Crónica muy divertida del Pregón de Bertín Osborne hecha por una pozuelera que pasaba por allí. Un artículo de Isabel Bathory
No me gustan las multitudes así que no suelo acudir a lugares donde hay aglomeraciones de gente. No voy a conciertos, ni a estadios deportivos, y nunca acudo a una manifestación por muy justa que sea la reivindicación de sus organizadores. Me horrorizan las multitudes.
Digo todo esto porque nunca he estado en un acto de pregón de fiestas. Acto, por lo demás, que me parece hortera, anticuado y bastante chabacano. Sin embargo, el sábado, que tuve que acercarme a “Los Claveles” para recoger un centro de mesa, me encontré con que era el inicio de las fiestas de Pozuelo de Alarcón. Pasaban las peñas haciendo ruido y hasta la famosa Lira de Pozuelo, a la que he tenido el placer de ver en el Teatro Mira interpretando piezas serias, masacraba un pasacalles.
No sé como llegué con mi marido hasta donde se decía el pregón. Quizás porque no había mucha gente o quizás porque me dijo que estaba Bertín Osborne y me picara la curiosidad de ver a un señor que siempre ha estado como un tren. El caso es que llegamos hasta una plaza donde la gente miraba lo que sucedía en un balcón, este sí, absolutamente abarrotado. Pensé que la fiesta de verdad estaba arriba y que la gente debía subir allí, pero me explicaron que solo podían hacerlo los concejales, de lo que deduje que nuestro municipio tiene un concejal cada 20 habitantes, lo que bien podría explicar lo estupendamente atendido que lo tienen.
No conocía esta faceta alegre y ordinaria de Pozuelo, pero me resultó pintoresca. Una señora con pinta de arrancarse a cantar una jota cogió el micrófono. Pensé que sería algo así como la matrona de las peñas, pero resultó ser la alcaldesa. No la imaginaba así. La anterior tampoco era muy conocida por hacer gran cosa pero al menos tenía buena pinta, que es lo mínimo que se le supone a un lugar como Pozuelo. El caso es que la señora alcaldesa comenzó a hablar, dijo no sé que de mingas y de domingas, como si fuera Pablo Echenique, y luego dio la palabra a Bertín que, a pesar de la gracia que tiene, estuvo bastante lamentable.
“No sabía yo que Bertín era de Pozuelo”, le dije a mi marido. “No lo es. Da el pregón porque le han contratado”, me contestó -. Yo pensé, en mi ignorancia, que podían haberle pedido que se lo preparara un poco. No dije nada porque yo no sé de política, pero algo en mi interior me hacía dudar de la necesidad de pagar tantos impuestos municipales.
El caso es que Bertín, que no dijo nada, acabó, y la agreste pero simpática alcaldesa volvió a tomar la palabra, quizás porque consideró que había que alargar aquello un poco. Fue dejando el micrófono a un par de personas más y llegué a pensar que nos hablarían todos los que estaban en el balcón. Los 500.
Pero no. Gracias a Dios, aquello acabó pronto. Las peñas siguieron con su ruido y su mal gusto. El resto del público normal (mi marido y yo, y cuatro señores más) se fue dispersando. La miríada de personas que llenaban el balcón bajó de allí. La alcaldesa respiró tranquila como hacemos las mujeres cuando hemos superado un difícil trance o nos quitamos la faja. Bertín se escabulló. Y un hombre maduro que lo miraba todo con la pena que da el contemplar lo que podía ser y no es, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Sin embargo, yo, tres días después, y olvidada un poco la zafiedad del acto en sí, sigo maravillándome de la obra de arquitectura que supone el balcón de nuestro ayuntamiento. Mi marido, tan mal pensado siempre, dice que todas las obras municipales tienen su comisión. Pero, que quieren que les diga, a mi me parece que el hecho de que ese balcón no se cayera con tanta gente encima demuestra lo bien que se hacen las cosas en Pozuelo.
Isabel Bathory