Pongamos que hablo de la Comunidad de Madrid y de la política del “buen rollito” de Ciudadanos con la oposición de izquierdas. Cosas de ‘la nueva política’
Y tan contento que anda todo el mundo con el fin de las mayorías absolutas. Y a mí, así de entrada, también me parecía bien.
Hablar y negociar siempre es buena cosa. Además, nunca me gustó eso de la imposición y la arbitrariedad. Vamos, tanto es así que di con mis huesos en la tierra precisamente por pelear para que un francés soberbio y bajito no nos impusiese su gobierno por la fuerza.
De manera que, como les digo, no me gustan los rodillos ni los abusos, por mucha mayoría que invoquen quienes los aplican.
En mi corta vida nada me agradaba más que hablar con unos y con otros y arreglar los conflictos entre las vecinas y las bordadoras del barrio de Maravillas, ahora de Malasaña. Y digo yo que si hoy se llama así será porque alguna huella dejé entonces.
Pero a lo que vamos, yo también recibí con entusiasmo, decía, la era de eso que ahora llaman “la nueva política”. Esa donde se acabaron las mayorías que permitían hacer mangas y capirotes durante cuatro años a quienes ganaban las elecciones.
Esto, me dije, servirá para que negocien los unos con los otros, para que no tengan más remedio que contemplar todos los puntos de vista, para que busquen las mejores soluciones a los problemas de la gente, para conjugar intereses, para encontrar el consenso. Así, me dije, todos saldremos ganando.
Sin embargo empiezo a observar algunas conductas en “la nueva política” de los llamados también “nuevos” partidos que resultan francamente alarmantes.
Esos recién nacidos partidos políticos, alguno de ellos con una manifiesta carencia de ideología y con ínfulas de salvadores de la Patria, deciden apoyar a un gobierno y luego se dedican a votar sistemáticamente cualquier Ley que presente la oposición, dejando al gobierno que invistieron en la más absoluta indefensión.
Eso provoca que, de facto, se aprueben Leyes inasumibles para el gobierno que ha de llevarlas a cabo, ya sea ideológicamente o, lo que es aún peor, económicamente, ya que su puesta en marcha supone inevitablemente la modificación del presupuesto, que por cierto, también es una Ley.
O sea, que el gobierno de turno puede encontrarse con la “tostada” de tener que poner en marcha una Ley en contra de sus principios y de su presupuesto económico o, en caso contrario, incumplir un mandato del parlamento.
Y se preguntarán ustedes ¿y para qué hacen esto?, si les apoyaron en la investidura sería porque compartían, al menos, una visión general de cómo gobernar.
Si yo fuera bien pensada, podría creer que esas Leyes que aprueban son para ellos imprescindibles y forman parte irrenunciable de sus principios, pero les aseguro que en la mayoría de los casos no es así.
Esencialmente son Leyes propuestas por los oponentes acérrimos de quienes ganaron las elecciones. ¿Por qué respaldan entonces con Leyes a los que no apoyaron a la hora de formar un gobierno?
Pues miren, podría dar muchas vueltas y esbozar sesudas teorías, pero la verdad es que creo que lo hacen para resultar simpáticos.
Sí, sí, lo que oyen, para caer bien así, sin más. Lo he dicho ya en otras ocasiones, “la nueva política” tiene como pilar fundamental y esencia indeclinable una cosa: el buen rollito.
Es algo así como: “¡Jo!, venga, si a ti ya te voté en la investidura. Va, no te enfades, voy a votarles esta Ley y mañana hago unas declaraciones renovando el apoyo incondicional a tu gobierno para garantizar la estabilidad tan necesaria en este trance”
Da escalofrío ¿verdad? Pero sí, así es el estilo de “la nueva política”.
Esto, está llevando a algunos gobiernos a situaciones insostenibles o cuando menos a renunciar completamente a su programa electoral, gobernando de facto contra su propia ideología.
De hecho, paradójicamente, cada vez con más frecuencia, se aprueban más Leyes presentadas por la oposición que por los propios gobiernos en minoría. Y que quieren que les diga, a mí esto empieza a parecerme una situación disparatada, porque puede resultar que sean las políticas que quienes perdieron las elecciones las que se acaben implantando.
Y lo peor es que, las más de las veces, ni siquiera pretenden imponer sus programas ideológicos buscando caminos alternativos para conseguir lo que las urnas les negaron. Tampoco quieren poner en práctica sus políticas porque realmente piensen que son las mejores para los ciudadanos, no, no es eso.
Lo que está ocurriendo en realidad es que así bloquean la gestión de los gobiernos legítimamente elegidos, con el único fin de impedir la gobernabilidad. Y lo consiguen con el apoyo frívolo, insustancial e irresponsable de esos “nuevos” partidos.
Esto está sucediendo, con mucha más frecuencia de lo que la ciudadanía pueda percibir aún, en nuestros pueblos, nuestras ciudades y nuestras regiones y corremos el peligro de que también ocurra, en breve, en el Estado.
Así que, con la perspectiva que me dan los años de eternidad, déjenme que les diga que no sé si quedarme con esta “nueva política” de pacotilla o rezar para que vuelvan las mayorías.
Manuela Malasaña