Siete de Pozuelo por Burgos (I)
La agenda del día tenía muchas visitas anotadas. Así pues, decidimos extender un poco la jornada y quedamos para salir a las siete y media de la mañana. Una baja de última hora impidió llenar la furgoneta que nos llevaba, pero hizo que el número fuese el siete, el número de la totalidad y de esta manera siempre habría una mayoría, fenomenal. Y a las ocho en punto estábamos llegando a pueblos cercanos a Somosierra, a 90 km. de Madrid y la unanimidad decidió parar en el alto del puerto y tomar un refrigerio, porque ya desde aquí, iríamos a uña de caballo todo el día.
Enseguida que coronamos el puerto despedimos “a lo más granado de Pozuelo” y entramos en la provincia de Segovia, que como siempre, nos recibió de maravilla. Un pasito más adelante, un cartel anuncia que estamos en Burgos, “Caput Castelae” e iniciamos un ameno coloquio sobre nuestra primera visita. Dejamos Aranda de Duero, llegamos a Lerma y vemos en lontananza las agujas del Parador, ese palacio del Duque de Lerma, valido de Felipe III, el primero de los Austrias Menores, y es el momento, en el que concretamos que a la vuelta, la parada y visita era imprescindible.
El desvío en la Nacional I a Soria y Sarracín, por la N-234 es la señal de que ya estamos a las puertas de la ciudad y a los tres minutos, o diez, una mirada a la izquierda nos muestra las agujas de la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora. No obstante, y debido a la hora, decidimos visitar primero el monasterio cisterciense femenino de Las Huelgas Reales, realizado bajo el patronazgo de Alfonso VIII y su mujer Leonor de Plantagenet, de la planta genisa, el rey victorioso de la batalla de las Navas de Tolosa frente a los muslimes en 1212.
La calle empedrada y las casas de dos plantas, para mí, una de las más bonitas de Burgos, llevan tu mente a tiempos pasados. El muro de mampostería que cierra el monasterio, le trae a la memoria a Tomás el que vimos durante un viaje a tierras aragonesas, en el monasterio también del cister, de Santa María de Huerta en Soria y del que hablaremos en otra ocasión, y así nos lo dice al grupo. Efectivamente es de una traza muy similar. Por una puerta que presenta un arco ojival, accedemos a un patio con varias dependencias de posterior edificación y que ahora sirven, entre otras cosas, a una sala que te ofrece variados suvenires y la taquilla para obtener la entrada.
Una vez que estamos situados en la fila, y tras pasar por una reja, atrae nuestra mirada la potente torre almenada que, en principio, está alejada del ideal cisterciense que elimina cualquier símbolo de ostentación. ¡Y vaya que la torre ostenta! No obstante, pensamos que al ser de comitencia regia, ese detalle hay que demostrarlo y nada mejor que la mencionada torre para que el visitante, de aquellos tiempos, se diese cuenta del poder real.
Una guía de Patrimonio Nacional nos ofrece un recorrido bastante ameno y razonable, aunque eso sí, algo escaso de detalles cistercienses, que nos hubieran acercado algo más a ese espíritu de Bernardo de Claraval. No obstante, nosotros que somos ávidos interesados comentamos algunas cosillas más como, por ejemplo, que es llamado así porque allí iban los reyes a holgar, o la otra versión, porque allí estaban los pastos comunales o de huelga. Una vez que hemos pasado al interior, vemos la piedra desnuda y limpia que refleja el ideal del cister en la cabecera o en los brazos del crucero, y dejan ver una bóveda angevina que servirá de ejemplo en la catedral o en el pueblo de Olmillos de Sasamón, cuya iglesia de Santa María la Real es la segunda más grande de Burgos, después de la catedral, y con su imponente castillo hacen que el paso por la localidad sea muy interesante.
Un gran cuadro que representa la batalla de las Navas de Tolosa y una puerta cerrada sirve de tapón de la nave principal que junto con las laterales están convertidas en muestrario para la visita, a modo de museo. Allí vemos los sepulcros de don Fernando de la Cerda, llamado así por un mechón de pelo blanco duro como las cerdas de un cepillo, hijo primogénito de Alfonso X el Sabio, que murió antes que su padre y su heredero Alfonso de la Cerda, no logró reinar, entre otras cosas por la mala conciencia que tuvo que tener el rey Sabio, ya que invirtió mucho dinero en la búsqueda de la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, por su cercanía a la sociedad árabe y judía, y por el descuido de su reino castellano, que provocó que muchos nobles se inclinaran a favor de la rebelión que su hijo Sancho IV de Castilla, hizo frente al padre y frente a los derechos del infante Alfonso. Este sepulcro de don Fernando fue el único que los franceses en la Guerra de la Independencia, no saquearon. Allí también están presentes, entre numerosos ejemplares más, el de Enrique I de Castilla, el del citado Alfonso el Desheredado, también el de una hija de los reyes y cuyo nombre hoy nos parece original, Mafalda, y en la nave central el de los reyes fundadores del cenobio Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet, que curiosamente, fallecieron en el mismo mes de octubre de 1214. Teruel ya existía.
El claustro nuevo, en el que se observan yeserías en el techo con pavos reales y atauriques de clara influencia o ejecución musulmana, está cerrado para que los fríos burgaleses respeten la salud de las monjas de clausura. Allí encontramos una sala Capitular con el suelo elevado respecto al original, al igual que toda la iglesia, y donde los arranques de las columnas se observan mediante un resistente cristal, y con las bóvedas cerradas con lajas entre los nervios, resultando muy interesante de ver este remate constructivo. Allí encontramos algunos cuadros interesantes y de gran valor como el de la Virgen de la Misericordia, bajo cuyo manto azul protege a las religiosas, a la familia de los Reyes Católicos, aquí retratados, y por extensión a todos los hijos de Dios. Pasamos después al claustro románico llamado Las Claustrillas y este, es de una belleza cisterciense que seduce. Sobre un pequeño pódium, dobles columnas de
Las Claustrillas en el monasterio de Santa María de las Huelgas Reales, Burgos.
fuste liso sirven de apeo a capiteles todos ellos de motivos vegetales, y cada uno de ellos de terminación diferente. Los cimacios sin decoración, alguna y los arcos con un bocel sencillo y liso en los ángulos y rematados por una chambrana también lisa. Nada de excesos como vemos en cister, salvo los cuatro machones situados en el centro de cada panda que presentan alguna decoración de edificaciones almenadas sobre arcadas de fuste liso y capiteles de hoja cisterciense y algunas arpías sin rostro definido. La techumbre está terminada en madera y no abovedada, y el suelo, en un damero de piedrecitas que al pasar, se adentran en tus pies y te hacen recordar cuantas veces en el mundo tus pasos no son los acertados. Siempre hay un motivo para cada detalle.
Por último, pasamos a visitar al Cristo que nombra caballero, pues si el rey era el máximo mandatario y quien de forma jerárquica nombraba caballeros, él, aunque rey, también debería ser nombrado caballero. Y por encima de él, nadie salvo Cristo. Y así con su brazo articulado y con un operario detrás oculto, se nombraba caballero, no sin antes pasar la noche en vela y en oración. Y de ahí sale el dicho de que he pasado la noche en vela, esto es despierto. El acceso se hace por una puerta en ladrillo con arco de derrame califal, con capiteles compuestos islámicos que recuerdan a los de la ampliación de la Mezquita de Córdoba por al-Hakam II, en un fino y delicado ataurique, que apean sobre columnas de fuste de mármol, y es otra preciosidad.
Y para cuando terminamos la visita, el consenso hizo que nos fuésemos hacia el meollo de la ciudad.
(Continuará)
José Luis Ruiz