El Fantasma de don Agustín reflexiona sobre el cambio de año y esa confianza que proporciona un Año Nuevo sin pensar que los virus no saben de fechas y seguirán yendo a lo suyo
El tiempo es, dicen los que entienden, algo relativo. Y he de añadir a ello, que su medida no deja de ser algo confuso y hasta arbitrario. La experiencia me ha hecho que lo conozca de primera mano. Pero, pese a ser esto conocido, resulta muy apropiado ponerlo de manifiesto en estos días en los que se comienza a transitar por un nuevo año.
Tanto más, cuando la andadura se inicia con esperanza y con ilusión. Las gentes estaban hartas del dos mil veinte. Un año con pocos días, muy pocos días, para algunos y, sin embargo, con largas horas para otros. Se comienza un nuevo año con la confianza en que el estreno de un nuevo guarismo suponga también el poder empezar a cambiarlo todo.
No obstante, los años, cuando nacen, son siempre una incógnita. Se asemejan a un regalo con un precioso envoltorio pero que desconocemos lo que contiene, hasta que lo abrimos.
El tiempo y su medida son cosa que han inventado los humanos. Por el contrario, los virus, ya se sabe, no se paran en esas disquisiciones, porque van a lo suyo, que no es otra cosa que ir en contra nuestra.
Pero todos, no queriendo enfrentarse a la realidad, se lanzan a una frenética carrera por desear a los demás lo mejor para ese año que comienza. Y para ello, buscan y rebuscan una frase, un comentario original con el que hacerlo.
Algunos las encargan a los amanuenses de oficio para conseguir epatar y, de paso, intentar darse un barniz intelectual del que carecen. Otros hay, incluso, que optan por enviar citas de libros que, con seguridad, no han leído ni leerán en su vida.
Incluso el ministro del ramo, con tal de no ser menos, ha llegado a decir recientemente que, con el inicio de las vacunaciones, nos encontramos en el principio del fin. No sabemos a ciencia cierta, si tuvo un lapsus, y si se estaba al fin de su etapa como ministro en vez de al final de la epidemia.
Aunque yo, en cualquier caso, a fuer de ser más realista, quizás me conformaría con que nos encontrásemos en el fin del principio de esta plaga que nos angustia a todos.
Pero ya se sabe que lo importante, lo único importante en estos tiempos que corren, es la imagen.
¡Cuán lejos estamos de aquello, de que el buen paño en el arca se vende!
Ahora, de lo que se trata, es de vender un paño que ni siquiera existe. De hablar mucho para intentar ocultar que, en verdad, se está diciendo muy poco.
De colocar carteles con el anagrama del gobierno en las cajas de las vacunas. O lo que es lo mismo, de que la propaganda trate de oculte la inutilidad.
Don Agustín “El Fantasma del Torreón”