Padre nuestro que estás en los cielos
No, este no es un llamamiento a rezar. Pero creemos que quien inventó aquella oración que aprendimos de pequeños debió de sufrir una experiencia similar a la de un niño anónimo que ha escrito una carta a su papá que “está en el cielo”.
La historia es tremebunda y dolorosamente emotiva. Según nos narran en la página 20 minutos.es, un escocés llamado Stewart McColl, contó al diario británico The Telegraph, haber encontrado en un campo una carta atada a un globo de helio.
“Hola papá. Te escribo para decirte que te extraño y contarte novedades. Seguro que sabes que estoy en servicios sociales porque mamá está enferma y mi oído está taponado desde el lunes, pero quiero volver al colegio. Sé que estás ahí arriba en el cielo, pero ¿estás a salvo?”
(El autor de estas líneas pide perdón por si se encuentra alguna incoherencia en el texto, pero no me resulta posible escribirlo todo seguido sin hacer mil pausas).
Hasta ahí bien. Pero a partir de ese punto vienen los deseos más difíciles de complacer: “Quiero que tú, papá, pongas debajo de mi almohada una carta que hayas escrito” Y, como era inevitable, su lista incluye “Unas botas, el nuevo balón de la Premier League, una equipación del Real Madrid y un Cubo de Rubik”. Nada menos. Porque como todos los chavales, no se conforma con cualquier cosa, así se les explique que debido a la crisis Santa Claus, Papa Nöel o los Reyes Magos andan más escasos de recursos que antaño. Pero en fin, esa inconsciencia no deja de ser parte de su inocencia… Y además deberíamos de agradecerles cómo los peques nos han hecho aguzar la imaginación para contarles el porqué de algunas de esas escaseces.
Afortunadamente, el caballero que ha hallado la carta ha anunciado que él será quien se encargue de regalarle al chico su pedido celestial. Y seguramente no será el único, porque, pese a la indudable desgracia de esta criatura, la historia se ha viralizado y ya han empezado a llegarle ofertas de otras almas generosas. Algo que me produce no sé si más tristeza que indignación o viceversa porque es una suerte con la que infinidad de niños en el mundo no contarán. Lamentable porque en este mundo de hoy si no estás en las Redes, no existes. Y si eres pobre, estarás en cualquier infierno de los muchos que hay por el mundo, pero desde luego en ninguna red.
A primera vista se diría que el tema que he elegido hoy no es muy navideño… pero vaya si lo es. Y bien lo saben todas aquellas personas que han (hemos) perdido a uno o más seres queridos, y más aún si coincidió con estas fechas. Nadie desde luego coloca en la Navidad una silla vacía en el lugar que solían ocupar él o ella en la cena o la comida familiar de estos días. Pero el espacio que ocuparon se siente irremediablemente vacío. Un vacío que nunca se llenará. Una herida que ciertamente se cerrara con el tiempo pero siempre dejando una cicatriz que cada 25 de diciembre dolerá como una astilla clavada en el mismísimo corazón.
Casi en el momento de escribir estas líneas me llegaba el testimonio de una persona muy cercana cuya madre murió hace escasos días. Según me contaba, una sobrinita suya escribía al Viejo Pascuero chileno, -el equivalente a Santa Claus u otros míticos personajes de los demás países- una carta casi tan breve como la de nuestro protagonista de hoy, pero que igualmente nos dificulta contener las lágrimas. “No quiero nada para esta Pascua -dice la niña- sólo quiero que mi abuelita que se murió esté bien y cuidada por su papá y su mamá. Gracias”.
Gracias a vosotros, niños anónimos o conocidos. Gracias porque, aunque los psicólogos denominen “Síndrome de Peter Pan” a la persona inmadura que se niega a asumir las responsabilidades de un adulto, quién de nosotros no ha soñado alguna vez con volver a ser niños y disfrutar del arco iris maravilloso que adornaba la edad infantil. Sí, porque pese a todos los dolores del mundo, que para los mayores raramente tienen consuelo, ellos lo contrarrestan con esa preciosa inocencia que nos hace amarlos tanto y con tanta intensidad.
“Que mi abuelita que se murió esté bien”, dice la peque. “Quiero que tú, papá, pongas debajo de mi almohada una carta que hayas escrito”, dice el niño del globo.
Pues la verdad es que no tenemos ni puñetera idea de cómo sucederá. Pero que esos sentidos mensajes infantiles llegarán a su destino, cualquiera que sea éste, es seguro. Y si hay alguien por ahí que tenga oídos, ya sea Dios, los ángeles, los extraterrestres o los viajeros interdimensionales o temporales, pues que oiga esa llamada y haga algo. Nosotros -y creo hablar en nombre de todos- se lo agradeceríamos un montón. El globo de gas falló pero seguro que la súplica llegará al cielo, así sea al cielo de los bytes.
“Adiós, papá. Te quiero”, acaba diciendo la carta.
Y nosotros a vosotros.
Tanto, tanto…
Abelardo Hernández
Qué hermoso mensaje el que nos dejan esos niños! Mantener una cuota de inocencia e ilusión quizás es el mayor truco que podemos emplear para sortear los dolores y los zarpazos que trae la vida junto con las alegrías, pues unas están irremediablemente unidas a las otras. Hace bien leer cosas como estas pues nos recuerda que algunas vez fuimos niños y si buscamos en nuestro interior, quizás logremos encontrar la hebra que nos permita rescatar algo de esa inocencia e ilusión. Gracias, muy lindas palabras!
Muchas gracias por su participación. Saludos