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España en el Siglo XIX
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Presidentes del Consejo de Ministros durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena: Antonio Cánovas del Castillo por última vez y Marcelo Azcárraga Palmero

By Capitán Possuelo
30/08/2017
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Antonio Cánovas del Castillo

El 23 de marzo de 1895, Antonio Cánovas del Castillo fue nombrado Presidente del Consejo  de Ministros por la Reina Regente por segunda y última vez. Era la decima vez que Cánovas ocupaba el cargo de Presidente. Volvía al poder dos años y tres meses después de su dimisión. Su mandato fue de dos años y poco más de cuatro meses, hasta su asesinato por el anarquista  Michele Angiolillo en el balneario de Santa Águeda, en el municipio guipuzcoano de Mondragón.

El primer problema de España era la insurrección cubana que había estallado un mes antes. La sublevación estaba apoyada por los EE UU y existía el peligro de una intervención directa de los norteamericanos en el conflicto.

La sublevación trató  de ser aplastada en sus inicios con el envío a Cuba del general Martínez Campos con numerosos refuerzos. El clima de exaltación patriótica  que se  vivía  en el país  permitió al gobierno reclutar 60.000 voluntarios.

Sin embargo, en contra de lo ocurrido en anteriores insurrecciones, en esta ocasión los rebeldes tenían un considerable apoyo popular  entre la clase media criolla que hizo inútiles los esfuerzos iniciales españoles. Martínez Campos ya había advertido a Cánovas que la nueva guerra sería distinta a las anteriores, que su violencia y su respaldo popular no eran abordables desde los principios de una guerra convencional.

El 11 de abril, Martí llegaba a Cuba y el día 19, en una escaramuza con una columna española, Martí sería alcanzado por tres disparos causándole la muerte. Su cadáver quedó en mano de sus vencedores.

En verano, en la época de lluvias, Martínez Campos atacó  Sierra Maestra, cayó en una  emboscada y tuvo que retirarse permaneciendo la Sierra en poder de los  insurrectos hasta el fin de la contienda.

El día 31 de julio de 1905, Sabino Arana fundó, en la clandestinidad, el Partido Nacionalista Vasco (Eusko Alderdi JELtzalea, EAJ- PNV. Era la festividad de San Ignacio de Loyola a quien admiraba Sabino. Sus ideas se basaban en una concepción de la patria vasca  cuyo propio ser eran: la religión católica,  lo que le lleva a rechazar el liberalismo porque lo apartaban de Dios, y la raza vasca identificada por la presencia de apellidos vascos. Nación vasca como antagónica a la nación española, enemigas ambas desde la antigüedad, que debía volver a la situación anterior a 1839 para recuperar la soberanía perdida, identificando  los fueros con la soberanía.

Conseguir la independencia de España era la única forma de acabar con la degeneración de la raza vasca. Una vez conseguida la independencia,  se formaría una Confederación de Estados Vascos formados por los antiguos territorios forales en ambas vertientes de los Pirineos (Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra, Baja Navarra, Lapurdi y Zuberoa). Dos años después de fundar el PNV, denominó a la confederación Euskadi (país de los euzkos o vascos de raza), no le gustaba el nombre  tradicional de Euskalerria (pueblo que habla euskera).

Idealizaba el mundo rural vasco en un momento en el que Vizcaya y Guipúzcoa estaban industrializándose de manera acelerada apoyándose en las ventajas económicas que le proporcionaban los acuerdos del cupo vasco,  concedido por Cánovas el final de la tercera guerra carlista, y del arancel proteccionista de 1891. El lema del nacionalismo vasco era Dios y la Ley Vieja ( Jaungoikoa Eta Lagizarrak, en acrónimo JEL) , es decir, rancio catolicismo, fueros y tradiciones.

La centralización del Estado durante la Restauración no solo produjo reacciones nacionalistas en el País vasco y Cataluña, también se produjeron en Galicia y en Andalucía.

El nacionalismo gallego fracasó en su intento de construir  una fuerza apolítica  galleguista semejante a las creadas en las dos regiones anteriores, pero si edificó una ideología que definió la naturaleza nacional de Galicia basada en el territorio, la raza, la lengua, la historia y la conciencia nacional.

El regionalismo andaluz, que comenzó con los movimientos cantonalistas durante la I República, se desarrolló con Blas Infante y el congreso de Antequera  de 1883 donde se proclamó la Constitución Federalista Andaluza. El movimiento no se consolidó por varias razones entre ellas: la vinculación de la burguesía andaluza al poder central y la desviación del movimiento obrero  andaluz hacía el anarquismo.

El 19 de septiembre de 1895, en la entrada del canal del puerto de La Habana, a la altura del Fuerte del Morro, el crucero español Sánchez Barcaíztegui, que salía del puerto con las luces apagadas para sorprender a buques insurgente, recibió el impacto del carguero de vapor Conde de Montera que venía entrando en la bahía habanera. Del resultado de impacto, el crucero se hundió y hubo más de treinta muertos entre ellos: el contraalmirante Delgado Pareja, jefe del apostadero de La Habana y el comandante del crucero, comandante Francisco Ibáñez Varela.

En octubre de 1895, cuando paso la temporada de lluvias, los insurrectos emprendieron una marcha  a lo largo de toda la isla, de este a oeste, logrando atravesarla si apenas oposición y asolando cuanto encontraban a su paso. La marcha tuvo escasa influencia operativa pero minó la autoestima del ejército peninsular y dio credibilidad a los insurrectos en  EE UU.

En enero de 1896, ante la falta de éxitos militares, el gobierno de Cánovas decidió  llevar la guerra hasta el final, “hasta el último hombre y la última peseta”, poniendo bien cuidado en no provocar  a los yanquis.  Sustituyó a Martínez Campos por el general Valeriano Weyler.

Cuando el general Weyler relevó a Martínez Campos había en Cuba más de 100.000 soldados, muchos de ellos hospitalizados o emboscados lejos de los frentes de batalla. Aunque el nuevo general suprimió la mayor parte de los destinos burocráticos, fue preciso enviarle otros 90.000 soldados más a lo largo del año 1896. El clima  de exaltación patriótica cambió. La población en general no aceptaba la sangría de jóvenes que se enviaban a Cuba y, desde septiembre, también a Filipinas. Los embarcados eran jóvenes cuyas familias no podían pagar las 1.500 pesetas que costaba un sustituto.

El pánico  a los alistamientos que sufrían las familias hacía que estas maquinaran para evitar la marcha del hijo a unas guerras lejanas. Recomendaciones, cohechos y huidas al extranjero, fueron moneda común usada por los padres para tratar de salvar a sus hijos de ir  a la guerra. Cuando las circunstancias de las guerras hicieron que las condiciones de reclutamiento se endurecieran,  creció el terror, se dobló la cifra de prófugos y comenzaron las madres a manifestarse en las calles al grito: “¡Que vayan los ricos! ¡Que vayan los causantes de la guerra!”

El nuevo Capitán General llegó a la isla con la voluntad de emplear métodos más duros y contundentes para acabar con la insurrección por la fuerza de las armas. La estrategia española cambió radicalmente. Weyler consideró que era necesario cortar el apoyo que los insurrectos recibirán de la población cubana, para ello ordenó concentrar la población rural en poblados  cerrados controlados por las fuerzas españolas, destruyendo, al mismo  tiempo, las cosechas y el ganado que podía ser usado por el enemigo. Las medidas dieron resultados desde el punto de vista militar, pero a un coste humano altísimo. La población concentrada, con malas condiciones sanitarias y con una alimentación deficiente, empezaron a ser víctimas de enfermedades y a morir  en gran número. Los campesinos, sin nada que perder, se unieron al ejército insurrecto. Por otro lado, la destrucción que la guerra provocó hizo que la economía cubana se resintiera.

Paralelamente, Weyler ordenó reforzar las trochas existentes  y construir alguna nueva. Estas eran unas líneas de vigilancia que, apoyadas en algunos fuertes, impedían el paso de los rebeldes entre ciertas zonas de la isla. Iban de costa a costa, desde el Atlántico al mar Caribe y consistían  en una serie de fuertes con guarnición suficiente para el control de la zona asignada y combatir al enemigo hasta la llegada de refuerzos. Su construcción era muy costosa sobre todo para los soldados recién llegados de la península y no aclimatados a las condiciones medioambientales de la isla. En la construcción de trocha de Mariel, de los 42.000 hombres empleados, 30.000 contrajeron paludismo y hubieron de ser evacuados a La Habana donde colapsaron las precarias instalaciones sanitarias.

Las duras medidas aplicadas por Weyler, hábilmente difundidas por los propagandistas yanquis y por la prensa amarilla de USA, causaron gran impacto en la opinión pública internacional, especialmente en la norteamericana.

El gobierno de los Estados Unidos, que hasta entonces había sugerido a España que devolviera la tranquilidad a la isla mediante la concesión de una autonomía política y económica, aprovechó la ocasión para cambiar de actitud y apoyar directamente a los independentistas cubanos. España buscó la  garantía de la Triple Alianza  y de Gran Bretaña, las garantías fracasaron y los ingleses solo estaban dispuestos a prestar sus buenos oficios si la autonomía pudiera contribuir  a la pacificación de la isla.

Cánovas llevaba gobernando  más de un año con unas  Cortes con mayoría liberal, por lo que procedió a disolverla el 28 de febrero  y convocar elecciones para el 5 de abril de 1896. Se elegían 401 diputados con sufragio universal masculino de mayores de 25 años.

Siguiendo las prácticas habituales: caciquismo, corrupción, etc., los resultados fueron los esperados, mayoría absoluta para los conservadores de 274 diputados. Los liberales obtuvieron 88 diputados y el resto 29 actas.  Las votaciones  se celebraron con la abstención de la unión republicana, dividida tras la muerte de Ruiz Zorrilla, y de los federalistas de Pi i Margall que   apoyaban  la autonomía e independencia de Cuba. Hubo, por primera vez, candidatos socialistas aunque no consiguieron escaño.

El COI, Comité Olímpico Internacional,  que había sido fundado en París el año anterior por iniciativa del barón de Coubertín, celebró en Atenas la inauguración de los  Primeros  Juegos Olímpicos de la Era Moderna, el 6 de abril de 1896.

El día 7 de junio, al paso de la Procesión del Corpus por las calles de Barcelona se produjo un atentado haciendo explotar unas cargas de dinamita que produjo un total de 12 muertos y cerca de 70 heridos. La represión policial, totalmente desorientada sobre el autor de los hechos,  fue  indiscriminada, empezando  a detener a anarquistas, dirigentes de sociedades obreras, sindicalistas, etc.  Internaron en el castillo de Montjuic a unos 400 sospechosos donde fueron cruelmente torturados. En diciembre se celebró el consejo de guerra que condenó a muerte 28 personas  y a otras 59 a cadena perpetua.

Las distintas apelaciones acabaron reduciendo las penas de muerte  a 5 y las de cadena perpetua a 63. Los condenados a cadena perpetua fueron deportados a África, a la colonia de Rio de Oro, y los condenados  a muerte fueron ejecutados, el 4 de mayo del año siguiente, en los fosos del castillo. El proceso de Montjuic  tuvo una enorme repercusión  nacional e internacional considerando las  pocas pruebas sobre las que se habían basado las condenas.  Se organizó una campaña contra el gobierno en la que destacó un joven periodista llamado Alejandro Lerroux.

Pocos días después del atentado, el gobierno presentaba en las Cortes un proyecto de Ley sobre: “Represión de delitos contra las personas y las cosas que se cometan o intenten cometer por medios de explosivos o materiales inflamables”. La Ley iba contra las asociaciones anarquistas, colocaba bajo la jurisdicción de guerra los delitos  que tipificaba y sancionaba con pena de muerte a los autores y cómplices. La venganza anarquista no tardaría en llegar con un atentado contra el Presidente del Consejo de Ministros en agosto de 1897.

Esta era la situación del País, con una guerra en Cuba y con terrorismo anarquista en la península, cuando, en agosto de 1896, se iniciaba una sublevación independentista en el archipiélago de  Filipinas encabezada por el Katipunan, la organización nacionalista creada cuatro años antes.

La conspiración se inició siendo Capitán General de Filipinas el general Ramón Blanco y Erenas. Comenzó en la provincia de Manila, donde fue sofocada, y continuó con la provincia de Cavite donde no pudo ser reprimida. Ante la virulencia y extensión de la guerra, Blanco pidió refuerzos a Cánovas y decretó el estado de guerra. Se enviaron 5.500 soldados de refuerzo.

Los rebeldes, mandados por Emilio Aguinaldo, continuaron la guerra e hizo necesario el envió de  nuevos refuerzos desde la península. Los miembros del Katipunan fundaron la República del Kakarong, en la localidad de Kakarong de Sili en la isla de Luzón donde habían constituido  una autentica fortaleza que fue destruida por las fuerzas españolas. La guerrilla, mal armada, peor organizada y dividida, era incapaz de liberar el archipiélago, pero los españoles tampoco conseguían imponerse de una manera  definitiva, eran pocos y casi dos tercios de los 17.000 hombres de la guarnición eran nativos. Las tropas indígenas empezaron a desertar, Blanco fue acusado de debilidad y la jerarquía católica solicitó su relevo.

A mediados de diciembre de 1896, el Capitán General fue relevado de su cargo, nombrándose en su lugar al general Camilo Gracia de Polavieja.  Este llegó al archipiélago con otros 20.000 hombres de refuerzo. Bajo su mando, la guerra se endureció al recurrir a métodos parecidos a los usados en Cuba por el general Weyler. Con un ejército de unos 50.000 hombres, la mitad españoles,  atrajo a voluntarios indígenas de raza distinta a la tagala. Con objeto de consolidar el terreno ganado en combate a la insurrección, solicitó un nuevo refuerzo de 25.000 hombres que le fue negado por el Gobierno. Polavieja solicitó regresar a la península alegando que padecía paludismo. El 30 de diciembre fue ejecutado el patriota filipino José Rizal, acusado de traición.

Durante 1897, la unión catalanista modificó sus estatutos y se le unieron nuevas agrupaciones y asociaciones. La dirección estaba dividida en dos sectores: uno alrededor del periódico La Renaixença y el otro, más político, encabezado por Enric Prat de la Riba.

En abril de 1897, ante la situación que la imposibilidad de obtener una victoria rápida, el general Polavieja fue relevado en la Capitanía General del archipiélago Filipino por el general Fernando Primo de Rivera. A su llegada, Primo de Rivera observó el gran apoyo que la población civil prestaba a los insurrectos. Comprometido con Cánovas a no solicitar refuerzos se preocupó de mejorar las condiciones de vida de las tropas y a mejorar su eficacia.

Emilio Aguinaldo, refugiado en la sierra de Niak-na-Bató, estableció el Gobierno Republicano de Filipinas a finales de mayo de 1897. El impulso dado a la guerra con el nuevo Capitán General y las divisiones internas de los rebeldes entre los partidarios de Andrés Bonifacio y de Emilio Agunaldo, permitieron a las tropas españolas recuperar plazas en la provincia de Cavite. No obstante, el Capitán General comprendió que era necesario negociar.

Entre tanto, la buena marcha de las operaciones en la isla, permitió suspender los embarques de refuerzos para la isla de Cuba hasta, en la primavera de 1898, las relaciones con Estados Unidos obligaron a enviar otros 16.000 hombres más.

Cuando el conflicto  en Cuba parecía encarrilado, se produjo el atentado contra el Presidente del Consejo que la causó la muerte. Si Cánovas no hubiese sido asesinado, es muy probable que Weyler hubiera acabado con la insurrección.

La política de Cánovas había sido la de contención frente a las potencias emergentes (EE UU y Alemania). La flota española no se había recuperado de la batalla de Trafalgar, la guerra de la Independencia, la corrupción de Fernando VII y la desidia de los gobiernos posteriores. Los pequeños intentos de recuperación de navíos, medios y técnica constructiva de los años sesenta del siglo con la compra y construcción de las fragatas blindadas tipo Numancia, Vitoria, etc.,  no llegaron a más dada los  recurrentes problemas financieros  de la Hacienda española que impedían  construir y mantener una flota moderna  con el número suficiente de unidades necesarias para salvaguardar las extensas, y distantes colonias, españolas de finales de siglo.

Hay que pensar que las colonias del mar Caribe distaban de la Península más  de 7.500 km y  las Islas Filipinas  unos 11.600 km. Además de estas   colonias principales, España poseía  en el Océano Pacífico el archipiélago de las islas  Marianas, donde se incluía la isla de Guam,  de las Carolinas y de las Palaos, y en África las ciudades del norte de Marruecos, las posesiones del golfo de Guinea, las Islas  Canarias y el territorio de Rio de Oro.  Las colonias del Pacifico y del Caribe había que defenderlas contra las ansias de expansión de EEUU y de Alemania, y eso solo se podía hacer con una Armada muy potente, Armada que España no tenía y  que tampoco disponía de la potencia económica necesaria para construirla.

Cánovas estaba descansado en el balneario de Santa Águeda, perteneciente al municipio de Mondragón, en Guipúzcoa, cuando el anarquista Michele Anguiolillo le disparó tres tiros a quemarropa causándole la muerte de manera fulminante el 8 de agosto de 1897.

El anarquista era italiano y estaba inscrito en el establecimiento como un corresponsal de un periódico de esa nacionalidad. El asesino fue inducido y por financiado por independentistas cubanos y actuó, según declararía al ser detenido,  en venganza por las muertes de los anarquistas ejecutados en Barcelona  como culpables del atentado de la procesión del Corpus, en junio del año anterior.

Cánovas fue enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de la basílica de Atocha en Madrid. En 1901, el Rey Alfonso XIII concedió a su viuda el título de Duquesa de Cánovas del Castillo.

Ante la muerte de Cánovas fue nombrado Presidente Provisional del Consejo de Ministros el ministro de la Guerra del gobierno de Cánovas,  Marcelo Azcárraga Palmero

 

Marcelo Azcárraga Palmero (en la foto)

Marcelo Azcárraga Palmero, filipino hijo de un general español y de una nativa filipina, nació en Manila en 1832 y murió en Madrid a los 83 años, en 1915. Militar y político miembro del partido conservador, fue Ministro de la Guerra  en los gobiernos de Cánovas durante la Regencia y Presidente del Consejo de Ministros tres veces, dos nombrado por la Reina Regente y otro por el Rey Alfonso XIII.

Estudió derecho en la Universidad de Santo Tomás  en Manila, posteriormente ingresó en la Escuela de Náutica y en la Academia Militar.  Participó  en las expediciones  a Méjico con el General Prim (1861- 1862) y a  Santo Domingo (1864-1865). Estuvo en la conspiración que destronó a la Reina Isabel II y fue Subsecretario de la Guerra durante el reinado de Amadeo I. Dimitido durante la República. Combatiente en la Tercera Guerra Carlista, estuvo en la proclamación como Rey de Alfonso XII como Jefe de Estado Mayor del Ejército de Martínez Campos.

Fue nombrado Presidente provisional del Consejo de Ministros el día 8 de agosto de 1897, el mismo día de  la muerte de Cánovas. Su mandato fue breve, hasta el día 4 de octubre cuando dimitió y fue nombrado Sagasta en su puesto.

Fue un gobierno de transición. Mantuvo el mismo gabinete del último gobierno de Cánovas, uniendo a la Presidencia el Ministerio de la Guerra.

Las dos guerras continuaban con distinta intensidad y con muy diferente número de bajas. En Cuba murió el treinta por ciento del contingente enviado mientras que en Filipinas unos 200 en combate y otros 3.000 por enfermedad.

Los riesgos de muerte de los soldados españoles   no eran las armas de los rebeldes, era el clima, la falta de higiene y la penuria de medios sanitarios. Durante la estación húmeda de 1897, casi la mitad de los soldados españoles en Cuba  enfermaron, se sobrepasaron los medios sanitarios disponibles y muchos tuvieron que ser evacuados a España. La dureza del terreno, la vegetación fragosa y  la agobiante humedad tenían efectos letales para la moral de las tropas.

 

Joaquín de la Santa Cinta, Ingeniero aeronáutico, economista e historiador

TagsAntonio Cánovas del CastilloHistoria de EspañaHistoria del Siglo XIXMarcelo Azcárraga Palmero
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