El coche eléctrico es mejor de lo que dicen, incluida su autonomía. Un artículo de Alfredo Sola

El coche eléctrico empieza a estar de moda. Lo acaba de descubrir, incluso, el Gobierno de Podemos del Ayuntamiento de Madrid. De hecho, La compañía Daimler va a poner en marcha, previsiblemente antes de final de año, un servicio de alquiler de coches eléctricos por minutos -car-sharing- con 500 vehículos eléctricos modelo Smart.
Y como yo soy usuario de coche eléctrico, quiero contar aquí mi experiencia.
No fui de los primeros que compraron un coche híbrido. Me habría gustado. Pero no pudo ser. Al final, tuve uno. Resultado: estupendo. No solamente por su excelente ingeniería y rendimiento termodinámico que, al final, es menos consumo, sino también por el andar silencioso del motor eléctrico. Aunque, es verdad, solo lo hacía en cortos trayectos, a baja velocidad y aparcando. Era más una mirada al futuro que otra cosa.
Mi híbrido era más torpón y “menos coche” que cualquier otro del mercado de un precio parecido. Y, desde luego, infinitamente más torpón y menos coche que uno de segunda mano de cinco años por la mitad del precio. Una opción esta última que, dejando de lado adornos publicitarios, compra la misma tecnología que la de un coche nuevo similar. No me importó. Es un precio que decidí pagar.
Pero algo faltaba aún. Los híbridos son, en cierto modo, un paso intermedio. Una forma de introducir al gran público a las bondades de los motores eléctricos, y acostumbrarnos a sus inconvenientes: Las pesadas, caras y poco capaces baterías. El momento de los coches totalmente eléctricos aptos para todos los días llegaría. Y llegó.
Hace año y medio que conduzco un coche que nunca ha pisado una gasolinera. No ha necesitado, ni necesitará, un cambio de aceite. No se le romperá la junta de la culata, no necesitará cambiar filtros, ajustar válvulas, cambiar embrague. No pasará inesperadamente varios días en un taller sometido a cirugía mayor, para seguidamente aplicar idéntico procedimiento a mi cartera. La única intervención realmente cara la demandará con previsión más que suficiente, una vez cada bastantes años, para cambiar las baterías. Por demás, una revisión ligera cada tres años y cambiar las ruedas y los limpiaparabrisas cuando toque. Bueno, y lavarlo alguna vez.
Por lo demás, conducir un coche eléctrico parece, y es, el futuro. Acelera ininterrumpidamente hasta la velocidad necesaria. En silencio. Para cargarlo, es como el móvil: Cuando llega uno a casa lo enchufa, y cuando se va lo desenchufa. ¿Cuánto tarda en cargar? Ni lo sé, ni me importa. En año y medio, nunca he usado un poste público de carga.
Ya, pero… ¿Y cuánta autonomía tiene?. Lo más que he llegado a hacerle han sido 136 kilómetros, ya estirando la cosa. Y lo que importa es si es suficiente para lo que necesito. Y lo es. Ampliamente suficiente para ir a trabajar, a hacer recados por la ciudad, a comprar, e incluso a excursiones a la sierra de fin de semana. Ninguno de estos usos requiere hacer más allá de unos cien kilómetros. Para ir a trabajar y volver, cincuenta van sobrados.
Cada año se presentan modelos nuevos, intentando hacerse con un pedazo de la enorme tarta que será el mercado el año siguiente. El año pasado se vendieron más de cien mil eléctricos y enchufables en Europa, y la cifra ya se ha superado en lo que llevamos de 2015. El coche eléctrico ha llegado para quedarse. Cuando compre el suyo, se preguntará por qué tardó tanto en decidirse.
Alfredo Sola