Secretarios de Estado de Carlos IV. Pedro Cevallos Guerra (II) Trafalgar
En marzo de 1802, en Amiens, se llegó a la paz entre la Segunda Coalición, formada por Inglaterra y sus aliados, y Francia con los suyos.
El tratado de paz se convirtió en una negociación entre Francia y Gran Bretaña a costa de España. En las conversaciones se le asignaba a España el mismo nivel que a la República de Bátava.
Por tratado, Francia devolverá Egipto a Turquía, Los Estados Pontificios al Papa y Nápoles a la dinastía Borbón. España entregaba Trinidad a Inglaterra y recuperaba Menorca de forma definitiva. La entrega de Trinidad y de una isla cercana a la costa venezolana hacía imposible el control del contrabando y de los corsarios ingleses en la zona.
La paz fue beneficiosa para España al permitir la llegada de una flota de Indias con plata americana.
El tratado duró muy poco, un año después, en mayo de 1803, Inglaterra formó la Tercera Coalición con Austria, Rusia, Nápoles y Suecia contra Francia.
Napoleón exigió a España la ayuda militar que se establecía en el Tratado de San Ildefonso: barcos y soldados. El Gobierno español no estaba en condiciones de hacerlo, por lo que decidió cambiar el apoyo militar por dinero acabando así con la esperanza de enderezar la Hacienda y salir de la ruina.
El acuerdo se plasmó en el Tratado de Suministro firmado en París el 19 de octubre de 1803. Obligaba a España, a cambio de la neutralidad, a entregar a Francia 6 millones de libras anuales.
El tratado se vendió por el gobierno como un gran éxito que evitaba a los españoles ir a la guerra.
El acuerdo impidió salir de la ruina, a pesar de la llegada de la flota con la plata americana.
Los pagos anuales suponían la cuarta parte del presupuesto anual del Estado, que llevaba más de 10 años en quiebra. Como no se podía pagar, Napoleón firmó un crédito que endosó a España por lo que, además del principal de la deuda, había que pagar los intereses. Llevaba a España a la ruina general y a la rebelión de las colonias.
Gran Bretaña, por otra parte, nunca aceptó que España fuese neutral solo porque no aportaba soldados o barcos, siempre consideró beligerante a quien estaba sufragando la guerra de Napoleón.
El 5 de octubre de 1804, pese a que España era neutral, una flota inglesa atacó, en el Cabo de San Vicente, a cuatro fragatas españolas que transportaban 4,7 millones de pesos. El resultado fue la voladura de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes y el apresamiento de las otras tres que formaban la flota española.
Este hecho, típicamente de piratas ingleses, significó el fin de la paz entre ambas naciones. España declaró la guerra a Inglaterra el 12 de diciembre del mismo año. El 4 de enero de 1805 se formó una desgraciada alianza naval con Francia que nos llevaría a perder la flota ese mismo año. Para entonces Napoleón llevaba 5 meses como emperador de los franceses.
La nueva guerra significaba el cierre del Océano Atlántico a los barcos españoles y franceses.
La declaración de guerra eximía a España de los pagos pactados en el Tratado de Suministros pero, a cambio, ponía la flota española al servicio de Francia.
Para pagar la guerra España necesitaba obtener dinero de cualquier forma y por cualquier medio, de América, de la Iglesia, de las fundaciones, etc. La recaudación fue escasa, los que tenían que pagar pusieron toda la resistencia que pudieron, falsearon datos, etc. La irritación americana y su debilitamiento económico fue la causa de que se empezara a hablar de independencia.
Se abolieron los señoríos eclesiásticos. El Papa autorizó la venta de fincas de la Iglesia a favor del Estado hasta un séptimo del total de sus tierras.
En América, la Iglesia que era un gran prestamista, obligó a sus deudores a devolver los préstamos. Desapareció el crédito con las consiguientes desapariciones de empresas endeudadas. El odio a lo español crecía y la Iglesia dejó de ser española para convertirse en americana.
Estábamos ante la segunda desamortización del reinado de Carlos IV.
Napoleón quería invadir Gran Bretaña y proyectó un plan de ataque de la flota conjunta. El plan consistía en que la flota zarparía con rumbo hacia América para atacar alguna de las posesiones inglesas, una vez atraída la flota inglesa hacia los puntos atacados, la escuadra conjunta volvería rápidamente al Canal de la Mancha donde embarcarían tropas francesas que invadirían Gran Bretaña.
Así, la flota conjunta se dirigió a la isla de La Martinica. La escuadra inglesa, al mando del almirante Horacio Nelson, la siguió pero, al no encontrarla decidió volverse a Inglaterra.
La Armada conjunta navegaba más lenta que la enemiga, por lo que al volver a Europa, se encontró con la sorpresa de que los británicos los estaban esperando a la altura del cabo Finisterre.
La travesía había sido muy accidentada y dura, hasta el punto que el Almirante Gravina la consideraba la más difícil de su vida. La escuadra llegó, el 9 de junio de 1805, a Finisterre con los buques en malas condiciones, con las tripulaciones cansadas y con escasez de vieres. Los vientos del noreste le impidieron entrar en el golfo de Vizcaya hasta el día 22. Se encontraron con los buques británicos, mandados por el Almirante Robert Calder, que venía de levantar el bloqueo de los puertos del Ferrol y Rochefort.
En el combate participaron por la escuadra combinada, 6 navíos españoles al mando del Teniente General Gravina, 14 navíos franceses al mando del Almirante Villeneuve, jefe de la flota combinada, más 7 fragatas y por la escuadra inglesa 15 navíos más 2 fragatas.
La batalla empezó a media tarde, con las 2 escuadras en líneas paralelas. Los 6 barcos españoles iban en vanguardia y fueron los que soportaron realmente el combate de los franceses. De los barcos franceses, 4 no entraron en combate y de los 10 restantes sólo se distinguieron 3, el resto apenas participó.
El combate se terminó por falta de luz con la idea de continuar al día siguiente.
Los españoles perdieron 2 navíos. Rendidos al enemigo después de un combate feroz, tuvieron 149 muertos, 327 heridos y 1.200 prisioneros entre los que se encontraban soldados de los regimientos de desembarco que deberían participar en el ataque previsto a Inglaterra.
Los franceses, que apenas combatieron, tuvieron 41 muertos y 158 heridos. Por el contrario la flota inglesa tuvo 39 muertos y 159 heridos.
Al día siguiente las armadas se encontraban separadas. El Almirante Calder no estaba dispuesto a un nuevo ataque de la flota combinada, por lo que partió hacia el norte con sus 2 presas.
Villeneuve, con una fuerza superior a la enemiga, tampoco decidió atacar y puso rumbo a La Coruña. En este puerto, recibió órdenes de Napoleón de dirigirse al Canal de la Mancha, alcanzar a los puertos de Brest y Boulogne y embarcar las tropas de invasión.
Pero en lugar de ello, después de dejar los buques más dañados y los heridos en Vigo, el día 27, levó velas para Cádiz donde llegaron el 21 de agosto.
El comportamiento de los franceses en el combate había decepcionado profundamente a los españoles, por lo que en las siguientes batallas de la flota conjunta nunca más se combatió como en Finisterre, los navíos separados por naciones, sino que se mezclaron en la línea de combate alternando posiciones.
El Almirante Calder fue juzgado en consejo de guerra y sentenciado por rehuir el combate en el segundo día. Nunca más sirvió a bordo en la flota inglesa.
Villeneuve hizo cambiar los planes de invasión de Napoleón y fue muy criticado por éste.
La escuadra combinada quedó bloqueada en Cádiz. En septiembre, Napoleón ordenó a Villeneuve navegar a Nápoles para despejar el Mediterráneo de buques británicos, pero éste desobedeció la orden permaneciendo en puerto.
A mediados de octubre, conociendo las intenciones del Emperador de sustituirle y reclamarlo en Paris para pedirle cuentas, se adelantó a la llegada de su reemplazo, el Almirante Rosilly, y partió de Cádiz con la escuadra combinada.
Estaba compuesta por 18 navíos franceses, mandados por Villeneuve, que a su vez, era el Almirante Jefe de la Flota conjunta, y 15 españoles mandados por el Teniente General Francisco Gravina, con unos 27.000 hombres embarcados.
La flota enemiga, mandada por el Almirante Horacio Nelson, estaba formada por 27 navíos, 4 fragatas y unos 18.000 hombres.
La Armada española no embarcaba suficiente cantidad de tripulantes, la fiebre amarilla sufrida durante los tres años anteriores en Andalucía hizo que los marineros tuvieran que ser reclutados apresuradamente, de diversos orígenes, mendigos, campesinos, soldados de infantería e incluso reclusos liberados.
Además, el estado de los buques era lamentable por falta de dinero para su mantenimiento e incluso para pagar las tripulaciones debido al estado en el que se encontraban las finanzas del Estado.
La modernización de la Armada era una necesidad perentoria. No se encontraba en condiciones de sostener un combate con otras armadas más modernas.
Este estado de cosas hizo que, en los consejos de guerra previos a la salida, los españoles propusieran mantener la escuadra en puerto durante el invierno y así la Armada británica se desgastaría manteniendo el bloqueo.
La insistencia y las presiones francesas en salir fueron determinantes en hacerlo. Se avecinaba un temporal, que dificultó sobremanera a los buques sobrevivientes recogerse en Cádiz después de la batalla.
La Marina Imperial francesa era considerada la segunda en importancia de la época. Los barcos eran nuevos y potentes pero con un cuerpo de oficiales sin experiencia, sin capacidad de lucha, como consecuencia de las purgas de oficiales durante la Revolución francesa. Las tripulaciones carecían de experiencia naval por estar integradas por muchos soldados del ejército de tierra.
La Armada británica estaba compuesta por buques modernos y con una tripulación formada por personal profesional con amplia experiencia en combate. A pesar de presentar menos buques que la combinada, su capacidad de maniobra y su cadencia de tiro, la hacían insuperable para los navíos de las otras dos naciones. Además estaba mandada por Horacio Nelson, un almirante que se había convertido en una leyenda por sus victorias.
La batalla tuvo lugar el 21 de octubre a la altura del cabo Trafalgar. Empezó hacia medio día y finalizó sobre las seis y media de la tarde con la completa derrota de la escuadra combinada.
España perdió 10 navíos entre hundidos, quemados, naufragados, varados y capturados por el enemigo. Volvieron a puerto 5, de los cuales, 4 fueron huidos después del combate y 1 recapturado después de haber sido apresado por el enemigo. Tuvo 1.022 muertos, 1.383 heridos y alrededor de 2.500 prisioneros del total de los 12.000 españoles que participaron en la batalla. Entre los muertos se encontraban la flor y nata de los oficiales españoles, Cosme Damián Churruca, Luis Pérez del Camino Llarena, Dionisio Alcalá Galiano, Francisco Alcedo Bustamante y Federico Gravina y Napoli que moriría días después a causa de las heridas recibidas en la batalla.
El combate no significó la destrucción de la Armada española. De los 15 navíos que combatieron, fueron 7 los perdidos, y la flota española contaba con 45 navíos de tres puentes que acabaron pudriéndose en los puertos españoles durante la Guerra de la Independencia.
Francia perdió 11 de sus barcos entre hundidos, capturados y volados. Volvieron a puerto 8 huidos del combate y 1 recapturado al enemigo. Además, tuvieron 2.218 muertos, 1.155 heridos y unos 500 prisioneros. Solo un tercio de los 15.000 hombres franceses participantes en el combate volvió a Francia. Villanueva fue capturado y enviado a Inglaterra donde fue puesto en libertad bajo palabra.
Dos semanas después, los buques franceses supervivientes fueron nuevamente derrotados por los británicos, en el combate de Cabo Ortegal, donde fueron capturaron otros 4 navíos. La Armada francesa quedó reducida a los 5 buques que quedaban bloqueados en Cádiz.
Reino Unido perdió 499 muertos y 1.241 heridos, pero esta victoria le permitió controlar todos los mares durante todo el siglo XIX. Entre los muertos estaba Nelson y trece de sus mejores oficiales.
Las consecuencias para España fueron desastrosas. La flota no fue capaz de mantener el tráfico comercial y militar entre las dos orillas del Atlántico lo que, unido a la invasión de 1808, facilitó el éxito de los insurgentes americanos a partir de 1810. Después de la derrota España dejó de tener valor militar para Napoleón.
Poco después, en junio de 1806, Gran Bretaña volvió una vez más a intentar acabar con el imperio español con un ataque a Montevideo y Buenos Aires, que gracias a la buena defensa del Virrey, Santiago de Liniers, fue abortado por dos veces.
Tras la derrota de Trafalgar, la situación de Godoy se fue complicando, tanto en el frente interior como en el exterior.
Joaquín de la Santa Cinta, ingeniero aeronáutico, economista e historiador