inmaterial vinculó a nuestro pueblo con el infierno inquisitorial conocido como “El Tesoro de Pozuelo de Aravaca”.
Un grupo de personajes de diferente extracción se dedicaba por entonces a la búsqueda fácil de la fortuna. Lo formaban Cristóbal Chirinos, un fraile exclaustrado, un abogado, un maestro de hacer coches, el ujier de la saleta de la reina y algún otro caballero.
Decidieron celebrar dos convites de demonios en el mes de marzo del año citado, el primero dentro de un aposento pequeño y el segundo en un jardín.
Para llevarlos a cabo se procuraron la ayuda del hechicero Don Agustín, siniestro personaje experto en el comercio con el Maligno, que utilizaba en sus prácticas para desencantar tesoros la instrucciones de antiguos libros como la “Clavícula de Salomón”, observando en todas sus maniobras las horas precisas de los planetas.
En el transcurso de estas ceremonias, en las que no faltó nada preciso en este tipo de rituales (círculos, nombre mágicos, conjuros, sahumerios, etc.), Don Agustín ofreció al demonio para siempre las almas de los circundantes a cambio de su ayuda para desencantar el oro.
A continuación sirvieron a los demonios un banquete consisten en polvos de sesos de niños muertos, retirándose posteriormente a sus casas durante nueve días , esperando propiciar la voluntad de los malos ángeles.
Transcurrido este breve plazo, procedieron a la saca del Tesoro (si es que se halló, punto que desconocemos), con la ayuda de dos niños vírgenes que increparon con conjuros de la “Clavícula de Salomón” a los demonios para que manifestaran el lugar donde se hallaba escondida la fortuna.
Así mismo, procedieron a arrojar una calavera al fondo de un pozo entre sahumerios y más conjuros con el mismo fin.
Como decía antes, se desconoce si este grupo de ciudadanos modelo tuvo éxito en sus pesquisas. En todo caso, no fue muy grave la pena impuesta por el Santo Oficio al finalizar el proceso.
Lo que sí es cierto es que en el término de nuestro pueblo hay un paraje conocido como Arroyo del Tesoro, más allá del antiguo paso a nivel del ferrocarril que corta la carretera Benítez.
Actualmente, de arroyo solo queda el nombre, ya que ha sido canalizado y sobre él se ha abierto una calle que lleva su nombre.
No sabemos si la Fortuna, bien que de siniestra manera, hizo que se descubriera el tesoro encantado, como tampoco sabemos si el lazo inmaterial abierto entre Pozuelo y Satán, abierto por Don Agustín, perdura todavía en nuestros días.
Carlos H. Fernández del Valle