Mini crónica de un mini homenaje a un mártir de España ante un mini grupo de pozueleros con una mini banda y un mini puñado de claveles en el suelo. Todo dando más pena que gloria

Me cuesta escribir la crónica del homenaje que el Ayuntamiento de Pozuelo le rindió a Miguel Ángel Blanco. Me cuesta. Soy muy sensible al tema. Desgraciadamente, tuve que vivir muchos atentados de los malnacidos y me cuesta ejercer la crítica en actos sobre sus víctimas. Y menos en el caso de Miguel Ángel Blanco al que considero un mártir de la democracia española. Pero la tengo que hacer. Es la vida. Espero saber distinguir el hecho del homenaje en sí de la patochada organizativa que nos sirvió la peor alcaldesa de Pozuelo de Alarcón de todos los tiempos. Ya con diferencia.
La ocurrencia de la alcaldesa Quislant de homenajear a Miguel Ángel Blanco, en un arrebato personal para reivindicar su figura, ya que se sentía herida ante la postura negacionista de la alcaldesa Carmena, resultó una nueva pantomima de esta señora. Una señora que aún no se ha enterado de que ser alcaldesa de Pozuelo de Alarcón es algo más que ir de arrebato en arrebato. Susana Pérez Quislant aún no se ha enterado de que la villa de Pozuelo no es el patio de su casa. O la segunda planta del Ayuntamiento, que también valdría. Y así le va. Y así nos va.
No es de recibo que, día sí día también, nos haga sentir vergüenza a los vecinos y contribuyentes de esta ciudad.
Yo estaba seguro de que el acto sería un desastre. Por viejo. Las cosas mal pensadas terminan estando mal hechas y ésta estuvo mal pensada. O mejor, ni se pensó. Y así es imposible.
No se puede decidir hacer un homenaje a un símbolo de la democracia española así porque sí. Para pasado mañana. Y solo porque yo soy la alcaldesa. Porque yo lo valgo. No se puede usar el nombre de Miguel Ángel Blanco en vano. Y menos, en nombre de Pozuelo. Y únicamente para demostrar ser más que nadie.
No era el día, no era la hora, no era el lugar, no se había anunciado, no se había producido… No había tiempo material para ello. Este homenaje a Miguel Ángel Blanco estaba condenado al fracaso… Y, claro, fracasó.
El acto no tuvo ninguna liturgia. Estaba pensado a estilo compadre. No tenía ningún magnificencia. Estaba improvisado. Menos mal que el locutor que mantenía el acto esta vez no era el concejal Carlos Ulecia o la concejala Mónica García Molina, que hubiera sido el acabose… Me dijeron que era el asesor Luís Pelegrina. Era igual. Aquello era un quiero y no puedo. O mejor, un no sé.
La cosa empezó, a las bravas, con un breve discurso de la alcaldesa Quislant (leído, menos mal) que parecía sacado de la wikipedia. Ni fu ni fa. Habló de lugares comunes y no nos emocionó. Nada. Era imposible. Aparte de que no se oía bien con el ruido de los coches que daban la vuelta en la rotonda.
Allí estuvimos 40 personas contando a los concejales (no todos), algunos asesores, seis músicos de la banda de La Ynseparable y algunos vecinos que pasaban por allí y que se paraban a curiosear qué era aquello.
También estuvo la jefa de la Policía Municipal de Pozuelo y la jefa de la Policía Nacional de Pozuelo. Sonia de uniforme. Estíbaliz vestida ya para irse de veraneo a la playa. O a la piscina. Pero, desde luego, no vestida para la ocasión. Todo olía a improvisación que tiraba para atrás. Oye, Estíbaliz pásate, anda…
La corona de laurel (no me quise acercar a ver si era de verdad o de plástico para evitarme una arritmia) se colgó de un gancho carnicero sujeto con cinta americana al poste que indica el nombre de la plaza. Penoso. Era un acto de la España profunda en la ciudad más rica de España.
Hubo un músico, uno solo, con un violonchelo tocando ‘El Canto de los pájaros’ de Pau Casals durante el minuto de silencio. Algo más visto, dicho sea de paso, que el TBO. Y luego seis músicos de la banda La Ynseparable, seis, tocaron el Himno Nacional de aquella manera. Hicieron lo que pudieron pero sonaron a pueblo. A Villar del Río. Ay, Berlanga. No era eso, no. Pozuelo es la ciudad de la música.
Pero la imagen más patética fue la de los claveles. Blancos y rojos que, uno a uno, los concejales, los asesores y los que pillaron alguno fueron dejando en el suelo, junto a la corona de laurel. En el suelo. Como si allí fuese donde asesinaron a Miguel Ángel. Una imagen penosa, insisto, pese a la cara de pompa y circunstancia que ponían todos.
Después, se acabó. Doce minutos y treinta y dos segundos de acto.
Una pena.
De vuelta al aparcamiento donde había dejado mi coche, me entraron ganas de llorar.
El Capitán Possuelo