El Fantasma de don Agustín cuenta, con su ironía particular, las vicisitudes que está viviendo la alcaldesa de Pozuelo para intentar adaptar la realidad a su necesaria propaganda
Y la realidad, la cruda realidad, empezó a desbordar la propaganda.
Primero fue una carta. La carta de un sanitario que, más allá de los aplausos de los balcones y de las luces verdes que iluminan esta “Casa”, demandaba atención, implicación y solidaridad. Que pedía algo de empatía hacia los vecinos enfermos y hacia los profesionales que los están atendiendo.
Más tarde, la aparición de las imágenes del alcalde de Madrid implicándose directamente en tareas de ayuda.
Fueron también las críticas de la prensa local respecto a la inactividad municipal en nuestra villa, la comparación de lo que aquí se está haciendo con lo que se está llevando a cabo en municipios cercanos.
Las iniciativas que, a falta de las públicas, ha ido teniendo la sociedad civil
Todo se fue acumulando y tenía que suceder, al final empezaron a temblar las paredes del despacho de la segunda planta y las piernas de quién lo ocupa.
-¡A mí la guardia! ¿Cómo es posible que me esté pasando esto a mí?, me pareció escuchar allá, a lo lejos
¡Con lo que me estoy yo esforzando para que todo esté tan limpio!
¡Pero si estoy todo el día en las redes sociales!
¡Edu, convoca rápidamente una junta de portavoces!, que ya sabes que los errores es mejor que sean compartidos.
Pero esa junta, cuando tuvo lugar, se complicó.
No tenía más remedio que complicarse, porque hasta el más necio entiende ya que la solidaridad, la lealtad y el tirar todos del mismo carro nunca están en contradicción con la transparencia y el control de la gestión llevada a cabo.
Y no hubo más remedio que convocar un pleno extraordinario. Un pleno que deberá servir para que se retraten todos, gobierno y oposición, porque todos ellos han sido elegidos para representarnos. Todos ellos son los depositarios de la soberanía de los pozueleros y, por tanto, responsables de la gestión o del control de esta.
-¡Tragaré con el pleno, pero tengo que salir a la calle!, seguí oyendo a continuación.
¡Que me vean, aunque sea con mascarilla!
¡Que haya fotos, muchas fotos!
¡Y si hay que coger una caja, la cojo!
¡A mí, con esas!
¡Estos no saben quién soy yo!, terminó de decir.
Pero siento disentir con el contenido de esta última frase, pues sucede que sí, que entre estas paredes ya sabíamos hace tiempo quién era, pero ahora, por mor de la gestión de la pandemia, también están empezando a saberlo fuera de ellas.
¡Nihil aeternum!
Don Agustín “El Fantasma del Torreón”