Entre todos la mataron y ella sola se murió
(08-04-14) He esperado unos días para comentar el incidente que protagonizó Esperanza Aguirre el jueves pasado porque en caliente podía caer en apasionamiento y, consecuentemente, en parcialidad. Con ella ocurren esas cosas. A mí mismo me ha pasado. En caliente se dijo tanto que no merecía la pena abundar. Sobre todo y extrañamente, por parte de la izquierda. La pasión y la intensidad con la que la izquierda abordó el tema fueron tan estruendosas como inútiles. Fue tan excesiva que, lejos de hacerle daño, casi la reivindican.
Esperanza cometió dos errores imperdonables en una política de su experiencia. Parar en lugar prohibido y huir desobedeciendo a la autoridad. ¿Por qué lo hizo? Solo ella lo sabe. Hay varias versiones y no hay más que entrar en las redes sociales para especular. Alguna de ellas, en cualquier caso, imposibles ya de comprobar. Aunque tal vez sería mejor decir que todas ya son imposibles de comprobar. Lo único cierto es que cualquiera de las versiones que quedan son comprensibles en un civil a esa hora del día pero imperdonables en una persona que se dedica a la cosa pública, aunque ahora se mantenga en ‘stand by’.
Esperanza Aguirre no debió hacerlo y ella lo sabe. Hasta el punto que le faltó tiempo para pedir perdón.
Pero si eso, al margen de la denuncia, no es más que un incidente civil de tantos como se producen sin mayor importancia, en el caso de Aguirre sí tendrá consecuencias políticas graves para ella. Sus enemigos políticos en el propio PP sacarán partido de él. Especialmente en la calle Génova, donde hay específicas ganas desde aquel Congreso del Partido en Valencia.
En política los errores personales no se perdonan. Se puede perdonar ser un mal político pero no se perdonan nunca los errores personales. Es así. Siempre es así aunque, al final, ‘parezca un accidente’ o dé la sensación de que se asciende al protagonista. La fría reacción de González y de Soraya es la prueba. Es verdad que no podían hacer otra cosa. Pero las cosas se pueden hacer y decir de muchas maneras.
El caso es que Esperanza Aguirre cometió un error y se ha vuelto vulnerable. Ya no tiene tanta fuerza. Ya no es intocable. Su absurda acción ha abierto un boquete en su ‘auctoritas’ por donde ha empezado a escaparse su prestigio a raudales y eso ha hecho que el tablero del poder en Madrid haya tomado un nuevo e imprevisible posicionamiento. De hecho, viviremos un año políticamente apasionante. Dicen en mi pueblo que ‘cuando falta el gato, hasta los ratones llevan cascabeles’.
Resulta paradójico que a Esperanza todos quisieran ‘matarla’ pero ha sido ella sola la que se ha muerto.