La fragilidad del anciano: Una enfermedad que, en un país envejecido como el nuestro, va a dar mucho que hablar más allá del tema sanitario. Un artículo del doctor Juan José Granizo
Hace unos días, la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena, se caía por segunda vez en pocas semanas.
Es algo que vemos todos los días en los hospitales y que me da pie para hablar de una idea que está cobrando progresiva fuerza en la medicina de los países occidentales en los inicios del siglo XXI: la fragilidad del anciano.
Frágil es, según la Real Academia Española, aquello que puede deteriorarse con facilidad.
En Medicina, entendemos por fragilidad (aplicado a los ancianos) una disminución de la reserva fisiológica que les sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad ante cualquier perturbación, con una alta probabilidad de sufrir discapacidad y dependencia tras esa perturbación.
Por tanto, entendemos por fragilidad esa situación en las que las personas están todavía bien, pero en las que cualquier evento inesperado, como una caída o una infección se traducen en ingresos, cirugías y complicaciones que no serían esperables en personas con una mejor reserva fisiológica o funcional.
Son organismos desgastados que se mantienen estables mientras no ocurre nada que los desequilibre.
Sin embargo, esta visión del anciano que se cae y que sufre tras la caída un perceptible cambio a peor en su capacidad no es siempre tan cierta.
Solo un 40 % de los ancianos sufren un episodio agudo que precipita su situación. En el 60 % restante, se trata de una pérdida lenta y progresiva de sus funcionalidades sin que se pueda señalar un momento claro que señale el declinar.
Es complicado calcular la prevalencia de este problema ya que su medición no resulta sencilla, pero podría oscilar entre un 5 y un 25 % de las personas mayores de 65 años.
El perfil típico del anciano frágil cumple varios de estos criterios: es una persona de 80 años o más, con un ingreso hospitalario reciente, con caídas de repetición, varias enfermedades (destacando aquellas que afectan a la movilidad (artrosis), las que alteran la visión, las cardiovasculares como el ictus, insuficiencia cardiaca o infarto y las que afectan a la esfera mental, siendo la depresión la más frecuente), suelen ser personas con problemas sociales (soledad, viudedad reciente), tomar 5 o más medicamentos y sufrir un mal estado nutricional.
Los médicos tienen disponibles algunas herramientas para identificar esta situación de fragilidad. Pero en muchas ocasiones son las familias las que detectan que los mayores empiezan a tener problemas.
Hay dos signos de alarma clásicos:
Uno de ellos es la pérdida de una funcionalidad, como por ejemplo, realizar alguna tarea de la casa, como dejar de hacer la compra porque no son capaces de llevar el peso.
Otro es la pérdida de movilidad: andar cada vez más lentamente o tardar más tiempo en levantarse de una silla. En personas que no tienen ascensor, la dificultad para subir los peldaños es un signo precoz de que algo no va bien.
La cuestión es que se puede hacer para prevenir esta situación de fragilidad.
La respuesta es simple: aumentar la actividad física. En los últimos años se está acumulando una abrumadora evidencia de que la actividad física es la mejor terapia para prevenir muchos de los males de los ancianos. Esta debe ser adaptada y supervisada a las capacidades de las personas mayores, pero es con mucho, la mejor prevención.
El otro pilar de la intervención es la alimentación. Debe ser correcta para evitar el sobrepeso y mantener una buena masa muscular y en caso de desnutrición debe ser reforzada.
Hay que tener en cuenta en muchas personas mayores, incluso cuando presentan un evidente sobrepeso, pueden tener deficiencia de varios nutrientes, como hierro, vitamina D, calcio o proteínas. Si es así, deben compensarse de manera adecuada a sus necesidades.
La pérdida de proteínas se traduce en una masa muscular escasa y débil, con la consiguiente pérdida de vitalidad.
Resulta obvio que hay que tratar las enfermedades de base que se puedan presentar y conciliar la medicación. Cuantos más medicamentos tome un anciano, más fácil es que se presenten interacciones entre ellos que potencien o anulen sus efectos, aumentado la probabilidad de que aparezcan reacciones adversas.
En un país envejecido como el nuestro, la fragilidad va a dar mucho que hablar.
Es un problema que requiere un abordaje amplio, que va más allá de la sanidad, ya que implica acciones y medidas como la realización del ejercicio físico que tienen mejor encaje en otros niveles asistenciales.
En los últimos años estamos viendo una gran cantidad de estudios e investigaciones para conocer mejor este problema, pero aún a costa de repetirme, todos corroboran que es el ejercicio físico la piedra angular de la prevención.
Hay que andar más para vivir más y mejores años.
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública