Esta es la verdadera historia de la financiación de un partido político de Pozuelo que quería conseguir que su joven líder fuese alcalde de la villa aunque que no tenía donde caerse muerto
En estos días, hemos sido muchos los vecinos de Pozuelo y lectores de El Correo de Pozuelo los que hemos leído con atención a Pepero Pozuelero en su descripción de los problemas que ha tenido el PP de Pozuelo en los últimos tiempos.
Y los que llevamos muchos años viviendo en Pozuelo y observando el día a día del Partido Popular, del Ayuntamiento de la villa y de las personas que mandan y han mandado en ambos, podemos confirmar que todo lo que Pepero nos ha contado es cierto.
Pepero ha hecho un buen análisis de la caída en picado del PP de Pozuelo que, en estos momentos, está presidido por un señor que le traicionó y del que fue expulsado, y del lastre que ha supuesto la influencia y las luchas de poder de los gobernantes de la Comunidad, con sus conspiraciones, zancadillas y complejos.
También nos ha señalado la falta de trabajo, de interés, de debate, de ideas y de valentía, de buena parte de sus dirigentes para cambiar esta dinámica en Pozuelo. Y perfectamente nos ha retratado a todos los que giran a su alrededor, desde los Ruiz Escudero a los Félix Alba, Pablo Gil, Yolanda Estrada, Susana Pérez Quislant o Paloma Adrados.
Tan solo, a tan brillante trabajo, merece la pena y de una vez por todas, añadirle cómo se financió aquel partido fundado para acabar con el PP (y que tantos problemas le trajo) y como surgieron aquellos rumores de suciedad que sirvieron para manchar el nombre de muchas personas honradas y trabajadoras, que tuvieron que demostrar que no habían cometido ningún delito.
Por ello, les voy a contar un cuento, que no es precisamente el de María Sarmiento aunque se le podría comparar en lo escatológico…
A don Leopoldo Gómez, ingeniero del Ayuntamiento de Pozuelo durante más de treinta años, le gustaba hacer viajes gastronómicos. Varios martes al año iba a su pueblo, Espinosa de los Monteros, porque le gustaba comprar en su mercado. También iba siempre a Valladolid por las jornadas gastronómicas de Casa Panero. O a Santander, para comerse una buena langosta. Así vivía él… Le gustaba… Incluso, aquí en Pozuelo se daba buenos homenajes… Eran los primeros años del Siglo XXI…
Y después de haber comido bien, bebido mejor, en un ambiente de confianza y con el último botón de la camisa desabrochado y el nudo de la corbata suelto, a don Leopoldo le gustaba contar muchas cosas porque a él le gustaba sentirse poderoso…. Y contaba sus inversiones en bolsa, sus relaciones políticas y empresariales, sus negocios con las contratas, su amistad con un juez muy popular… Y en esas sobremesas supimos muchas cosas… Muchas… Y en lo que él mismo contaba está basado este cuento.
Según contaba él, conocía al fundador de aquel partido que quería derrotar al PP en Pozuelo desde que ambos entraron en Alianza Popular en los tiempos de don Manuel Fraga y fueron diputados de la Asamblea de Madrid, en su primera legislatura. Juntos, por cierto, con el otro ingeniero del Ayuntamiento de Pozuelo don Carlos Díaz Guerra.
De aquellos años venía su amistad, junto con la de otros viejos políticos del PP, algunos vecinos de Pozuelo, como el fallecido don Ángel Matanzo.
Contaba Leopoldo en aquellos eternos postres cómo, de todos los hijos de su amigo, uno de ellos estaba emperrado en ser el alcalde de Pozuelo. Gómez le llamaba el “niñito”. Apelativo que solía utilizar, frecuentemente, con todos aquellos a los que, por su juventud, no le merecían mucho respeto.
También contaba la preocupación que, en su momento, le había trasladado su buen amigo acerca de la vida profesional de su hijo, que no pasaba por ser más que el médico de un colegio de niñatos y de participar en alguna sociedad relacionada con bares de copas y, como eso no era futuro, había que echarle una mano…
Y Leopoldo que era un personaje listo, hábil, oportunista, manipulador y muy conspirador, en aquella situación vio la oportunidad para conseguir dos cosas:
La primera, ganar dinero. Una de sus actividades preferidas y que rayaba con el pecado capital de la avaricia.
Y la segunda, conspirar, deteriorando la imagen de sus alcaldes y concejales, haciendo algunos comentarios capciosos para que se interpretasen en la vida política del municipio y de la Comunidad de Madrid y que terminasen ayudándole a acercarse a ellos, como persona de su confianza y lealtad.
Leopoldo sabía perfectamente que las oportunidades que tenía el hijo de su amigo de ser alcalde de Pozuelo eran nulas. No podía ser de otra manera. Un partido desconocido, local, sin apenas medios, apoyado por cuatro vecinos sin formación y cuatro niñatos pijos, que solo sabían salir a tomar copas, no le iba a ganar al entonces serio PP de Pozuelo. Pero eso a él le daba igual, porque como he dicho, él únicamente pensaba en su beneficio.
Sigo con el cuento que contaba…
Leopoldo, para echarle una mano a su amigo diputado, citó, uno a uno, a todos los empresarios que trabajaban para el Ayuntamiento y que dependían de él. Y todos, sin ninguna excepción, se retrataron. Unos más, otros menos, pero todos colaboraron para presuntamente financiar aquel partido político que había montado su buen amigo.
Les contó la buena idea de apoyar aquella iniciativa que quería acabar con el poder del Partido Popular y les prometió que nadie quedaría olvidado si ganaban la alcaldía.
Lógicamente, aquel hombre, que no daba puntada sin hilo, se encargó de que, a través presuntamente de los contratos que de él dependían, se mejorasen las condiciones económicas, para que el dinero no saliese directamente de sus bolsillos. Por lo tanto, a aquellos hombre de tan buena voluntad no les costó nada y fuimos los vecinos, en definitiva, quienes presuntamente pagamos aquella aventura.
De todo el dinero que le dieron, cuentan las lenguas de doble filo de la época, don Leopoldo se quedó la mitad y la otra mitad fue a parar a manos de los gestores de aquel partido de ilusos.
Como era natural y lógico, de todas las mentiras y mierda que contó de su amigo y de su hijo en sus habituales desayunos y comidas, tuvo que dar cuenta en los juzgados que iniciaron investigaciones que le salpicaron.
Esa es la verdad, la única verdad, de la financiación de aquella aventura política, encabezada por unos traidores que hoy, incomprensiblemente, luchan desde dentro del PP por alcanzar su sueño de ser alcalde.
Demetrio de la Guerra