Hoy hace 80 años que Jesús de Medinaceli estuvo en Pozuelo: Era 1939 y en un cajón de madera regresó a Madrid Jesús de Medinaceli, tras su forzado exilio durante la Guerra Civil

Esta es la historia del “Rescatado”.
El tren se detuvo en la estación de Pozuelo de Alarcón. Más allá, hacía Madrid, lo poco que quedaba de las vías se adentraba en la Casa de Campo y en lo que fue el frente de la Ciudad Universitaria.
Una compañía de honores del Cuartel General del Ejército esperaba la señal de su oficial. En un compartimento especial de seguridad, una caja numerada C-79 venía cubierta con la bandera de España.
La caja se depositó con sumo cuidado en el andén. A su lado, unos monjes de hábito pardo y unos madrileños con escapulario, esperaban con la emoción en los ojos.
Abrieron el cajón, la banda de música interpretó el Himno Nacional y la compañía rindió honores.
Era la mañana del sábado 13 de mayo de 1939 y en un vulgar cajón de madera numerado C-79 regresaba a su ciudad Jesús de Medinaceli tras su forzado exilio durante la Guerra Civil.
Para que tal día como hoy, hace 80 años, se cruzaron las historias de Pozuelo de Alarcón y el Señor de Madrid tuvieron que pasar no pocas peripecias, que son una constante en la historia de la más querida de las devociones madrileñas.
Esto fue lo que pasó, siguiendo la reciente obra de Enrique Guevara “El Cristo de Medinaceli y su archicofradía” (Ed. Almuzara, Córdoba 2019).
El 17 de julio de 1936 el ejército de África se subleva contra el gobierno republicano. En prevención de lo que pudiera venir, los Capuchinos que custodian la imagen de Jesús de Medinaceli en su basílica, deciden guardarla en una caja de embalaje, vestida con su túnica y envuelta en sábanas, escondiéndola en la cripta del templo bajo unos escombros.
Durante la guerra civil, la basílica fue incautada y más tarde ocupada por el batallón de milicianos “Margarita Nelken”.
Y ahí siguió oculto hasta que en febrero de 1937 unos soldados que estaban buscando algo que quemar para calentarse dieron casualmente con el cajón y su contenido.
Contra todo pronóstico, los milicianos desearon quedarse con Él, pero el oficial al mando, el capitán José Escudero, dándose cuenta de la trascendencia del hallazgo, desalojó y cerró con llave la cripta informando a su superior, el comandante Juan Manuel Oliva y éste a la Junta de Defensa (“El Revelado”, Federico Ayala Sörenssen. ABC 4 de marzo de 2016).
Al día siguiente se reunieron en la sacristía miembros de la Junta de Defensa, cediendo la talla a la Junta del Tesoro Artístico el 23 de febrero de 1937.
Empezaba así una larga peregrinación por el Ministerio de Hacienda, San Francisco el Grande y que continuó con el traslado, en secreto, a Valencia, sede del Gobierno de la República.
Según el manuscrito inédito de Manuel de Arpe, conservador y restaurador de la Junta del Tesoro, el traslado a Valencia se hizo dentro de un ataúd. Este documento se conserva en el archivo conventual de los capuchinos de Madrid.
En Valencia estuvo expuesta en la Iglesia del Patriarca hasta marzo de 1938 en que volvió a ser evacuada camino de Cataluña ante el avance de las tropas del general Franco.
Alojada primero en el castillo de Figueras y luego en el de Perelada, fue bombardeada y allí estuvo hasta que la caída de Cataluña fue inminente, momento en el que se decidió evacuar numerosas obras de arte a la Sede de la Sociedad de Naciones en Suiza.
El 8 de febrero de 1939, salía un convoy con varios camiones y siguiendo el testimonio de Manuel de Arpe, el Nazareno se situó en el primero de ellos “para que nos protegiera”.
Días después, en la localidad de Ceret, se embarcó en tren camino de Suiza donde llegó el 13 de febrero.
En los días sucesivos, se desembarcaron e inventariaron las obras de arte recibidas. La caja 0-66 que custodiaba a Jesús de Medinaceli se renumeró como C-79.
El 11 de abril, finalizada la guerra civil, Manuel de Arpe escribió una carta al obispo de Madrid informándole de la presencia de la imagen en Ginebra.
Los Capuchinos, que ya estaban trabajando por su recuperación, enviaron a Suiza al P. Laureano de las Muñecas con esa misión. Tras los trámites diplomáticos, el 10 de mayo, Jesús de Medinaceli con parte de las obras de arte españolas, fue repatriado por tren camino de Irún, donde llegó el 12 de mayo.
Al día siguiente, en nuestro Pozuelo de Alarcón, la imagen fue recibida por los Padres Capuchinos y varios miembros de la Archicofradía.
Medinaceli es la viva imagen del Hijo de Dios hecho hombre, una de las obras cumbre de esa imaginería barroca que siglos después, nos sigue dejando sin aliento.
Si visto de cerca, el Nazareno transmite un profundo sentimiento, abrir el cajón C-79 esa mañana de mayo y verle cara a cara, con su mirada rendida, las manos atadas y su túnica morada tras mil días de ausencia tuvo que ser una emoción inenarrable. Algo que no somos capaces de imaginar.
Ese mismo día, fue trasladada en coche hasta el convento de la Encarnación, cercano a la plaza de Oriente. Al día siguiente, víspera de San Isidro, a primera hora de la tarde, la venerada imagen del Cristo de Medinaceli salió a las calles de Madrid camino de su basílica. En andas y por el camino más corto.
Lo que ocurrió esa tarde ha pasado a la historia como la mayor manifestación de fe religiosa que nunca se viera en la Villa y Corte.
Y es que la azarosa existencia de Jesús de Medinaceli ha sido como la de los hombres y mujeres que le veneran, sometida a la tribulación, la persecución y el exilio. Ha sido y es como un madrileño más.
Concluía así “el segundo rescate” del Nazareno.
Durante todo este tiempo, la talla no perdió su inconfundible escapulario trinitario, testimonio de su primer rescate en 1682, al ser recuperada por los frailes trinitarios de las manos de los moros que la habían capturado y ultrajado el año anterior, cuando tomaron al asalto la plaza fuerte española de San Miguel de Ultramar, también conocida por Mámora, en el norte de África.
Hasta allí llegó de la mano de los Capuchinos de Sevilla, a los que se había encomendado la capellanía de esa ciudad desde mediados del siglo XVII hasta su caída.
También en eso siguió la suerte de tantos compatriotas que, como Miguel de Cervantes un siglo antes, padecieron cautiverio en tierra de moros hasta su liberación.
Por esta razón, durante más de doscientos años la talla del Nazareno ha sido popularmente conocida como “El Rescatado”, hasta que a principios del siglo XX se generalizó el uso del Cristo de Medinaceli.
Es una épica historia que tuvo por escenario Pozuelo de Alarcón un 13 de mayo de 1939.
Hoy hace 80 años.
Juan José Granizo