Las razones por las que Rajoy no nombra los candidatos del PP hay que buscarlas en situaciones que el presidente no controla
(17-02-15) Hoy, me apetece escribirles un cuento. Ya sé que no se lleva. Pero me apetece. En otro tiempo y en otro lugar tuve que escribir muchos. Y hoy, el cuerpo me pide volver a hacerlo. Aunque no será un cuento para niños. Será para mayores. Como los cuentos de Sherezade en las Mil y una noches, pero en lugar de ser eróticos será un cuento político:
“Erase una vez un gobernante muy importante que no acababa de nombrar a sus candidatos para unas elecciones que se iban a producir en su país y en las que había que elegir a alcaldes y gobernadores.
Y esa tardanza hacía que mucha gente del lugar dijese que el mandamás no hacía las designaciones por desidia, o por egocentrismo, o porque estaba poniendo en práctica una nueva política basada en la dilación o, simplemente, para proteger a sus candidatos de posibles ataques de los adversarios.
Todo el mundo tenía su opinión sobre las causas de aquel retraso. Y eso hacía sufrir al mandamás porque se sentía un incomprendido. No le podía decir a nadie la auténtica razón de su tardanza porque era un secreto y sus súbditos no se lo perdonaban. Y el mandamás rezaba por las noches para que le pudiesen entender algún día o para que todo se resolviese evaporándose como se evapora el agua de un puchero.
Había quien decía que no nombraba candidatos porque una de las posibles candidatas había cometido una falta tonta y que eso se lo impedía. Pero no era cierto. Su problema era otro. Mucho más grave.
Y pasaba un día y otro. Y una semana y otra. Y un mes y otro. Y todo el mundo se hacía cruces. Incluso, no nombraba a otro candidato a gobernador para arropar su zozobra.
Y cada semana que pasaba, la desesperación que provocaba su retraso hacía que la moral de su gente bajase. Y aunque él se desgañitaba pidiendo que le creyesen y diciendo que todo iba mejor, la gente ya no le creía.
Y mandaba emisarios y pregoneros, jóvenes y viejos, por activa y por pasiva, para que intentaran convencer a la gente de que él tenía sus razones para no nombrarlos pero que esas razones no las podía hacer públicas.
No podía contarle a nadie que un juez del territorio estaba a punto de aumentar el número de imputados en una causa abierta contra la corrupción. Y que esos nuevos imputados afectaban, al menos en su imagen política, a uno de los que él ya había elegido como candidato, con lo hacerlo público sería como llevarlo directamente al ‘matadero’.
El mandamás no podía consentir ni un solo gramo más de corrupción. Ni uno sólo. Pero ahora podría venírsele encima un cesto de cerezas y no estaba dispuesto a arriesgar con candidatos nombrados.
El mandamás no podía ir a una campaña electoral con un flanco tan debilitado. Necesitaba saber si ese juez, con los informes que le diese la policía (y estaban a punto de dárselos), iba a imputar a unos u a otros y hasta donde llegaría la imputación.
El mandamás necesitaba tiempo. Hasta el último día. Hasta que la ley le impidiese esperar más. Luego, si el juez no había hecho nada, se la jugaría. Y tenía varias opciones.
Si no había imputación, no pasaba nada. Anunciaba al elegido y a otra cosa. Todo seguía sin problemas. Si había imputación y afectaba la imagen del candidato elegido, se sustituía a ese candidato y a vender lo que se pudiese al nuevo, pero con su imagen limpia de corrupción.
Si había imputación en campaña electoral pero no afectaba al candidato de ninguna manera, se aplicaba la cirugía pertinente y se seguía adelante. Y, si la imputación llegaba en campaña y afectaba a la imagen política del candidato, se haría hasta donde permitiese la ley para que los daños fueran los menores posibles.
El mandamás sólo quería ganar tiempo. Pero no podía decirlo. Y lo peor era que nadie le creería.
Además, estaba en una encrucijada. Era malo si se llegase a saberse su razonamiento porque todo se desmadraría y era peor si se producían los hechos sin agotar los pazos.
Y hasta aquí puedo escribir. Mi abogado se ha ido de carnaval. Así que colorín colorado, este cuento se ha acabado”.
El Capitán Possuelo