El Fantasma de don Agustín se queja, amargamente, de que el gran Pozuelo de Alarcón (al que envidiaban todas las ciudades del noroeste) ya no sea nada y ahora tengamos envidia de ellas
Esto que les voy a decir es, pensándolo bien, una especie de confesión pública.
Hacer frente a la realidad es duro. Me ha costado hacer examen de conciencia, pero al final lo he hecho. Y he de decir que he pecado.
Lo he hecho y estoy desolado. Si mi pecado hubiese sido el de lujuria, aunque no hubiese pasado de la fase de pensamiento, porque uno ya no está para más cosas, al menos se me habría alegrado algo mi triste pasar. Pero no ha sido eso.
Tampoco ha sido ni la avaricia, eso lo dejo para los vivos que nunca están satisfechos con lo que tienen.
No, lo mío ha sido, y es triste reconocerlo, la envidia.
No se bien como ha sido el proceso que me ha llevado a caer en ello. Aunque pensándolo bien no era algo tan difícil. Y, además, he de decir en mi descargo, que las circunstancias, todas las circunstancias, lo hacían casi inevitable.
Se suele decir que, entre todos los pecados capitales, la envidia es uno de los peores en los que se puede caer. Y, sin duda lo es, porque en vez de proporcionar placer al que lo comete, lo único que trae consigo es amargura y resentimiento, nunca algo de satisfacción.
Y así me encuentro ahora.
Solo me salva pensar que mi envidia encierra algo sano, porque no me duelen los triunfos ajenos, lo que me duelen son los males propios.
Durante un tiempo, no muy lejano, nuestra villa fue la vanguardia de la zona oeste. Todos los municipios que nos rodean nos tomaban como ejemplo. Éramos aquello que ellos querían llegar a ser algún día.
Pero, poco a poco, dejamos de tirar del carro. Creímos que ya lo teníamos todo y dejamos de tener iniciativa. Nos adocenamos y nos acostumbramos a vivir de las rentas como los viejos hidalgos.
Ahora ya no somos el ejemplo a imitar por nadie. Somos nosotros los que miramos a los demás y nos gustaría ser como ellos.
De ahí mi envidia, mi sana envidia.
Seguimos manteniendo eso tan manido de la renta per cápita y el bajo nivel de paro como referentes del municipio, cuando nada de eso se debe a la gestión municipal. Y en eso, en tan sólo eso, nos hemos quedado.
Ninguna idea ni ningún plan de futuro como ciudad, salvo, eso sí, eslóganes inventados como ese de “la ciudad a la que quieres llegar”. Aunque tal vez, para completarlo de una forma más veraz, les ha faltado decir: “que quieres llegar… para dormir”.
He confesado mi pecado, pero también he de hacer pública mi falta de arrepentimiento. Espero que mi absolución tenga lugar cuando deje de tener motivos para la envidia.
Don Agustín “el Fantasma del Torreón”