Siete de Pozuelo por Burgos (y III)
Al día siguiente, un buen desayuno era el anticipo del ajetreo que nos esperaba y salimos en dirección a nuestra primera visita matutina, en la Cartuja de Miraflores. Antes pasamos por el camping de Fuentes Blancas y su lugar de recreo con cafetería, restaurante y un amplio campo en el que los muchachos pueden jugar y los mayores preparar el refrigerio. Y para los atrevidos, un breve paseo les lleva a una zona en la que el río discurre despacio y han puesto arena simulando una playa, aunque sin muchas olas, pero donde el agua refresca mucho y bien en los días calurosos burgaleses, que también los hay y me consta. Fue el padre de Isabel la Católica el primer comitente y quien inició su construcción, como consta en los escudos heráldicos que dan acceso al templo. Fina recuerda al grupo el lema cartujo que le contaron siendo pequeña y que no ha olvidado, y que es una cruz sobre un círculo: es la cruz sobre el mundo y recuerda el lema de que la Cruz permanece de pie, mientras el mundo gira.
Isabel tomará esta tipología de iglesia para llevarla a San Juan de los Reyes y allí hacer su panteón real en Toledo, siendo de única nave y cabecera poligonal, con capillas en la nave del Evangelio y que realiza Simón de Colonia, como vimos anteriormente. Este tipo de iglesia simbolizará el reinado de los Reyes Católicos, sirviendo de planta para templos de nueva edificación o para la reforma de los construidos.
Pasamos por esos tres espacios cartujos bien definidos, hasta llegar al altar mayor, en el que nos quedamos prendados por el sepulcro en alabastro de Juan II e Isabel de Portugal, padres de la Católica y por la estatua orante de Alfonso, hermano de Isabel, a quien en la Farsa de Ávila le nombraron rey, aunque eso es otra historia, así como por el retablo que realizó Gil de Siloé. Las tallas son una delicia y de un trabajo que es cierto, que se parece al de los orfebres y plateros, y de ahí el nombre de plateresco. Las figuras que acompañan y están situadas sobre, y alrededor del sepulcro llevan sus nombres, lo que facilita y ayuda su comprensión, y además se agradece. La estatua orante de Alfonso nos recuerda una que vimos en la catedral, de un obispo y Fina, que está prestando mucha atención, lo comenta acertadamente.
Retablo de Gil de Siloé en la Cartuja de Miraflores, Burgos.
El retablo es novedoso en su ejecución. En vez de estar realizado en calles, inscribe cada escena en un círculo. Sitúa la suceso de la Crucifixión con el Padre y el Espíritu Santo, este en forma humana, rodeada por una corte de ángeles y el pelícano que se sitúa encima de la cruz, por ser el símbolo de Cristo y su sacrificio de sangre; los donantes en los círculos inferiores y uno a cada lado; los siempre presentes evangelistas, Pedro y Pablo, santos y escenas de la Vitae Crhistie, así hasta casi treinta escenas o personajes, en un espacio tan reducido y con tanta belleza. Pasamos por las estancias laterales y contemplamos alguna pintura de los primero flamencos para enseguida despedirnos de San Bruno y recordar el licor Chartreusse que fabricaban los cartujos como medicina.
Sin darnos cuenta llegamos a Covarrubias, pueblo de casas construidas en blanco y con madera. La plaza, la panadería y sus recetas caseras, nos deleitan también, al igual que el torreón de doña Urraca, fortaleza con unos muros de cuatro metros de espesor y la leyenda de una hija de Fernán González, que al enamorarse de un pastor, su padre la quería emparedar, sí, eso quiere decir: dejarla entre dos paredes, si no se casaba con el noble que quería el padre. Gracias al cielo, tan solo es leyenda, pero que sirve para crear expectativas y así, que acuda la gente al pueblo. Ahora lo llaman publicidad, pero es algo parecido.
Por último, una visita a la Colegiata de San Cosme y San Damián en gótico tardío, y al salir, una estatua atrae nuestro interés y nos acercamos a observar. Es de Cristina de Noruega y tiene una historia interesante que comentar. Paco saca de su mochila un libro y empieza a leer: “Cristina de Noruega, esposa del infante Felipe, hermano del rey Alfonso. Llevaba cuatro años en España. La distancia de su nunca olvidada tierra natal, el aislamiento involuntario al que estaba sometida en un país cuyo idioma no conoce y donde no tiene amigos la hicieron enfermar de melancolía y posiblemente eso le haya provocado la muerte. No tenía hijos. Su marido el infante decide enterrarla en el claustro de la Colegiata, porque Felipe fue abad de ella antes de renunciar a su carrera eclesiástica y siempre le pareció un magnífico y bello lugar. Manda hacer un sepulcro de piedra labrada en torno a una arquería de 10 vanos. A la gente del lugar le llama la atención la longitud del sepulcro, de más de diez palmos. Ello se debe a que la princesa medía ocho palmos, no hay ninguna castellana tan alta como ella. El infante Felipe ordena que se la entierre con ricos ropajes y las joyas que usó en vida. Sobre el cuerpo de la princesa pone un pergamino con un poema de amor y una receta a base de ajos para tratar el mal de oídos que con frecuencia afectaba a Cristina. Lo del poema de amor hace que casi de inmediato las mocitas de la zona comiencen a creer que para encontrar un buen marido lo primero que tienen que hacer es ir a la colegiata, tocar la campana que hay en el claustro para llamar la atención de la princesa y postrarse ante su sepulcro para pedirle que les dé un buen amor y que éste sea más duradero que el de ella y el infante” (Alfonso X el Sabio, no santo, corrección de Domingo Domené)
Edificación típica de Covarrubias, Burgos.
Un paseo entre la muralla y el río, nos llevan a un paraje, entre árboles y junto a orillas del Arlanza. Allí hay unas mesas y sacamos las viandas y los panes y hacemos algo por la vida, que nos lo habíamos ganado, ya que todos los pocos restaurante estaban al completo. Al terminar la comida, el sonido del agua atrapa a Petri, que se acerca a una orilla y siente su frescor y la vida que el río ofrece en un momento de paz. A las tres y media, como veis, un sin vivir, nos dirigimos hacia el Monasterio de Silos.
Una de las joyas del románico, no solo nacional, sino europeo. Dos maestros lo realizan y se notan sus diferentes labras, el primero más planos los relieves y de un carácter más hispano-musulmán en los animales fabulosos del bestiario como arpías, dragones, leones…los tallos, palmetas…y los relieves de seis de las ocho esquinas de los machones. La duda de Santo Tomás donde le vemos meter el dedo en su llaga mientras el resto de los apóstoles le contempla; Pentecostés y la llama que baja del cielo diez días después de la Ascensión, detalle que nos lo muestran en la siguiente labra donde Cristo asoma su cabeza nimbada entre nubes onduladas y flanqueado por dos ángeles, y según nos dice el Evangelio, María está junto a los Apóstoles que la cuidan.
Una de las mejores representaciones del claustro es cuando el maestro presenta, en tres momentos, en la misma talla y con una belleza sublime a las Tres Marías, el ángel sentado en el sepulcro que abriendo su tapa en posición inclinada cuarenta y cinco grados separa esta escena del entierro, mientras los soldados, vestidos a la época medieval y no romana, duermen en el registro inferior.
Otro relieve nos presenta el delicado Descendimiento con María llena de amor maternal y a Nicodemo con sus tenazas, y por último, el camino de Emaús donde Cristo lleva un bolso en que se inscriben varias conchas de peregrino, ya que el camino de Jerusalén a Emaús está separado por catorce estadios, y el artista lo asocia a la peregrinación española por antonomasia, el Camino de Santiago, el camino de la vida. La escena muestra detalles maravillosos, siendo un momento muy poco representado en el arte románico, tanto anterior, como posterior a Silos. Por último, ya en un estilo protogótico en el último machón, el segundo maestro realiza un Árbol de Jessé y una Anunciación-Coronación, que aunque sigue trazados románicos, las figuras en alto relieve, cercanas al bulto redondo, los paños, tanto del ángel como de la Virgen, los ángeles que portan la corona, y los rostros, nos dicen que un nuevo modelo artístico está ya en escena. Otro de los momentos del viaje que merecerían todo el día. La guía nos mostró el claustro y alguna dependencia más como la rebotica y la Botica, pero apenas nos transmitió algo de sentimiento románico. Una lástima.
Relieve con la visita de las Tres Marías al sepulcro y el ángel que les recibe sentado. José de Arimatea y Nicodemo que entierran a Cristo
y los soldados dormidos, escena que se une con el registro superior. El maestro escultor aprovecha el espacio perfectamente para recrearnos tres planos.
A la salida una rápida visita al interior de la iglesia en un estilo neoclásico puro, simple, liso y austero, según planos de Ventura Rodríguez. Y desde allí a Lerma viendo unos paisajes verdes y espectaculares. Tras atravesar el Arco de la Cárcel y subir su empinada cuesta, asoma la Plaza y el Palacio Ducal ahora convertido en Parador de Turismo. En su patio interior se observa uno de los detalles del poder del Duque de Lerma, valido del rey Felipe III, pues presenta cuatro crujías de dos cuerpos, el inferior con arcos de medio punto sobre un fuste de granito altísimo y de una sola pieza, ya que la cantera también era del duque y aunque debió de ser carísimo de realizar, el dinero le importaba poco. Y en el exterior el otro detalle, que son las cuatro torres, ya que tan solo el rey podía hacer un edificio así y no se permitían más de dos torres. Pero cuando el rey visitó la ciudad condal, el duque de Lerma buscó una respuesta airosa y nada le ocurrió.
El convento de Santa Clara y sus dulces, el pasadizo oculto que desde el palacio lleva a la Colegiata de San Pedro de principios del siglo XVII, el convento carmelita o sus restaurantes de buen cordero; son los últimos momentos que pasamos entre sus calles. Ya se hizo de noche y hay que volver a la Nacional I que aún faltan doscientos kilómetros para llegar a nuestro Pozuelo. Ahora toca el tercer tiempo, ese en el que los jugadores de rugby, comparten los comentarios del partido, aunque el nuestro será hablar de tal o cual iglesia, callejuela, plaza, barbacana o cualquier motivo que nos evoque donde estuvimos, y saber que, además de pasarlo bien, hemos hecho un nudo más en el cordel de nuestra amistad.
Otro día habrá más.
José Luis Ruiz