No seas idiota o permitas que te tomen por idiota: la marihuana es mala para la salud. Punto. Que no te engañen. Un artículo del doctor Juan José Granizo

Para una generación – la mía – el cannabis (marihuana) se convirtió en sinónimo de recreo. Pero los que en los años 80 estudiábamos medicina, cuando se empezó a extender su uso en España, solo vimos de él lo que nos pasaba por urgencias y tenemos una visión poco idílica.
El cannabis es una planta, una variedad de cáñamo originario de la India, desde donde se ha extendido a todo al mundo por plantación. Aunque esa es la denominación más académica, solo en España hay más de 200 nombres para referirse a ella, a sus partes o derivados.
La «droga» se concentra en las flores, principalmente, aunque también se puede encontrar en los tallos, hojas y semillas.
Lo que llamamos marihuana es una mezcla de hojas secas, flores y tallos. El hachís es una resina extraída del cáñamo por prensado y secado de las flores.
Hay más de 400 sustancias químicas en la marihuana o el hachís. El compuesto químico que causa intoxicación o el “viaje” se denomina THC (tetrahidrocannabinol). El THC es el principal responsable de los efectos que alteran la mente y que clasifican a la marihuana como una “droga”.
Por tanto, el THC es tan natural como puede serlo la cicuta y tiene la misma utilidad biológica: evitar que la planta se convierta en el alimento de algún animal provocando en él una reacción adversa. Que los humanos consideren esa reacción adversa como recreo, dice poco de nuestra especie.
El THC no tiene ningún efecto terapéutico aprovechable para la salud de una manera razonable. Además de las alteraciones de comportamiento inmediatas al consumo, los estudios comprueban que los fumadores de cannabis tienen más problemas de memoria y aptitud mental que los no fumadores. Los efectos son más graves cuanto más joven es el usuario y como se está demostrando recientemente, en menores de 25 años, afecta de manera irreversible al funcionamiento del cerebro en áreas como la emoción, la motivación y la toma de decisiones. El consumo de esta droga puede desencadenar brotes psicóticos en personas previamente sanas.
Además, el humo del cannabis es mucho más lesivo para los pulmones que el humo del tabaco (se calcula fumar un porro aumenta el riesgo de cáncer de pulmón 5 veces más que el tabaco) y deprime el sistema inmunitario.
Aunque la imagen de esta droga es que resulta poco adictiva, lo cierto es que si lo es y además aumenta el riesgo de adicción a otras sustancias.
Hace años se observó que el uso de cannabis abría el apetito, además de modular el dolor y reducir las nauseas. Algunos pacientes oncológicos encontraron en estos tres efectos una relativa ayuda para llevar su enfermedad y tolerar mejor los efectos de la quimioterapia y de la experiencia de estos pacientes, trasladada a sus médicos, se ha empezado a hablar del uso «medicinal» del cannabis.
Dos problemas se presentaron a la comunidad científica responsable para investigar un posible aprovechamiento del cannabis: uno es legal y es que el tetrahidrocannabinol está considerado como una droga y por tanto, no se contempla la posibilidad de que pueda tener un efecto terapeútico lo que bloquea la experimentación en humanos.
El otro es puramente médico y es que las sustancias presentes en el cannabis natural presentan una abrumadura cantidad de efectos adversos y unas concentraciones poco controlables, por tanto, son lo más opuesto a un medicamento seguro.
De ahí que empezara una búsqueda moléculas parecidas que tuvieran un efecto beneficioso para un síntoma pero que estuvieran libres de los efectos perjudiciales, en especial los psicotrópicos, que tanto afectan al comportamiento.
La primera que se identificó fue el cannabidiol (CBD), una molécula natural del cannabis que no tiene los efectos de «droga» del tetrahidrocannabinol. Y desde ahí, la industria farmacéutica ha desarrollado nuevos principios activos, cada vez más seguros, eficaces y con un efecto específico.
A estas alturas, tenemos fármacos derivados del cannabis (denominados cannabiodes) eficaces para el tratamiento de las nauseas inducidas por la quimioterapia, para el tratamiento de la espasticidad (rigidez) muscular en la esclerosis múltiple, las lesiones de médula u otras enfermedades, para mejorar la analgesia, el tratamiento de la anorexia, la epilepsia, el glaucoma y el asma. Se está estudiando su uso como antidepresivo y como protector de las neuronas del cerebro en el ictus.
Es irreal y absurdo pensar que los médicos prescribirán porros a los pacientes. Cierta prensa irresponsable ve en estos usos medicinales una justificación para la legalización del cannabis. Como medicamento, es sencillamente, un tóxico. La relación riesgo – beneficio es claramente negativa.
Los medicamentos deben ser seguros y dirigidos contra un objetivo concreto: tratar las nauseas o el dolor. La epilepsia o el glaucoma. Pero no todo a la vez. Si en algo beneficia, en lo demás perjudica. Por otra parte, el uso de plantas, o sus partes, como medicamentos es poco controlable, ya que las dosis que recibiría el paciente serían impredecibles.
En un contexto donde se está luchando desesperadamente contra el abuso del tabaco y el alcohol, especialmente entre los más jóvenes, cualquier uso legal del cannabis, en mi opinión, supone un suicidio social.
Podemos extraer medicamentos de cosas tan letales como la toxina botulínica o el veneno de serpiente. Pero a nadie se le ocurría pensar que dejarse morder por una serpiente es beneficioso para salud. Salvo a un idiota.
Juan J. Granizo, Doctor en Medicina, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública