El mal uso y abuso de las urgencias: Esa terrible costumbre que gasta a la Sanidad Pública y desgasta a los profesionales sanitarios. Inutilmente. Un artículo del doctor Juan José Granizo
Me gusta llegar temprano a mi Hospital. En esa media hora que trascurre desde que entro por su puerta hasta el inicio oficial de la jornada a las 8 de la mañana, los compañeros salientes de la guardia me informan de las incidencias ocurridas desde el día anterior.
Las cosas normales: el aviso de un caso grave, enfermedades transmisibles, las anécdotas, a veces divertidas, de una tarde y una noche de trabajo en las urgencias de una gran ciudad.
Es un diálogo con caras cansadas y ojos cargados de sueño. Una guardia dentro de un hospital, por buena que sea, siempre es una mala noche. Y cuando se van acumulando los años, la factura es cada vez más gravosa.
Llegados a una edad y con unas cargas familiares, ya no hay dinero que compense una guardia. Pero va en el oficio. Sin embargo, lo que más desmotiva a los profesionales es atender casos que -verdadera y objetivamente- no son urgentes y que producen una intensa sensación de frustración y cansancio.
Y no solo quema laboralmente a los trabajadores: a todos nos sale extraordinariamente caro y hace perder un tiempo precioso que se podría necesitar en ver pacientes verdaderamente urgentes.
Les pongo ejemplos que son de todos los días:
Varón de 24 años, sano, que acude a urgencias de madrugada porque la tos no le deja dormir (el chaval es alérgico al polen).
Mujer de 43 años que acude a las 2 de la madrugada por dolor en una mama de dos años de evolución. El dolor ni ha aumentado, ni cambiado de calidad, es el mismo dolor intermitente de hace dos años ….
La prensa médica cuenta el caso de una madre que llevó a su hija de 8 años a urgencias porque se había chupado los dedos sucios.
La niña disfrutaba de sus juegos en un parque mientras se comía un helado que empezó a derretirse en los dedos. La criatura no tuvo otra ocurrencia que dar un magnífico chupetón a sus extremidades pringadas de helado y tierra. A saber que enfermedad ha cogido la nena, pensó la señora y se presentó con ella en las urgencias de un hospital.
Mi abuela, que ponía inyecciones, curaba heridas y atendía partos en una época en que no había ni médico, ni practicante a mano en Pozuelo habría resuelto ese problema de manera expeditiva… como la abuela de cualquiera de ustedes.
De mi época sevillana recuerdo esas urgencias casi vacías los días de la feria de Abril o de Semana Santa. Vacíos que todavía se ven en los grandes partidos de fútbol… señal de que no necesitaríamos tantas urgencias si las utilizáramos racionalmente.
Pero el abuso y mal uso de nuestro sistema sanitario, no acaba en urgencias. En algo menos del 10 % de las consultas externas, el paciente no acude a la cita. En la mayoría de los casos sin avisar con tiempo para citar a otro paciente. Esto también pasa con las operaciones programadas que, con cierta frecuencia, se suspenden por el mismo motivo.
No es raro que un paciente que acude a consultas no sepa a que viene (“vengo porque me han llamado”) y sea necesario recordarle el supuesto mal que figura en el parte de consulta. No les cuento anécdotas. Es el ABC de todos los días en los hospitales del sistema público.
Nuestra sanidad pública es una de las grandes cosas que ha hecho España en los últimos 75 años. Problemas tiene muchos y sus causas son complejas, pero por favor, no la maltraten más.
Porque si un mal día nos falla, la culpa va estar muy repartida.
Juan J. Granizo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública