¡Son los pactos, estúpidos!
Hace poco, en una de las cartas al director dirigidas al Diario El País, un lector expresaba sus fundamentadas quejas respecto al actual impasse político que venimos sufriendo en nuestro país desde diciembre del pasado año: “Me indigno cuando veo que después de dos elecciones seguimos sin tener Gobierno en España, los partidos políticos no dan su brazo a torcer y la situación parece abocada a unas terceras elecciones más que a un acuerdo entre ellos. ¿Tienen derecho los partidos políticos a tener este comportamiento? El legítimo, está claro que sí; no estoy tan seguro en lo que concierne al moral. Consideré una falta de respeto a los votantes que se tuvieran que repetir las elecciones. El resultado fue el que los españoles convinimos (leyes electorales al margen). Decidimos que no queremos partidos con carta blanca para hacer a su antojo ni bipartidismo, sino un gobierno de partidos en el que primen los pactos y acuerdos. ¿Qué es eso de no ponerse de acuerdo?”
Para entender tan agobiante situación, quizá nos convendría saber que para llegar a pactos y acuerdos de forma voluntaria, España es uno de los países desarrollados más atrasados en cuanto a la que los norteamericanos llaman Alternative Dispute Resolutions (ADR), es decir “mecanismos que intentan resolver disputas, principalmente al margen de los tribunales, o mediante medios no judiciales”. Obviamente llegamos a una tan lamentable conclusión como que en nuestro país no estamos acostumbrados a llegar a acuerdos entre varias partes en litigio porque no estamos acostumbrados a ceder en ninguno de nuestros sacrosantos DERECHOS. Dicha característica se vería perfectamente reflejada en nuestra actual situación política, donde todos los partidos, independientemente del número de votantes que han conseguido, desean formar gobierno siempre que sean ellos quienes lleven la voz cantante.
Se ha citado hasta la saciedad el caso de nuestra famosa transición política en la cual tuvimos que llevar a cabo un radical cambio de gobierno desde una forma dictatorial a otra de corte democrático. Sobre todo quienes ya peinamos canas, recordamos perfectamente los rumores que se propagaban acerca del ruido de sables que se generaba cada vez que se sugería la posibilidad de legalizar la existencia de partidos de izquierdas.
Cierto que los ciudadanos de a pie no tenemos idea cabal de las tensiones que debieron generarse en aquél entonces, pero a la vista de que las opciones se situaban en los extremos más opuestos del panorama político, no es difícil imaginar que unos y otros debieron de tragar sapos y culebras… Incluso quienes no acabaron de tragarlas del todo y dieron lugar a aquél patético 23F que a punto estuvo de revertir la situación a tiempos pasados.
Personalmente, me gusta comparar la capacidad de los españoles para lograr acuerdos con las de otros países, entre los cuales un ejemplo paradigmático sería Japón. Según los profesores Konrad Zweigert, profesor de la Universidad de Hamburgo y Hein Kötz, director del Instituto Max Plank de Derecho Internacional Privado y Comparado, respectivamente, señalan que “la mayoría de los conflictos en la sociedad japonesa se resuelven a través de procedimientos conciliatorios entre las partes o con la ayuda de un tercero”. Así, se asegura que, por ejemplo en el caso de los divorcios, gracias a la mediación de terceros, “no es necesario recurrir a los tribunales ni al mandato judicial, con excepción de los casos raros en que las partes no pueden llegar a un acuerdo”.
De este modo, los juzgados japoneses se consideran como un último recurso, que es considerado como rudimentario y áspero. En Japón, la cultura predominante establece que lo mejor es negociar un acuerdo y evitar la parcialidad judicial que, al resolver, siempre perjudicará a una de las partes. Tan es así, tan acostumbrados están los japoneses a la mediación y al pacto (el cual supone, naturalmente, que ambas partes ganan en algo y pierden en algo) que en la mayor parte de las ocasiones acuden a esos mecanismos de mediación antes de llegar a los tribunales.
Volviendo a los acuerdos políticos, y en línea con lo hasta aquí expuesto, vemos claramente que la cultura del pacto, definitivamente no es lo nuestro. Sin embargo, como nos contaba Carlos Carnicero en el Huffington Post, “los raros somos nosotros: las coaliciones son la forma de gobierno típica en Europa (…)24 de los 28 Estados miembros de la Unión Europea están gobernados actualmente por dos o más partidos. Hay ejemplos clásicos de bipartitos, como la gran coalición de socialistas y conservadores que gobiernan en Alemania y Austria. También hay coaliciones multi-partidos. En Bélgica, un país en donde las coaliciones son la forma más habitual de gobierno, actualmente cuatro partidos están al frente del país (Demócrata Cristianos flamencos, el Movimiento Reformista, los liberales flamencos y la nueva alianza flamenca).
Así es. Y un magnifico -y quizá extremo- ejemplo, sería el de Grecia, donde existe un gobierno de coalición entre los derechistas y ultraconservadores Griegos Independientes de ANEL y el partido izquierdista de Alexis Tsipras, Syriza. ¿Alguien es capaz de imaginar una situación similar –por ejemplo, una alianza entre Podemos y el PP- en España? Quizá tan sólo en alguna historia de Ciencia Ficción.
Pequeños estúpidos, egoístas, ignorantes… ¿No os parece que os estáis comportando como una panda de niños en disputa por unos juguetes que todos quieren para sí, sin renunciar ni a uno solo de ellos? ¿Acaso no sabéis que sean cuales fueren los partidos que gobiernen, tendrán necesariamente que tener en cuenta las opiniones de todos los demás mientras dure la legislatura? Si no os vemos capaces de pactar entre vosotros, a qué porquería de acuerdos creeremos que pretendéis llegar con los diversos estratos de la sociedad civil?
Pactad de una condenada vez. Y deprisa, porque nos estamos hartando TODOS.
Abelardo Hernández