El automovilista no es ciudadano, es un apestado

Una vez más voy a ser políticamente incorrecto. Sí, porque, en estos últimos tiempos, se ha puesto de moda cerrar al tráfico de automóviles espacios que se vuelven propiedad temporal de peatones, ciclistas y patinadores, siendo Madrid un buen ejemplo con los tímidos cortes de Gran Vía y Paseo del Prado que si San Cristóbal no media se extenderán progresivamente con el tiempo.
No vamos a poner en duda que de este modo se reduce la contaminación atmosférica en mucha mayor medida que con las prohibiciones de fumar, que es muy sano para el cuerpo y tal. Pero lo que sí me ha llamado la atención es cuando el Consistorio madrileño lanza de nuevo la conocida coplilla según la cual se trata de “devolver esos espacios a la ciudadanía”. Lo cual nos lleva a la lógica e inevitable conclusión de que los conductores de vehículos a motor no son ciudadanos. Ni siquiera todas aquellas personas que, además de bicicleta, posean un coche o moto. No se entiende cómo se autotitulan progresistas quienes siguen viendo el automóvil como un símbolo capitalista y burgués cuando, en realidad es el progreso de la sociedad el que ha permitido extender este privilegio incluso a una gran masa del proletariado. Y enhorabuena que así haya sido.
Pero está bien concederles prioridad a las mayorías sobre las minorías, ¿no? Esa es la esencia misma de la democracia. Es decir, que cifras en mano, si por la Gran Vía dicen que diariamente circulan 50.000 o 60.000 coches, es de suponer que pronto veamos circular por la castiza avenida madrileña no menos de 60.000 o 70.000 bicicletas.
Hoy mismo, domingo, cuando escribo estas líneas, vengo de dar un paseo familiar por la Casa de Campo, pulmón verde de la Capital donde hace muchos años se excavaron unas zanjas a ambos lados de las carreteras que por ella discurren con el razonable propósito de que los coches no se introdujeran por todas partes con el consiguiente perjuicio para la el arbolado y toda la vegetación. Por allí también atravesaban miles de vehículos diariamente que pronto vieron prohibida su circulación. Pues no me hallo en condiciones de elaborar una estadística, pero si he visto como máximo un centenar de bicis. Una vez más, las minorías que pueden comprarse y guardar una bici, triunfan sobre las mayorías que, desde luego no siempre utilizan el coche por vaguería o señoritismo, sino para ir y venir a la monótona pero necesaria tarea de trabajar para ganarse los garbanzos. Ah, se me olvidaba. Claro que pueden usar el transporte público y madrugar una hora más y a la vuelta prescindir de otra hora de descanso, para estar junto a los hijos o para tocarse las narices si así les apetece.
Por cierto, aprovecho el panfleto para pedir a todos los ciclistas que sean al menos tan respetuosos con los peatones como ellos exigen de los automovilistas. Hoy mismo he sentido verdaderos escalofríos cuando alguna bicicleta ha pasado cerca de mí a unas velocidades más propias del Tour o del Giro. Y más miedo aun viendo a padres o madres supuestamente responsables que llevan tras ellos a un bebé en su sillita.
No es broma. En 2013 los usuarios de las bicicletas se vieron implicados en 5.835 accidentes en los que fallecieron 69 ciclistas, 646 resultaron heridos graves y 4.779 leves. Así que mucho ojito colegas.
Pero bueno, menos mal que algún día los automovilistas de este país, que damos empleo a tantos trabajadores del sector automotriz y hemos contribuido a crear una de las primeras empresas exportadoras del país, tendremos el consuelo de ver cómo esas restricciones que se aplican a los vehículos, ya sea circulando o aparcando, traerán consigo alguna bajada de impuestos tanto en los precios de los coches o en los combustibles.
Y ya puestos, que nos devuelvan la ciudadanía, porfi.
Abelardo Henández